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ISSN 1989-4163

NUMERO 125 - SEPTIEMBRE 2021

 

Comercio Injusto

Ángela Mallén

El comercio injusto ha ganado la partida en un juego que nadie ha inventado. Desde los primeros trueques de los homínidos hasta las transacciones transcontinentales de la banca, los cárteres o los clústeres; desde el quiosco de la esquina a Wallapop, pasando por el colmado, el súper, el híper, el bazar chino o Amazon. Toda la vida del mundo nos la hemos pasado comerciando. ¿Quiénes? Los humanos. ¿Para qué? Para abastecernos, decimos. Para proveer al prójimo de todo lo necesario. ¿De todo? Por supuesto. Que no nos falte de nada. La miel de las abejas, la leche de la vaca, el agua de la fuente, los frutos de la flora, la carne de la fauna, la piel de los peludos, el alma de los artistas, los minerales del subsuelo ola madera de los árboles. Ya puestos, ¿por qué no añadir al carro las energías(eólica, solar o hidráulica)y venderlas como renovables? En los albores de la humanización no sabíamos explotar todos los recursos, pero ahora sí sabemos. Ahora se conoce el irresistible concepto de plusvalía con todas sus reencarnaciones: el billete multicolor, el cheque (bancario, nominativo, ahorro, regalo, traveller), la tarjeta oro, la visa, las criptomonedas. A lo largo de nuestra filogénesis, los gobiernos poderosos, los magnates y los perfiles alfa de la macroeconomía han invertido sus fortunas en desarrollos técnicos titánicos, teorías científicas que superan la ficción, avances en los campos de la aerodinámica, la astrofísica, la nanotecnología ola mecánica cuántica. Es obvio que las ventas no pueden dejar de crecer si se quiere optimizar la inversión. Por eso, esta temporada verano-otoño estamos en condiciones de comprarnos desde una camiseta hecha en Bangladesh hasta una cuchilla de recambio para Philips OneBlade en oferta flash, pasando por toda clase de artilugios y utillaje, accesorios de repuesto, juguetes para entretenerse los próximo cuarenta siglos o ropa para cambiarse cada cinco segundos. Los gigantes vehículos de alto tonelaje que transportan las mercancías colapsan las autopistas, rutas aéreas y marítimas, mientras repentinas tormentas puntualmente fuertes descargan suaparato, aguacero ypedrisco sobre los capós de los carísimos modelos eléctricos y sobre los tejados de los chalés unifamiliares. Millones de viajeros confusos y amedrentados mostramos nuestro código QR de “pauta completa” con una sonrisa mortecina en los labios y un destello de estúpido orgullo en los ojos.

Ahora resulta que el planeta Tierra agoniza y el comercio injusto ha ganado la partida. Hurra. Han vencido los filósofos-voceros y los psico-vendedores de elixires que fueron contratados por grandes emprendedores-amantes-de-la-plusvalía en su delirium tremens. Nadie tenía pinta de déspota, ni de asaltante de diligencias, ni siquiera de ladrón de bicicletas. Aunque su Moral prepotente de dominatrix justificó el expolio indiscriminado, su Justicia miope de reyezuelo tirano obvió a las víctimas. La Publicidad hizo la Necesidad. Y la noción “ser-humano” ha mutado en “estar-deshumanizado”.

Mientras tanto, en un no tan lejano país llamado Afganistán, nada de esto importa ante la borrachera de violencia y destrucción que amenaza cualquier atisbo de progreso pacífico, avance del feminismo, fomento de las artes o desarrollo de las ciencias respetuosas con el planeta y sus habitantes. Este sería un buen laboratorio para averiguar los grados de ingenuidad, el germen de la crueldad y, sobre todo, qué fue antes: si el instinto depredador o el capitalismo salvaje.

Aunque me gustaría brindar por el amor, la luz y la belleza, aún me queda otra pregunta: ¿alea jacta est? Dime que no.

 

 

 

 


 

 

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