No era mía la  voz, sino del viento
                    Laura Solórzano
En la búsqueda que realicé para el desarrollo del  Mapa Poético de México (en 2008), encontré el trabajo de Laura Solórzano  (Jalisco, 1961). Desde entonces he disfrutado una y mil veces su trabajo  poético, al grado de compartirlo en mis redes sociales, usar versos de la  autora como epígrafe para algunos de mis textos, o presentarlo a los asistentes  a mis talleres de creación literaria, quienes siempre terminan contagiados de  mi entusiasmo por sus letras.
                    El trabajo de Solórzano presenta gran anchura  temática: pasa de la pasión cárnica, atraviesa las historias familiares (los  años que transcurren desde una mirada infante y recalan en una mirada cuidadosa  como de una madre), en su obra se palpa el deseo, como la indiferencia, el  abandono, la consumada felicidad, y todo visto siempre desde el sentirse poeta,  desde el saberse escritora en constante dedicación…
  “—Papá, ¿sabes?, quizá  se publique mi libro…
  —¿Cuál libro?
  —El de poemas, papá,  te acuerdas que te conté…
  —Ah, sí, sí… Tú que  escribes, deberías escribir relatoso una novela. Escribir, lo que se dice  escribir.”
                    (“Coprolitos”, 
                    en Lo que soñó la novia del hombre lobo,  2019)
Y desde ese sentirse y saberse dueña del oficio, es de donde la autora nos brinda libro a libro una razón para leerla, recorrer pausadamente cada una de las letras que ha ido escogiendo, como quien está en busca de oro, y tiene que filtrar y cernir miles de litros del río, guijarro a guijarro. Porque lo que en la obra de Solórzano llama la atención son los sonidos, y es en ellos (en paladear los fonemas) en donde Laura nos hace detenernos, en esa forma visual que tiene el sonido de cada palabra, la recuperación de cada fonema, la conjunción entre consonante y vocal. Es por ello que, en cada una de sus obras, el trabajo poético que Solórzano desempeña para la construcción de sus versos, me recuerda a aquellos monjes de la edad media que iban trazando una a una las letras sobre el papel, o aquellos cajistas que contaban las pequeñas letras metálicas haciendocálculos de los tipos que entraban en cada línea, (en su caso verso, estrofa, poema), con sumo cuidado y dedicación en las imprentas. Escuchemos:
“Decirte cosa, cal,  cisterna de cisne subido al despojo
                    que fragua el césped  en tu fobia, frontal e indiferente,
                    inhóspita y  subdividida en cierta acidez, te tengo
                    anestesiado, sonámbulo  de casa de sequedad de severa
                    insuficiencia, sucia e  inyectada.”
                    (Lobo de labio, 2003) 
“Me encajo en la  nocturna idea de un suave farol y en la factura de foco hirviente: siento una  claridad defectuosa. Me alzo en la fortuna de haber resistido alegres faldas  con una inflamación de respiros que se lleva el fotón a su discurrir  eléctrico”.
                    (“Franz”,  en Un rosal para el señor K., 2005)
No necesitamos ser unos estudiosos de la poesía para  mirar, sentir, ver, y oír estos dos pequeños fragmentos que ahora presento. El  sonido “c” y “s” del primer fragmento, tanto como el fonema de la “f” y la “v”  del segundo fragmento son por demás claros. Ahora, la construcción poética no essolamente  tomar el recurso y aplicarlo. Imagen, ritmo y sentido, dicen que es lo  principal (tal vez lo mínimo) que se debe presentar para estar frente a un  poema. Solórzano da prueba de su genialidad al construir poderosas imágenes y  versos, impulsándose en el sonido de cada sílaba, y haciéndonos reconocer en la  concatenación de los versos, el canon de sus propias lecturas. 
                    En aquel “suave farol” como una “nocturna idea”  donde el hablante lírico nos cuenta (mientras nos canta) que decide “encajarse”  se nos despliega el oficio de escribir tanto como lo escrito, la propia obra a  la que la autora quiere referenciarse;y en el giro poético se termina por dilucidar  aquello de: “una claridad defectuosa”; tanto como en “El ojo de mis luces se  abre a la descomposición de la noche” nos permite descubrir (en ese lenguaje  verbal encriptado) la voluntad de todo escritor que se atreve sobre la blanca  hoja, en el amparo de las tinieblas; pues ante la noche de la inconsciencia  está la luz de cada lectura: “Las manos de mi mente mueven la inmensidad” (¡qué  tal este cúmulo de “emes” en la que la autora regodea su silabar!). Pero veámoslo  completo:
FRANZ
                    Me encajo en la  nocturna idea de un suave farol y en la factura de foco hirviente: siento una  claridad defectuosa. Me alzo en la fortuna de haber resistido en alegres faldas  como una inflamación de respiros que se lleva el fotón a su discurrir  eléctrico.
                    El ojo de mis luces se  abre a la descomposición de la noche. Las polillas de lejanos párpados, aletean  su pestaña de angustia. El equilibrio oscuro coloca su manto y el vuelo de los  robles hace rugir al viento. Vierto mis alas al festival informe del iris: una  miopía provechosa. Las manos de mi mente mueven la inmensidad para que el sitio  calme su rostro errante y yo encaje mi labio aquí.
                    (Un rosal para el señor K., 2005)
¡Wow!Kafka se sentiría contento de haber sido  homenajeado con tal profundidad. La imaginación creciente (el ojo de mis  luces), la noche como inspiración en la avanzada del insomnio creativo  (polillas de lejanos párpados, aletean su pestaña de angustia).
                    Uno puede leer y releer el poema, leerlo en voz alta  (que es como se disfrutan más los poemas) y paladearlo, recostarse en el poema,  satisfecho de su sonoridad, de su profundidad. Uno puede quedarse a vivir en  este poema. ¡Y esto apenas empieza!
                    La autora nos va regalando a lo largo de su obra ese  ideal del sonido, del encriptamiento de la idea dentro de las sílabas, nos hace  ver al poeta como ese ser humano cotidiano, que al tomar la pluma (el teclado)  se convierte en un asceta, mago, arquitecto, y va tallando y tallando la hoja  blanca para que el poema tenga forma. Vamos descubriendo al escritor tanto como  el oficio del poeta, de alquimista literario:
  “¿Ese ruido es la razón que en esta ribera  jactanciosa, yo fecunde una y otra vez la misma trama interior, la misma  cantaleta de púrpuras?” se pregunta la autora, descubriéndose, quitándose aquel  velo, dejando el manto sobre la cama, mirando hacia la ventana que es su propio  pensamiento: “porque quiero el concierto que habrá de perseguirme en esta luz  que soy y que ingresa en mí como un Yo en fuga”. 
                    El movimiento de la voz poética de Solórzano es  cadencioso, rico en sonoridades, con ímpetus de oleaje sobre los riscos escarpados  perdidos en la bruma, en el acantilado que es en sí mismo el oficio por el que  la misma autora desdobla cada uno de los fragmentos que la conforman:  psicóloga, artista visual, poeta, maestra, editora, curadora de letras, que no  cede, que continúa estudiando y recordándose, dándose cuenta del avance por el  que ha caminado:
  “La poesía es para mí la manera de estar en contacto  con la realidad interior que cobra vida leyendo o escribiendo poemas. En mi  vida cotidiana es el espacio de la imaginación y la creatividad y también del  desdoblamiento”. (Dice Laura Solórzano en entrevista realizada por Mayra  Navarro de Lemus). 
                    Y podemos percatarnos de que es muy real lo que ha  expresado si leemos el siguiente poema:
  “destilación
                    En el estanque de nuestros  ojos, el sonido del agua.
                    Amigo mío, por la  rendija se van los círculos.
                    La musculatura del  silencio nos quiebra.
                    El deseo compone una  intensa sinfonía de huesos
                    donde la piel es una  escultura inesperada:
                    sensual elocuencia  ceñida en amada oscuridad
                    El mundo oprime el  habla de los cuerpos
                    en una conversación  que calla su eje y se extraña
                    al masticar aquí sus  hierbas nudosas.
                    Hemos ensayado tanto  el diámetro de las palabras,
                    su ángulo trémulo.  Pero seguimos oyendo, sin pausas,
                    el adiós del agua.”
                    (Oración vegetal, 2015)
Porque la piel, en verdad que es “una escultura  inesperada”, y necesitamos de esa mirada del poeta para poder comprenderlo,  valorarlo, entenderlo, significarlo en el recorrer nuestra propia historia,  nuestro crecimiento corporal y físico, cárnico y mental, que nos permitiría  describirnos y también descubrirnos mientras más avancemos por el interior de  nuestros pensamientos, como pudiéramos vernos a través de un microscopio, como  lo ha hecho la autora en cada una de sus obras:
                    En Lobo de  labio como mujer cargada de erotismo, reconociéndose en el deseo del Yo:
  “Yo batallaba en ti en  una duda dada.”
“Ese pecho, esa barca  que se cierra
                    sobre el lago de la  luna, no he sido yo.”
“Rajada en el cubo  como cicatriz de córnea a la deriva,
                    iba yo una vez  encinta”
“Yo persigo una laguna
                    de roca intermitente,  y en la punta de compuerta te miro
                    obrar como si en la  persecución yo sucumbiera.”
“yo parto la raíz y en  la disección nadas,
                    como si mi lunar fuera  una luna llena.
                    Te orillo a llamar y  te lloro al complicar tu música.”
“yo al venir te 
                    digo ven, quiero un  campamento en la cumbre del cuerpo.”
O desde la tercera persona de Un rosal para el señor K., que no es más que la tradición lectora, donde  la autora recrea el objeto desde el cual también busca descubrirse:
  “El hombre espera con  las manos a la sombra de su credo”
“Quiero ser el ala de una idea que busca el ave de su propia ventana”
“Que la imaginación  sea un dios. 
                    Que la imaginación sea  un dado”
“Métricas aun ocultas, en abismales lápices, expansivos, sin fin”.
En Nervio  náufrago, la autora utiliza de nuevo su Yo para expandir su poética, pero  lo hace ahora intentando el uso de los conceptos desde los que, como si de un  lienzo se tratara, la autora consigue plastificarsu voz, y canta, (cuenta y  canta, como exigía Octavio Paz) con un lirismo profundo y reflexivo:
  “Quiero el incendio de  un lugar quemado por su espejo / (…) Quiero regresar por los huesos a comer de  aquella primera identidad”
“Entre las dos manos, un libro nace”
“Hoy experimenté con  el color, la débil luz y la ausencia.
                    Algunos miraban de pie  cómo el nido había caído desde las ramas”
Para Oración  vegetal, la autora ya es una clara dominadora de su tema, encriptar en el  sonido de las palabras, porque en el silabar está el concepto, en deconstruir  el concepto y volverlo imagen se encuentrasu oficio de escritora, y como  escritora es más que una artista, es mujer, y maestra, y madre, y ser humano  consciente, para transmitir en el lector aquella savia vital, que es la  sabiduría del poeta, ya que su oficio lo puede equiparar con aquel que cultiva  la tierra para extraer de la semilla, que es la idea, la voz que le permita  comunicarse con el otro, y eso es vivir consciente por cada  momento de la vida:
                    Vivero
                    La voz surge insegura  en la semilla.
                    Desespera entre  canciones de sucesos pasajeros.
                    En ese viaje divaga,  en esa esquina la voz se nubla
                    impenetrable y germina  en la antesala de las palabras.
                    Yo atisbo con el ojo  olfativo, con parpadeo
                    de impaciente espera,  este ánimo es el mirador
                    del comienzo. Un  murmullo que afirma
                    en cada paso la  persecución de un fruto.
                    En cada ser el nuevo  humus promete la planta
                    la geografía y el  sistema, emprende un crecimiento
                    hacia el diseño de sí.
Incluso, en su libro de cuentos Lo que soñó la novia del hombre lobo, la idea de la palabra como  herramienta vital del ser humano, también es aterrizada por la autora, que hace  que la novia del hombre lobo diga: “No había palabras. Por eso empecéa  balbucear, para llenar eso que no se llenaba, un vacíoincómodo que nos  encerraba como en un puño.” Magnífico. La autora recurre a la poesía, el  espacio en el que mejor se mueve, para atrapar en el cuento, el mismo  significante: novia-mujer-discurso-palabra-idea-pensamiento, distinto y  distante del hombre lobo-bestia-hombre carente de lenguaje que apenas se  consuela en gruñir, acicalarsevanidosamente el pelo, recostado frente al espejo  soñando con el cuerpo de otras mujeres: “Te preguntécualquier cosa, pero tú  invariablemente gruñías”, remata fabulosamente la autora.
                    Este ha sido un pequeño acercamiento al encriptado  silabar (o silabeo) en el que la búsqueda del sonido nos pide que escuchemos  gustosos los fonemas de cada verso, en el que la autora ha encriptado tanto el  gusto lector, como el oficio de poeta, sin dejar de tocar el abanico de temas  que la han conformado en sus años de escritora. Los invito a disfrutar de su  lectura.
Literatura  consultada
                    Navarro  de Lemus, Mayra. (2019). Laura Solórzano. Entrevista en la sección Ideas del  portal de noticias Informador: https://www.informador.mx/ideas/Laura-Solorzano-20190830-0004.htmlRevisado  el 5 de agosto de 12 a 17 horas.
                    Solórzano,  Laura. (2003). Lobo de labio. Alojado  en https://www.elcalamo.com/ Revisado el 5 de agosto de 12 a 17 horas.
                    Solórzano,  Laura. (2006). Un rosal para el señor K.  Dirección General de Extensión. Coordinación editorial. Universidad de  Guanajuato. 64 pp.
                    Solórzano,  Laura. (2011). Nervio náufrago.  Editorial La zonámbula. 68 páginas.
                    Solórzano,  Laura. (2015). Oración vegetal. Mano  Santa Editores. 63 páginas.
                    Solórzano,  Laura. (2019). Lo que soñó la novia del  hombre lobo. Letras para volar. Programa universitario de fomento a la  lectura. Universidad de Guadalajara. 85 pp.

