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ISSN 1989-4163

NUMERO 55 - SEPTIEMBRE 2014

Francisco Gómez

Quizás pienses que soy un exagerado, un tonto que a estas alturas aún cree en los milagros, en los acontecimientos copernicanos de la vida, pero así ha ocurrido aunque no sepa explicar bien cómo pudo gestarse esta buena ventura que ahora nos envuelve.

Aunque lo veas excesivo, puedo decirte, estoy en condiciones de afirmarte que quien te escribe militaba derrotado entre las filas de los muertos. La vida la veía como un pozo oscuro de donde no podía salir resquicio alguno de luz. TÚ obraste el milagro (y lo escribo con todas las letras y en mayúsculas por si alguno está cegato o incrédulo). Hasta que TÚ apareciste, uno estaba muerto, enterrado y sepultado para las esperanzas, para las auroras rosadas. No podía creer que fuera cierto pero TÚ has venido desde las tierras del sur para alegrar estos días fríos, sin salida, que eran el dintel de mis noches sin perspectivas de mañana.

Lo dice, lo anuncia, lo proclama, el gran poeta del amor, D. Pedro Salinas: "El amor salva". Sabedlo. Es una frase completamente cierta. Las palabras pueden lograr pleno significado. No se quedan en una aséptica hilera negra de hormigas. El poeta que pasó muchos de sus veraneos en El Altet en Elche, sabía muy bien lo que escribía cuando anunciaba esta espléndida anunciación.

No sé, quizás estas frasecillas no queden muy literarias, pero me cuesta escribir y que los dedos no se llenen de agua desde los hontanares de mis ventanas. Has aparecido para salvarme cuando el ánimo no esperaba nada, cuando sentía que todos los caminos tenían las banderas rotas, cuando pensaba que el ángel anunciador de la dicha se había equivocado de itinerario. Porque,  como dice otro poeta marinero, D. Rafael Alberti, al fin habías aparecido y no caben las palabras en los ojos y en los labios para bendecir tu alegre estancia venturosa en mi vida. 

Y prefiero vivir tu presencia antes que escribirla.

 

 

Tú

 

 

 

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