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ISSN 1989-4163

NUMERO 65 - SEPTIEMBRE 2015

Borrados del Mapa

Javier Neila

 

Los ceniceros de la mesas echan humo. Los hombres que las rodean también. Hay decenas de mapas extendidos. Oficiales de inteligencia con ojeras y sarro en los dientes los escrutan, echados literalmente sobre ellos. Paso cerca. No me miran. Para ellos, el mundo no existe más allá de aquellas cuatro chapas onduladas que son su hogar, desde ya no se sabe cuánto tiempo. Fuman, discuten sin levantar la mirada y señalan en el mapa lugares y rutas. Golpean la mesa con palmas o puños, según se trate de proponer o rebatir. Les brilla la frente y empapan de sudor las axilas de sus camisas color caqui. Hace un calor insoportable, húmedo, pegajoso. Algo normal en las Marianas en esa época del año. Estamos justo antes de la llegada de los Monzones. Los pequeños ventiladores de latón y aluminio no dan abasto; En todas las mesa hay al menos uno. Todos llevan cintas amarradas a las sinuosas parrillas, que no dejan de tabletear; me recuerdan las hélices de mi avión. En todo el perímetro del hangar, hombrecillos delgados y pálidos de aspecto enfermizo escriben a máquina. Cada vez que acaban una línea, suena la campana y arrastran de nuevo el carro de sus “ Underwood ”, otra vez al principio; Da la sensación de que fueran extremadamente pesados, y al igual que Sísifo, su único objetivo en la vida fuera acabar para volver a empezar la misma tarea, eternamente.

Cla-cla-cla-cla-cla. Cling. Raaaaaaaaac. Toc.

Cla-cla-cla-cla-cla. Cling…

Algunos llevan minúsculas gafas a punto de caerse de sus narices. Si no fuera por el uniforme, que les queda grande a la mayoría, no parecerían militares. Tienen más el aspecto de colegiales reprimidos y asustados, con miedo hasta de levantar la cabeza mientras muerden, sin ganas, el sándwich del día anterior. Sigo avanzando, entre personas grises, ventiladores inútiles y lámparas cónicas que cuelgan de largos cables del techo. Aún no ha amanecido y siguen encendidas. Casi al final de la nave, llamo a la única puerta que encuentro abierta.

-Pasa Paul!- Me dice familiarmente un general de tres estrellas. -Siéntate un momento. Enciéndete un cigarrillo… o coge un puro de los míos. Son cubanos. Voy a echar una meada-.

El general se aleja silbando mientras se rasca la cabeza y yo tomo asiento. Enciendo un Lucky Strike . Su minúsculo despacho está decorado con un par de Katanas , colgadas de la pared, cruzadas sobre una bandera con el sol naciente. Es una Hinomaru Yosegaki , el tradicional regalo que madres, esposas o novias hacen a los soldados el día de su marcha al frente. En ésta -como en la mayoría- aparecen escritas con esmerada caligrafía en tinta china, arengas patrióticas de sus seres queridos. Ésta en concreto está plagada de ellas, ocupando gran parte de su fondo blanco. Algunas llaman mi atención. Sin demasiado esfuerzo consigo traducir alguna. “Que tu carrera militar sea tan larga y brillan te como la vida del Emperador” o “Te deseo una muerte digna y gloriosa por tu patria y su imperio”…Esa debió escribirla su cuñado, frivolizo con sorna. Encima de su mesa, una botella vacía de Burbon y una automática del 45 –a modo de pisapapeles- mantienen abierto un mapa del sur de Japón, sobre el que reposa un pequeño interruptor de pera, de madera y hueso, de los que se usan en las mesitas de noche.

El general entra de nuevo en la estancia, y me mira fijamente a los ojos, mientras cierra la puerta. Su gesto no ha perdido la cordialidad, pero su voz suena ahora más solemne. Saca dos vasitos metálicos de un cajón y otra botella medio llena, y los pone sobre la mesa. Los llena y me pone uno delante. El Jim Bean no es mi marca favorita, pero se deja beber. Es entonces cuando recuerdo el refrán español que mi abuelo, veterano de la guerra hispano-americana, me solía repetir.

Cuando a un soldado le dan de beber, o esta jodido, o le van a joder

El general toma el interruptor, del que aún cuelga un pequeño trozo de cable, y me lo entrega. Lo cojo desconfiadamente.

-Coronel Tibbets- me pregunta directamente - Si con éste interruptor en la mano, tuviese la oportunidad de acabar con la guerra en el Pacífico de una vez por todas, y salvar la vida de decenas de miles de norteamericanos, acabando a su vez con algunos miles de japos … ¿Apretaría el botón?

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Empieza a anochecer y paseo por la playa. Algunos bombarderos B-29 pasan por encima de mi cabeza. Me acerco al bar de la base y pido que me pasen el teléfono. Con el cambio horario, en casa deben están terminando de almorzar. Echo de menos Illinois. Se pone mi padre, pero no sé qué decirle. Me pregunta cómo estoy y le digo que bien. Le pregunto por la pastelería y me responde que como siempre. No sabe que más decir y llama a mi madre, como último recurso.

-Enola Gay, tu hijo está al teléfono.

 

(*) El 6 de Agosto de 1945, a las 8.15 de la mañana, hora local, el bombardero Enola Gay arrojo sobre la ciudad japonesa de Hiroshima la primera bomba atómica, la “Little Boy”, causando la muerte instantánea de más de 140.000 personas, entre hombres, mujeres y niños.

 

 

Borrados del mapa

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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