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ISSN 1989-4163

NUMERO 46 - OCTUBRE 2013

En la Puerta, como Kafka

Héctor Ranea

—No hubiera podido escribir sobre Troya sin haberla visitado —me dijo Kirlian Josephson en su entrevista tomando su tercer copa llena de brandy.

—¿Viajó a Troya, en Turquía? —le respondí preguntando.

—No; viajé dentro del libro —señaló vagamente hacia la biblioteca—. Me parece que anda por ahí la Ilíada que tiene la puerta para ir a Troya.

—¿Cómo dice? ¿Viaja a través del libro?

—De los libros, me permito corregirlo. Todos tienen puertas acá —volvió a ejecutar el gesto anterior.

Me quedé poco menos que pasmado y sin aliento. Hice silencio mientras él sonreía con satisfacción. Al cabo de unos minutos, no recuerdo cuántos, pregunté no sin turbación:

—¿Puedo viajar yo también?

Me clavó los ojos celestes fríos, primero con sorpresa, luego con algo de indignación y sarcasmo, y finalmente con curiosidad.

—¿Por qué no?

Y diciendo eso se levantó medio tambaleante y en eso, dio media vuelta y me preguntó, con voz aguardentosa.

—¿Adónde querría viajar?

—Me toma por sorpresa. ¡Quisiera ir a tantos lugares!

—Piénselo bien esta noche y me lo comenta mañana.

Volvió a sentarse, mirando hacia la ventana y un poco de reojo a mí.

—¿Puede retirarse? —me dijo.

Al día siguiente, obvio, no se acordaba haber hablado del tema y mucho menos de la promesa que me hizo. Nunca sabré si fue porque no le gustó que no supiese dónde ir o porque no se puede creer en las promesas de un inglés en pedo. No volvimos a hablar más del asunto, como corresponde a los caballeros.

 

En la puerta, como Kafka

 

 

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