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ISSN 1989-4163

NUMERO 26 - OCTUBRE 2011

Relatos

Pepe Pereza

Fragmento 25 (Hablando conmigo mismo)

Tienes todo lo necesario para escribir: café, hachís y soledad. Así que ponte a ello y no desperdicies más el tiempo. Cuenta todo lo que llevas dentro, sácalo fuera, plásmalo, joder. Di que estás harto, que no puedes más, que te hundes en ti mismo, que no sabes hacia dónde tirar, que la confusión abarca tu mente como una niebla espesa que a modo de mortaja viste el resto del cuerpo. Vamos, no te cortes, no seas cobarde, escupe tus sentimientos, airéalos. Golpea con cada silaba que dejes impresa, hiere el blanco de la página, lacérala con rabia. Cada palabra debe ser un puñetazo contundente, brutal, para que la tinta que la imprime sea la analogía de la magulladura causada por el golpe del que la escribe. Desangra cada sentimiento, exprímelo como si fuera fruta ácida. Abre la puta caja de pandora y que salga lo que tenga que salir. Libera tus demonios y confiesa tus secretos más íntimos. Hazlo contando la verdad, sin justificarte, asumiendo los errores, aprendiendo de ellos, consciente de que no eres perfecto y que nunca lo serás. Empieza por lo más difícil y continua por lo más complicado, desde la sencillez, sin olvidar nunca que menos es más. Venga, joder, escribe eso que te guardas, rebusca en tu interior y saca los trapos sucios que taponan tus arterias, deja fluir la sangre sobre el papel. Maldita sea, no te demores más. Aprovecha y sácalo.

Fragmento 26

Dicen que la soledad es un estado de ánimo. Personalmente lo veo más bien como una necesidad. Todo solitario que se precie de serlo sabe que su soledad es un compromiso impuesto no solo por él mismo, hay algo más que le obliga a aislarse de los demás, algo inevitable, inherente a su persona le hace sumergirse en esa soledad, algo así como la necesidad de comer. El hambre es una carga forzada por la propia naturaleza, la soledad también.

Del libro “Fragmentos”

LA GRAN PREGUNTA
Me corrí y me desplomé en la cama, agotado y feliz.

  • Te sabe distinto.
  • ¿El qué?
  • Tu semen.

Yo no tenía ni idea de qué el esperma pudiese cambiar de sabor.

  • Sabe, no sé… más… amargo.
  • No sabía que pudiera cambiar de sabor.
  • Influye mucho lo que comes.
  • ¿Hablas en serio?
  • Claro. Por ejemplo: si has comido espárragos sabe más amargo. Como ahora.
  • Pues no he comido espárragos.
  • El tabaco también tiene que ver. El semen de los fumadores tiene un sabor más fuerte.
  • ¿Lo has leído o hablas por experiencia propia?
  • ¿Experiencia propia?

 Estaba claro, había llegado el momento de la gran pregunta.

  • ¿A cuántos te has follado?
  • No los he contado. ¿Y tú, con cuántas?
  • Contándote a ti, dieciocho.
  • No está mal.
  • Dime cuántos han sido.
  • Tendría que hacer memoria.
  • Hazla.
  • A más de dieciocho, seguro.
  • ¿Más de veinticinco?
  • Algunos más.
  • ¿Más de treinta?
  • Sí.
  • ¿Más de treinta y cinco?
  • Seguramente.
  • Vale, no quiero saberlo.

Algo me revolvió las tripas. Me imaginé una fila de más de treinta hombres. Me pareció una fila enormemente larga, de pronto infinita. Y puestos a imaginar, imaginé que kilómetros de pollas entraban por tu coño y océanos de esperma salían de tu boca, como en una fuente de leche rancia y grumosa. Sí, se me revolvió el estómago, y me sentí enfermo de celos, celoso de todos los que te habían follado antes que yo y de todos los que vendrían después.

EMBRUJADO

  • ¿Qué miras?
  • Te miro a ti.
  • ¿Por qué?
  • Me atraes más que la tele.
  • Pero me pones nerviosa.
  • Vale, dejaré de mirarte.

Centré la vista en la pantalla de televisor. El presentador lanzó una pregunta al concursante: ¿Quién escribió “El buscón”? Hasta un tonto como yo sabía la respuesta. Sentí la necesidad de volver a mirarte pero no quise incomodarte y me contuve. Clavé los ojos en el televisor y luché con la tentación de posarlos sobre ti. Qué culpa tenía yo si eras un imán para mis pupilas. Qué culpa tenía si me quedaba embelesado con cualquiera de tus gestos. Qué podía hacer si me tenías embrujado, si cada día me parecías más seductora...

  • Me estás mirando otra vez.

SIN MAQUILLAR
Nunca me creíste cuando te decía que estabas más guapa sin maquillar. Me mirabas como si te hubiera confesado que era miembro de Kukusklan.  No obstante a mí me lo parecías. Sinceramente no necesitabas maquillaje para estar guapa. Entiéndeme, maquillada también lo estabas. Pero yo te prefería al natural, con esas pequeñas ojeras, tus labios limpios y los ojos sin cercar.
Con la cara lavá y recién peiná. Como en la canción.

 MENSTRUACIÓN

  • ¿Seguro que no te da asco?
  • Seguro.
  • Me lo prometes.

Estábamos en pleno acto amoroso cuando te bajó la regla.

  • Te lo prometo.
  • ¿Estás seguro?

 Para demostrártelo llevé mi mano a tu coño, te introduje un par de dedos, los saqué manchados de sangre y con ella me pinté la cara, como un guerrero que se prepara para la batalla. Pinturas de guerra en mi rostro pálido para continuar con la lucha amistosa de nuestros cuerpos. Un gesto, quizá demasiado teatral, para hacerte ver que no había nada en ti que me diese asco.

Del libro “Amores breves”

 

Pepe Pereza

 

 

 

 

 

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