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ISSN 1989-4163

NUMERO 77 - NOVIEMBRE 2016

Manifiesto y Oración

Ángela Mallén

Publicado en la antología “Refugio”, Vitoria-Gasteiz, 2014

 

     
  1. Manifiesto antibélico

“La guerra (Π?λεμος) es el padre de todas las cosas y de todas las cosas rey”. Dijo Heráclito pensando en el devenir, en el cambio, en el flujo, en el retorno, en la transformación y en la armonía. Pues no habría armonía, reflexionaba Heráclito, si no hubiese agudo y grave, macho y hembra, oposición de contrarios.
“La guerra es el rey de todas las cosas”, resumieron y aplicaron los guerreros, convirtiendo la historia de la humanidad en un cruento campo de batalla. Pero ni Heráclito, ni persona alguna que utilice el logos, puede desear que la oposición de los contrarios naturales dé lugar a la violencia, sino a la alternancia. (Εναλλαγ?).
Porque la naturaleza no hace la guerra. Hace la variación.
La guerra no vale.
Al día le sucede la noche y, tras la noche, llega de nuevo el día. Ni la noche mata ni el día muere. Ambos se alternan para revitalizarse y reafirmarse. Son caras de la misma moneda. Giros cósmicos. Desplazamientos. Como las fases de la luna. Como el método del barbecho. Como el sistema democrático.
La guerra (Π?λεμος- pólemos) no es el motor del cambio. Es el palo en la rueda.

No es la muerte lo que hay que ponderar, sino la vida. Siempre la vida con su multiplicidad y sus ciclos completos. La guerra entre contrarios no vale. Porque empobrece, porque rompe los ritmos, los cómputos y la armonía suprema. De hecho, hasta el mismo Heráclito se contradijo afirmando:

“En los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos”.
 (ποταμο?ς το?ς α?το?ς ?μβα?νομεν τε κα? ο?κ ?μβα?νομεν , ε?μεν τε κα? ο?κ ε?μεν τε).

 

  1. Refugiados. Oración en mitad del campo

Existe una explanada que es un páramo frío
bajo la estrella muerta de la noche.
Allí viven los topos y un pueblo sin futuro
que reza entre el latido y el vacío.


Dame la mano y tira
de mí hasta llevarme a una montaña del cielo,
a una nube llovida donde pisar un charco limpio,
a los puentes de cristal que cruzan entre tú y yo.

Loco hay que ser para mirarme, para escucharme y curarme.
Porque estoy en el infierno y tú te salvas cada día.
Te duermes cada día antes de despertar y poder verme.
Todo pasa a la vez y los ángeles no veis más que la suavidad.

Dame la mano y tira
de mí hasta lo más profundo de tus ojos
para que llores al menos alguna de mis lágrimas
y tú puedas creer por un instante sólo
que tu alma no ha muerto en un confortable letargo.

Tal vez quieras llevarme contigo al cielo lleno.
Llevarme al cielo lleno de las cosas que sobran.
Porque tú perteneces a la gloria
que cumple los antojos antes que los deseos.

Dame la mano entonces
para que yo pueda entregarte mi necesidad.
Para que pueda regalarte mi sueño.

Te llevaré al cielo lleno de la noche
en el que no caben más estrellas,
a los charcos de barro donde nos convertimos en hombres,
a los plásticos azules bajo los que morimos antes de vivir.

Somos niños de ojos más grandes que mendrugos,
madres que miran a la nada como queriendo creer en los dioses,
hombres que darían su corazón por no tener que pelear.

Dame la mano entonces
para que yo pueda guiarte por el laberinto de barracas,
por el hambre que aleja el horizonte
y por la anatomía de la desolación.
Te mostraré la hermosa noche fría del desierto
y mi sueño, tan lejano, puede ser también el tuyo.

 



 

 

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