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ISSN 1989-4163

NUMERO 67 - NOVIEMBRE 2015

Lamias, Vampiresas y Chupasangres

Carmelo Arribas

 

Los capiteles  de la parte izquierda de la puerta del claustro de la Catedral de Barcelona, son de orden corintio bizantinizado. Entre las hojas de roble y bellotas, no dejan de aparecer cabezas, de aves, humanas y de monstruos, que en opinión de los expertos ocultan simbolismos mistéricos, imágenes provenientes del hermetismo oriental de las escuelas mágicas alejandrinas, siendo los artesanos y canteros simples representadores de las ideas que les transmitían.

Pero los que nos interesan son los de la parte derecha, que muestran una representación erótica, en la época clásica, y que en la época faraónica era el “ba”, el alma humana, pero que acabó convirtiéndose en la época medieval en feroces lamias, o vampiresas, que absorbían el espíritu, no en vano la sangre era considerada, en la tradición  judía y que luego heredó  la cultura musulmana, como el continente del alma. Lamias que penetraban en las alcobas, se posaban en el pecho  de los durmientes y les provocaban malos pensamientos y pesadillas, mientras que raptaban a los niños para beber su sangre. Pero este significado, en el que unas mujeres malignas, provocan malos pensamientos y raptan a la inocencia, encarnada en los niños, para beber su alma, se ve complementado por un águila, personificación del valor y la hombría, atacada por dos pavos reales, símbolo indio, adoptado como emblema de ostentación  y lujuria, nada extraño, pues, que el significado de esta simbología se refuerce con otro pavo, que le habla al oído a una sirena pez, considerada desde el S.XII como la imagen de la bajas pasiones que devorarán a los hombres. Esa búsqueda de un refugio amoroso del hombre en una mujer amable, se encuentra en una figura  varonil que reposa su cabeza sobre su regazo de una, mientras a  su lado otra fémina, desnuda, es devorada por un sapo y una serpiente, símbolos, ambos, de los vicios más “fangosos” y  desagradables y de los más sibilinos y peligrosos.

Pero en este caso lo que nos interesa es, ese anticipo de lo que posteriormente se plasmaría en la figura de la vampiresa, la lamia. Y es curioso, que en la Catedral de Barcelona vuelquen, en la iconografía de los capiteles, la versión femenina de estos seres inmortales que vivían de la sangre ajena,  cuando el primer vampiro real que se conoce fue el Conde Estruch.

 A mediados del S.XII, un noble que se había distinguido en la lucha contra “los moros” y considerado un héroe, en la batalla de Tortosa, murió asesinado sobre el año 1173, posiblemente envenenado por un capitán de su ejército llamado Benach, que pretendía a su hija Nuria, que también murió envenenada. Esto coincidió con un año de malas cosechas y, sobre todo, con una epidemia que “envenenaba la sangre de animales y personas”. Si a esto añadimos desapariciones misteriosas de ambos, no es extraño, que respaldada por estas circunstancias, comenzara la leyenda  del anciano conde, víctima de la maldición de una bruja y que, como un apuesto joven, volvía del reino de los muertos para chupar la sangre de animales y campesinos. Estas narraciones duraron durante siglos, y con ellas se asustaba a los niños, diciéndoles que vendría el conde Estruch, si  no obedecían lo que les mandaban los mayores. Esta presencia maléfica, se extendió a diversos acontecimientos, más, como el que cuando  las mujeres  sufrían un aborto natural o parían a sus hijos muertos,  se creía que esto era debido a que habían tenido trato carnal con el conde, que podía tomar la forma de un íncubo. Pero es posible, que en todo esto hubiera algo de realidad, y que el apellido Estruch fuera una deformación de “Astruc”, y  a su vez de “astrólogo”, o personaje nigromante. Fuera como fuera, desapareció toda la documentación y sólo permaneció la tradición oral, incluso apenas quedan ruinas de su castillo.

Pero ¿De dónde surge la historia de las Lamias? Es evidente que este ser existía en el sustrato cultural de muchos pueblos, es como ahora diríamos en términos tecnológicos, se encontraba, “en la nube”, y fue asentada por  el filósofo sofista, Flavio Filóstrato (s,III-V d.C.) en el que nos cuenta que un joven  llamado Menipo se había enamorado de una joven muy bella sin saber que era una lamia, lo que no descubrió hasta después de haberse convertido en su marido, cuando esta le confiesa que lo ha seducido para chupar su sangre. Estas leyendas pueden mostrarnos lo que oculta el subconsciente, la existencia de un miedo no declarado,  profundo, en la mente masculina que teme la reacción de la mujer al sentirse engañada convirtiéndose en un ser terrible. En el País Vasco y la Cornisa Cantábrica, estos seres, forman parte de sus tradiciones, en las que las  lamias o lamiñak, se  aparecen a los pastores con la apariencia de jóvenes hermosas, que viven en los bosques a las que ven junto a las fuentes de agua, peinando su larga cabellera con peines de oro, y entonando dulces canciones, pero esta dulzura se convierte  en ferocidad, cuando se sienten engañadas. Sobre todo si este engaño se ha producido tras un  matrimonio entre un humano y la lamia.

Pero la creencia más allá de las novelas sobre vampiresas, tiene sus confirmación  en los diversos cadáveres que se han encontrado, en diversos lugares y que tenían algunos elementos que hacen pensar que los que los enterraron, no deseaban que volvieran a la tierra a importunar a los vivos o beberse su sangre, como el elemento que les mantendría vivos tras su muerte. En España,  en la cueva de Morín, en Cantabria, del Paleolítico superior,  a uno de los cadáveres enterrados le cortaron la cabeza, que colocaron encima de su cuerpo, que al estar ladeado, quedó bajo su brazo izquierdo,  pero también colocaron sus pies junto a su vientre, de esta manera se garantizaba que no volvería desde la ultratumba a molestar a los vivos. Así poco a poco, con las aportaciones legendarias trasmitidas por diversas culturas y tiempos, se estableció toda la parafernalia que en la actualidad acompaña al personaje vampírico.

Hace pocos años, los investigadores italianos, encontraron los restos, en Venecia, de una vampiresa. Era una mujer a la que le habían colocado un ladrillo entre las mandíbulas para impedir que se bebiera la sangre de los vivientes y propagara la plaga que en el siglo XVI, asoló la ciudad. ¿Por qué se lo pusieron sólo a ella? ¿Había algún antecedente, que lo aconsejara?

El esqueleto, se encontraba en una fosa común donde se encontraban otros cadáveres acumulados como resultado de la plaga que hubo en 1576  en Lazzaretto Nuovo, situado a unos  tres kilómetros al noreste de Venecia, lugar, que fue utilizado como sanatorio. Esta creencia de la existencia de seres que sobrevivían a la muerte física, y que volvían a la tumba en la que habían sido enterrados, durante el día,  tenía su base en la contemplación, al reabrir algunas fosas, de algunos cuerpos hinchados por gas, con el pelo creciendo y sangre saliéndole por la boca. Las telas con las que le habían cubierto la cara, dejaban ver los dientes, ya que las bacterias de la boca habían podrido el paño. La creencia medieval de la existencia de unos muertos vivientes que extendían la muerte al  chupar la sangre con la que conseguían la fuerza para volver a las calles, hizo pensar en cómo matarlos, o al menos evitar que sorbieran la sangre de los vivos, para ello se debía de quitar el paño de su boca y colocarle algo que no pudiera comer, como un ladrillo.

Siempre ha habido una asimilación mental entre la sangre y la belleza, o la vida. Llegándose incluso a hacer transfusiones de sangre de cordero, terneras o niños, en el S.XVII, con unos sistemas rudimentarios, a grandes personajes, aquejados de enfermedades, aunque los resultados fueron fatales para donantes y receptores. Pero sobre todo es a finales del XIX y principios del XX, en el que se piensa que para combatir los estragos que hacía la tuberculosis lo mejor era, beber sangre, sobre todo de niños, esto originó la frecuente desaparición de infantes, que alimentó los mitos del hombre del saco, o el sacamantecas, ya que se pensaba que también las vísceras, colocadas sobre el pecho de los enfermos producían su curación.

La más conocida de estos traficantes, sacasangres, detenida, fue la vampiresa del Raval. Enriqueta Martí, que sembró el terror en la Barcelona de principios del S.XX, y a la que los vecinos del barrio  llamaron “La Vampiresa de la calle Ponent”. Tras trabajar de criada en algunas casas de la burguesía barcelonesa, decidió dedicarse a la prostitución antes de los 20 años. A juzgar por las opiniones de quienes la conocieron, era “agraciada, de voz dulce, fascinadora, parecida a una hechicera”. Tras una relación de casada de diez años,  tras su separación, descubrió las posibilidades que le daban la abundancia de niños pidiendo, y un exuberante negocio ya existente, de venta de sangre sobre todo de niños, adquirida a alto precio por familias ricas para curar la tuberculosis y la anemia. Pese a que de vez en cuando se descubría a algún asesino de niños que vendía su sangre y era castigado, no fue motivo suficiente para no entrar en tan terrible negocio. En Barcelona empezaron a correr los rumores de la frecuente desaparición de niños, pero el gobernador civil de ese momento y que con posterioridad ocuparía importantes cargos políticos, Manuel Portela Valladares,  no le dio importancia pretendiendo demostrar a los vecinos, que eran sólo comentarios infundados. Pero el 10 de febrero desapareció una niña, Teresita Guitart, mientras su madre se había distraído charlando con una vecina. “En aquel momento apareció Enriqueta y le dijo: ‘¿Quieres un caramelo?’, y acto seguido le puso un pañuelo con olor a una planta somnífera, y la atontó, lo suficiente para taparla con una capa y hacerla desaparecer por un callejón”, relataban los periódicos de la época. 

 Enriqueta la trasladó a su casa donde había otra niña, Angelina que se la había robado a su cuñada en el parto. Estaban en una habitación, de donde no podían salir. Pero en una ocasión, en la que Enriqueta se había ausentado, Teresita escapó y se asomó por una ventana. Una vecina curiosa se fijó en la cara de una niña que la miraba a través de un ventanuco, la reconoció, aunque le había rapado el pelo. La noticia pasó de unos a otros, hasta que la   policía, entró en la casa, con la excusa de que los vecinos la habían denunciado por tener gallinas en casa. A partir de ese momento se procedió a detenerla y se destaparon sus atrocidades, pero estas podían salpicar a importantes personajes catalanes que habían sido sus clientes. Las presiones de estos, hicieron que no se investigara más y que la “vampira”, muriera linchada por las presas de la cárcel, posiblemente pagadas por algunos burgueses para impedir que fuera a juicio, y dijera algún nombre al declarar ante el juez.

La imagen de los vampiros, se construyen desde milenios, en la conciencia colectiva, tras la creencia, de que la sangre es la depositaria de la vida y que incluso los vivos, o los mismos muertos, pueden  curarse de sus enfermedades, o vivir eternamente, si beben ese elixir rojo, en el que incluso, piensan, que se deposita el alma, y que con su carácter inmortal  al absorberla les hace superar a la misma muerte. Estos temores y creencias, se encuentran ocultos en nuestro subconsciente, dando, finalmente, forma a unos seres que viven, sorbiendo ese líquido rojo que corre por el cuerpo de los vivos y que a través de él conseguirán salvarse de la muerte o incluso, la inmortalidad.

 

Vampira

Transfusión desde un perro

Súcubo

Lamia

La pesadilla

Esqueleto

Enriqueta

Castillo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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