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ISSN 1989-4163

NUMERO 57 - NOVIEMBRE 2014

La Luz Azul

Javier Neila

“…Sabemos que van a venir a por nosotros. Han estado toda la noche moviéndose en la oscuridad, rodeándonos…agazapados y ocultos…acechantes; esperando el momento adecuado para atacar. Permanecemos callados, agarrados al suelo, inmóviles de frío y miedo…contando la munición una y otra vez, y afilando de nuevo las gastadas bayonetas…exhalando vaho y esputando tabaco y miseria…hablando del hogar en silencio…apurando el cigarrillo debajo de la embarrada manta, con los pies siempre helados…a veces hacemos algún disparo si intuimos que están cerca…pero sabemos que nunca les daremos…son demasiado rápidos y silenciosos…están acostumbrados a aparecer de la nada, golpear y desaparecer en la oscuridad. Por la mañana seremos despojos inertes y las ratas ya habrán acabado con todo lo blando…ojos, cara, vísceras, genitales….Aquí las ratas son enormes y selectas…al principio se lo comían todo…pero ahora pueden elegir…tienen todos los cadáveres que puedan desear…con razón hay tantas. Pensar eso me tortura…no quiero acabar muerto así, y mucho menos aquí, por Dios, mi patria y el Rey Alberto I de todos los belgas…Yo tengo una pequeña granja…unos padres cariñosos, una novia preciosa desde que éramos niños y unos amigos con los que tomar cerveza en la taberna de Antoinne después de guardar las vacas…y todo eso se desvanecerá, porque cuando nos queramos dar cuenta, tendremos encima a esos demonios con caras monstruosas y cráneos lisos…las grandes y redondas cuencas de sus ojos nos mirarán fijamente… sus hocicos sobresalientes exhalarán odio e impiedad y sentiremos ese olor fétido que te quema las entrañas y te hace escupir los pulmones a trozos, mientras te atraviesan el pecho de parte a parte con sus afilados y largos pinchos y sus caballos -relinchando como locos- nos pisotean con sus cascos ensangrentados entre esa endemoniada neblina amarilla…

El destrozado bosque donde estamos es un lugar ingrato y pestilente. Parece que todos los soldados que ya han muerto aquí te hablaran en voz baja…en ésta eterna oscuridad escuchamos susurros extraños, sonidos sobrenaturales, gruñidos espeluznantes. Algunos compañeros comentan que el Perro del Infierno -el Sabueso de Mons- anda por la zona;  Dicen que devora a los soldados aislados, llevándose sus almas después de destrozar sus cuerpos…es negro como la muerte, los ojos rojos como la sangre y de pié puede alcanzar casi tres metros…Otros dicen ver figuras de luz, tenues, azuladas, levitando entre la maleza…ángeles errantes con la forma de mujeres hermosas, que te llevan con ellas al mundo de los muertos. ¡Pobres necios! Yo no creo en nada de eso. Son patrañas para meter miedo a los novatos…Después de la muerte no hay nada, desapareces y se acabo…todos moriremos aquí. Y formaremos parte del paisaje mórbido de éste bosque maldito. Si al menos saliesen las estrellas, podría recordar el brillo de la mirada de Carine; solo recuerdo sus ojos miel…pero ya no recuerdo su cara…se me empiezan a olvidar cosas importantes…no entiendo porqué.

Unas bengalas encienden el cielo con colores rojos y amarillos, justo encima de nuestras cabezas…bajan en pequeños paracaídas de seda, parsimoniosamente,  y durante unos segundos recuperamos la perspectiva de nuestro entorno, entre sombras que se balancean. Nuestra trinchera, encarada al camino que lleva al pueblo, parece minúscula entre toda aquella vegetación destrozada…los cráteres inundados brillan en la oscuridad. Nos miramos con estupor, pero nadie dice nada; debo tener el mismo gesto de terror que ellos; los mismos ojos hundidos, la misma cara macilenta y demacrada, los mismos labios azulados, los mismos dientes ennegrecidos, la misma mirada perdida…Empiezan a escucharse cañonazos y caen algunos proyectiles cerca…quizás alguno lleve escrito mi nombre; o el de Reynaud el carpintero; o el de Vanderhoeven el poeta; o el del pequeño Perrigot…

Está a punto de amanecer y una densa niebla color pajizo comienza a extenderse por todos lados, sin despegarse del suelo, ocupando trincheras y embudos de artillería…la muerte silenciosa va extendiendo su manto, con la calma de un francotirador paciente…aún está lejos…tardará en llegar. Esta noche he visto a Carine, entre sueños…Al fin he podido recordar su cara…creo…me ha mirado como sólo lo hace ella…y me ha dicho que viene para llevarme. Una preciosa aura turquesa rodeaba todo su cuerpo…parecía bañada por la luna…desnuda. Me ha cogido la mano y me ha dicho que esté tranquilo, que pronto acabará todo…que ya no voy a sufrir más…que no tenga miedo…Ojalá fuese cierto…”

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Una sección del Regimiento de Ulanos de la caballería Prusiana aparece al trote en columna de a tres, sobre montículos de tierra y madera machacada…los cascos de sus monturas patinan en el barro y tuercen sus patas intentando pisar en firme. Ha dejado de llover y algunos tímidos rayos de sol se filtran entre las nubes de un cielo plomizo e ingrato.  El joven oficial al mando, baja del caballo y se quita el pesado casco de acero y la máscara antigás…respira aliviado…a su orden sus hombres clavan sus largas lanzas en tierra y descabalgan también.

-No os metáis en los cráteres sin máscara…aún pueden quedar bolsas de gas- les advierte.

El jinete mira a un sargento del Servicio de Inteligencia que registra unos cadáveres, mientras busca su tabaco en las alforjas de la silla de montar.

-¿Que lees Wüpper?

-Las últimas palabras escritas en el diario del soldado….Crombez…mi alférez. Escritas justo hoy y aquí…”Bosque de Houthulst, 31 de Octubre de 1918”… Nada interesante…alucinaciones de un moribundo. ¿Se ha fijado en las caras agónicas de sus compañeros? No les dio tiempo a ponerse las máscaras; manos en la garganta…bocas abiertas…miembros rígidos…El fuerte viento del norte les pilló por sorpresa…además el obús cayó ahí…a veinte metros escasos. Desde que mezclamos el fosfógeno con cloro se expande mucho más rápido…pobres diablos…Crombez sin embargo reposa sonriente y relajado. Parece… ¿Feliz? Ni siquiera intentó sacar la máscara de su bolsa…Supongo que estaba muerto antes de que les llegase el gas.

-Bueno…hay fulanos con suerte- dice el oficial mientras enciende su pipa de espuma de mar y suelta una sonora carcajada.

 

 

La luz azul

 

 

 

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