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ISSN 1989-4163

NUMERO 57 - NOVIEMBRE 2014

La Isla Mínima. Lo Más

Itziar Mínguez

Cuántos prejuicios hay todavía con el cine español. Hay cine negro, comedia, drama, comedia romántica, cine de terror, cine fantástico y cine español. Como si la coletilla “español” fuera el género. Es un lastre que arrastra nuestro cine desde hace décadas y va a ser difícil quitárselo de encima. Para colmo, cuando se estrena en las pantallas un peliculón español, lo comparan con la famosa serie de HBO True Detective . No he visto la serie aún, todo se andará, pero sí he visto la película: La Isla Mínima, que es lo más; no lo más del cine español, lo más del cine, a secas, sin etiquetas. Alberto Rodríguez es un cineasta peculiar y arriesgado; lo ha demostrado en sus anteriores películas: 7 vírgenes y Grupo 7 , donde ya daba el perfil de cineasta distinto, que huye de la historia fácil, del planteamiento original que se queda en eso, un planteamiento donde se agota la historia. La Isla Mínima es una película ambiciosa, una de esas que consigue llegar al alma a golpe de esfuerzo, calidad, implicación y, sobre todo, con la firme convicción de que en España se puede hacer cine de calidad. El thriller vende, gusta, está de moda, es un género agradecido, pero también difícil de llevar a buen término sin que al final todo el argumento se haya montado en función de un elemento sorpresa que suele ser insuficiente. Hay otro cineasta en España que maneja de manera extraordinaria el thriller, el suspense, la contención: se trata de Enrique Urbizu, quien desde que formara pareja creativa con el genial guionista Mitxel Gaztambide, ha firmado tres películas de las que dejan literalmente sin respiración: La Vida Mancha , Caja 507 y No habrá paz para los malvados . Cine del bueno, como el que tenemos con La Isla Mínima . Cine que no se queda en la superficie, que ahonda sin miedo, que logra que la historia cale hasta los huesos, sin compasión, sin temor de llevar las historias y sus personajes hasta sus últimas consecuencias. En La Isla Mínima la historia es sencilla. Años 80. Poli bueno y poli malo. Las marismas del Guadalquivir como paisaje. Ese sur deprimido donde el tiempo parecía ir más despacio. La desaparición de dos hermanas, adolescentes. Ingredientes que pueden llevar a la idea equivocada de estar ante una historia mil veces contada. Eso es lo increíble de la película, que con esos elementos pueda contar una historia tan profunda, tan inquietante, tan intensa y escalofriante que es como si te la contaran por primera vez y lo hicieran de esa forma en que quedan grabadas a fuego las historias que marcan. Alberto Rodríguez sabe no solo sacar chispas del argumento, también hace que los actores den lo mejor de sí mismos. Javier Gutiérrez está tan inmenso que horas después de salir del cine todavía tenía su mirada clavada en la memoria. Es uno de esos personajes Stevensonianos que tienen el bien y el mal dentro de sí y, por lo tanto, amas y detestas al mismo tiempo y con igual intensidad. Otro elemento que eleva la película a los altares es la atmósfera. Qué difícil es crear una atmósfera; porque los personajes, las historias, se escriben; la cámara encuadra el plano perfecto; la luz se consigue; pero la atmósfera es eso que no puede programarse, escribirse, concebirse como tal. La atmósfera es la perfecta conjunción de espacio y tiempo, cuando ambos consiguen avanzar de la mano y hacerlo sin estridencias, completándose. Hay que ir a ver La Isla Mínima porque es lo más. Es emocionante hasta decir basta. Es inquietante ver cómo están retratados los 80 y darse cuenta de que se parecen tanto a nuestro hoy en día. Cine español del bueno, perdón, cine, así a secas. Llenen las salas como en 8 apellidos vascos . Esta vez sí, verán lo que es bueno.

 

 

 

 

La isla mínima

 

 

 

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