AGITADORAS

PORTADA

AGITANDO

CONTACTO

NOSOTROS

     

ISSN 1989-4163

NUMERO 57 - NOVIEMBRE 2014

Los Dos Humbertos

Cayetano Esparafucille

A Humberto

Con admiración

 

Su enemistad o amistad, según qué Humberto fuéramos, se fraguó a lo largo de los años a raíz de un contacto continuo, una misma pasión y distintas capacidades. Estudiaron en el mismo colegio se sentaron pupitre con pupitre y después se mantuvieron juntos en la misma facultad aunque con resultados opuestos porque tenían el mismo nombre, la misma vocación, pero Dios los había hecho muy distintos.

Uno de ellos dejó la carrera de Bellas Artes a causa de un profesor. Ante la impresión que le produjo la visión de uno de sus cuadros el profesor lo llamó a su despacho y después de cerrar la puerta para que nadie les pudiera escuchar le dijo: “Váyase de aquí. Sólo conseguirán que le estropeen esa fuerza que usted tiene. Busque su camino en el trabajo. Trabaje duro. En soledad. Lo demás ya lo tiene. Aquí nadie le va a dar nada. Y en el peor de los casos le pueden robar el alma”.

El otro quedó medio huérfano allí en la facultad, pero convencido de que quedaba en la mejor de las posiciones cobijado en la oficialidad de su formación académica pensó que el otro cometía un grave error buscando la vida bohemia no reglada.

Sin embargo, a pesar de coger caminos distintos los dos Humbertos no perdieron el contacto. Simplemente dejaron de ser como siameses.

Humberto emigró como único camino para aislarse y encontrar su pintura.

El otro Humberto quedó aquí, acabó sus estudios y ante su falta de una idea propia de pintura, se refugió en la abstracción.

Humberto para sobrevivir vendía retratos por encargo, pinturas sin sello propio, con pseudónimo (Aranda) trabajando duro a la espera de encontrar su verdadera forma de expresión.

El otro Humberto abrió una galería donde exponía obras de compañeros y amigos, incluidas las de Aranda que se vendía muy bien.

Alguna vez Humberto (Aranda) volvió a su ciudad natal y nunca olvidó quedar con su amigo y tocayo.

-Deberías exponer tu obra. Eres pintor, no galerista. Ojala no sea porque la gente te obvia en sus críticas o porque no vendes.

-Eres generoso conmigo. Siempre lo has sido.

Pasaron los años y Humberto se hizo un nombre como galerista y crítico de arte en diversas revistas, en parte gracias a los cuadros de Aranda cuya cotización era excepcional.

Una mañana recibió una llamada en su despacho de la galería.

-¿Humberto?

-Si

-Soy yo.

-Hola Humberto, dime…

Parecía excitado. Humberto era un artista pasional. Hacía tiempo que no sabía nada de él. No le extrañó la llamada.

-Me gustaría enseñarte algo. ¿Podrías venir mañana a la ciudad? Quiero enseñarte algo. Sólo tú puedes llegar a comprender lo que he hecho.

-De acuerdo. Puedes contar conmigo.

Cogió el coche bien temprano para llegar antes del mediodía al estudio de su amigo y encontró a Humberto eufórico, sus ojos negros brillaban más de lo que en él era común.

-Mira. Ven.

Lo llevó por un pasillo largo hasta donde se abría una amplia sala donde convivían un catre, un sillón, y cientos de tablas, lienzos, fotografías en las paredes, pinceles, brochas… Alocadamente fue descubriendo telas, apartando biombos, cada lienzo que descubría abría a los ojos de Humberto un mundo nuevo, una nueva forma de pintura, nada que ver con Aranda. Aranda se quedaba en un pintor de hotel comparado con este Humberto nuevo, profundo, lleno de fuerza y hondura. La luz, el simbolismo, la perspectiva, toda la complejidad de años de trabajo había quedado por fin plasmado en una serie de cuadros excepcional.

-Ya puedo firmar con mi nombre tocayo. ¿Ves? Humberto. Ya no más Aranda. He encontrado mi estilo. Soy yo mismo. Este soy yo…

Humberto lo interrumpió, no se había quitado el impermeable siquiera.

-Quién más ha visto esta serie de cuadros…

-Nadie más que tú.

-Ninguno de tus ligues siquiera…

-Te digo que nadie. Además, quería que mi galerista fuera el primero en verlos…

Sin querer Humberto no contestó a la sonrisa de su amigo. Su mirada, desde hacía un rato, buscaba a su alrededor el instrumento para hacer lo que siempre había deseado pero nunca había sido suficientemente maduro para reconocer. Lo que él mismo nunca antes había sabido ver con nitidez sino con sentimientos negativos pero borrosos, algo en él había estado luchando. Algo en él había dejado de luchar.

Buscaba y buscaba hasta que su mirada se posó sobre lo único que le separaba de la posteridad. Un objeto que en los días siguientes alcanzó una preponderancia periodística y forense hasta el punto de cambiar su nombre. Se pudo leer “objeto contundente” o “arma homicida” tanta importancia cuando no era más que un simple atizador.

 

 

 

Los dos Humbertos

 

 

 

@ Agitadoras.com 2014