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ISSN 1989-4163

NUMERO 27 - NOVIEMBRE 2011

Pierre Menard, Autor de El Hacedor

David Torres

Mi cuarto a espadas sobre el asunto Kodama. Lo escribí ayer viernes a toda prisa y ha salido publicado hoy sábado en El Mundo. En la misma página aparecía un ataque visceral, intempestivo y venenoso de Luis Antonio de Villena que eludía el tema principal del debate. A Luis Antonio le parece que el libro de Fernández Mallo es muy malo pero no vamos a retirar todos los libros malos del mercado. Dicho de otro modo, si el libro le hubiese parecido magistral, ¿habría apoyado la insensata censura de la Viudísima, quien reconoce, para colmo, que ni siquiera ha leído el libro? Me temo que en su lectura Luis Antonio no ha pasado de los lacasitos y que Arcadi Espada, que menciona el tema de pasada para una de sus abstrusas disquisiciones pedagógicas, no ha visto ni las tapas. No se trata de una acusación de plagio. El hacedor de Borges (remake) no usa aproximadamente más que un 5% del texto original de Borges. El problema es que usa el título, la estructura y los títulos originales de relatos y poemas para hacer (el verbo es justo y explícito) algo distinto, original y agustiniano cien por cien, y que los usa sin haber pedido permiso a la actual propietaria de los derechos de autor.

OCHENTA AÑOS Y UN DÍA

Imaginemos por un momento que James Joyce se hubiese encontrado, a poco de publicar el Ulysses, con un pastor de cabras cretense, descendiente remoto de Homero, que, según el consejo de un astuto abogado micénico, le acusara de haber saqueado la obra de su tatarabuelo sin su permiso. Imaginemos que en aquel entonces los derechos de autor no se extinguieran a los 80 años, como prescriben actualmente, sino que se mantuviesen para uso y disfrute de los herederos hasta la extinción de la especie. Imaginemos que Joyce argumentara que en ningún caso su novela era un plagio, sino que sólo había usado el nombre del personaje principal, la resonancia mitológica y la estructura general del poema para trazar otro libro que fuese a la vez un homenaje y un avatar irlandés de la Odisea. Imaginemos que el codicioso abogado replicara que, con ese título y esas referencias (a las sirenas, al Cíclope, a Penélope) lo que pretendía Joyce, en realidad, era forrarse a costa de una epopeya legendaria. Imaginemos que la demanda triunfa y lo que tenemos es la desaparición, por los siglos de los siglos, de un título fundamental del siglo XX.  

María Kodama le ha hecho un flaco favor a la literatura y al legado de Borges al anteponer los sacrosantos derechos de autor a la literatura y al legado de Borges. Puede que le asistan la razón y la ley, pero su maniobra demuestra que no ha entendido nada de un escritor que insinuó que la historia universal de la literatura podía y debía escribirse sin citar un solo nombre propio. Ese amanuense anónimo y eterno en el que se encarnan todos los autores, buenos y malos, pésimos y geniales, es el que guió la mano de Agustín Fernández Mallo cuando decidió urdir un original homenaje a El hacedor. Fue el primer libro de Borges que leyó en su vida pero cometió la ingenuidad de no pedir permiso, de recurrir a una técnica literaria ancestral que el propio Borges utilizó a menudo (con Kafka, con Dante, con Schwob). El libro de Agustín es una audacia y un juego intelectual que Borges habría aplaudido o desdeñado, pero que nunca habría prohibido, como no desautorizó la parodia que firmó Cabrera Infante en Exorcismos de esti(l)o. Por desgracia Borges no está vivo y por su boca habla gente que ni siquiera ha leído el remake de Agustín.  No nos queda más que aguardar ocho absurdas décadas para que el juego sea legítimo. Ochenta años para recordar, día tras día, que, como señaló Borges, la originalidad total nunca existió y que escribir siempre es reescribir.

Borges y Kodama

 

 

 

 

 

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