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ISSN 1989-4163

NUMERO 83 - MAYO 2017

Checoeslobalkania X: Las Desventuras del Príncipe Sternenhoch, Ladislav Klíma

Luis Arturo Hernández

LAS CUITAS DEL ENDEMONIADO IDIOTA STERNENHOCH

 Las desventuras del príncipe Sternenhoch, Ladislav Klíma, Libros del silencio, 2012.


   Las desventuras del príncipe Sternenhoch, del escritor checo Ladislav Klíma (1878-1928), ambientada en los años inmediatamente anteriores al estallido de la Gran Guerra, constituye una clara manifestación del estilo grotesco tan característico de la literatura checa y, además, en sus dos vertientes: la siniestra y deshumanizadora característica del modernismo alemán que diseccionara Wolfgang Kayser en su ensayo Lo grotesco. Su configuración en pintura y literatura; y la festiva y rehumanizadora propia del carnaval que Mijail Bajtin interpretó en su François de Rabelais. El carnaval en la edad media y el renacimiento, que convierten a Klíma en precursor de los checos Hrabal o Kundera.

         LA DEGENERACIÓN DEL GÉNERO NOVELESCO

     El diario de las atormentadas relaciones del aristócrata Sternenhoch con una mujer fatal con quien se casó constituye un folletín esotérico, un macabro rito de iniciación al Trasmundo, que el “editor” enmarca entre el relato de los antecedentes del testimonio y el desenlace fatídico del desventurado noble, tras un sinfín de encuentros, reencuentros y desencuentros entre el alfeñique tragicómico (1) —“En fin, al margen de mi prosapia y opulencia, oso decir que soy un adonis, pese a ciertos defectillos, como que mido tan solo metro y medio y peso cuarenta y cinco kilos, que ando algo desdentado, mondo y lampiño, además de un poco bizco y significativamente cojitranco” (p. 13)— y Helga (2), dechado de depravaciones hasta extremos caricaturescos —que recorre el catálogo de transgresiones canonizado en El erotismo de G. Bataille: de sacrilegio hasta homicidio pasando por la violencia sexual, sin hacerle ascos a la escatología—, y que el príncipe “Don Asco” proyecta más allá, hacia el terror de lo desconocido, mediante la elipsis —“No quiero, no puedo, no debo describirlo…” (p. 20)—, poseída por el inhumano rufián que la guía en su “camino de imperfección”, y a medio camino entre el  irracionalismo filosófico —del pesimismo sistemático del misógino Schopenhauer, y eso por no citar el solipsismo del obispo Berkeley, a los dictados de Zaratustra del psicofante Nietzsche— y el sincretismo de herejías caras a simbolistas o decadentistas como Huysmans et alii  —“Has de penetrar en el más vil lodazal para alcanzar la más elevada Luz” (p. 49)—.

          UNA DE FANTASMAS O AHORA VIENE CUANDO LA MATA

  Jugando con el “dato escondido” y una truculencia de novelón gótico —“En fin, a lo que iba” (p. 146)—, se sabe que Sternenhoch se ha desecho de “Daemona” dejándola morir de hambre y se ha encargado de que capturen a su  “Soberano”, una fuerza del Averno de poder sobrehumano —“el número total de víctimas caídas aquel día fue de dieciocho muertos y un sinfín más de heridos”(p. 95)—, y vive atormentado —“Dios, perdona la blasfemia de este gusano medio pisoteado” (p. 97), figura que se compadece bien con la afición del propio Klíma al consumo de anélidos— por las des/apariciones de su víctima —«lo que nuestros sesudos antepasados llamaban “fantasma”» (p. 67)—.

 El eventual carácter introspectivo sobre la esencia del Mal que anida en el Hombre se da la mano en Las desventuras con la sátira sarcástica del Imperio Alemán, en busca el príncipe de remedio para sus “alucinaciones” en su contacto con personajes episódicos que van del científico —en este caso, el homeópata: “Así que estas eran las intenciones del Erudito: […]Una idea genial: vencer la enfermedad mediante la enfermedad. Similia similibus curare” (p. 106) — a la hechicera Esmeralda Carmen —«La fe es lo único que cura […] Si alguna vez, aun teniendo el talismán, se apodera de usted el miedo, repita en voz alta: “¡Fantasma, vete a tomar por c- - o!”» (p. 110)—. Pasaje en que el poder de la risa de transmuta (en paralelo a la alquimia del Odio en Armonía Universal del Bien Supremo en su muy alambicada mística —“El Odio es negro; […] Dios es blanco. […] Es necesario amarlo todo…, todo. […] En eso radica el Misterio: lo más repugnante se diluye en el amor […]” (p. 184)—, y en una carnavalesca inversión del mundo superior y inferior, macro y microcosmos) de la aniquiladora carcajada nihilista de Kayser en la risotada festiva y liberadora de Bajtin: “la risa ahuyentaba de raíz todo temor” (p. 111), y de la que se hará eco incluso la aristocracia y el propio káiser: «”Uo, uo, vete a tomar por c - - o!”. Indiscutiblemente, también el texto era hijo espiritual del monarca» (130), en cuya figura hace cumbre la aludida categoría estética de lo grotesco: “Contemplé su apestosa boca, abierta; sus rígidos rasgos, pese a toda su grandiosidad, tan grotescos, tan cómicos… Nada más ridículo que su rostro…, si no perteneciera al káiser…” (p. 140).        Una grotesca ridiculización de la que no se salva, en su feroz autocrítica, ni siquiera la gastronomía del país: “Pero ¿los bohemios? Bastaría con disparar con nuestros cañones, en lugar de granadas, esos repugnantes knedlík rellenos de ciruela que gastan” (p. 134).

        ¿RESUMEN DE LOS EPISODIOS ANTERIORES O CONTINUARÁ…?  

  En resumidas cuentas, que a medida que el luciferino espectro de ella va ascendiendo en el Infierno, el estilo grotesco va virando de lo espectral a lo cómico —“En ese caso, si eres un fantasma, ¡no te importará que te atice!”/—“¡No soy un fantasma!”(p. 149)—, purgándose en su acceso a una suprarrealidad, en un estado alterado de conciencia que pudiera ser precursor del surrealismo —«mi sueño era ya solo, en realidad, “vigilia”, puesto que, […], la vigilia consistía en una síntesis superior de vigilia y sueño” (p. 152) —, en pos de la nueva supermujer Eva, luciferina Lilith (3), a la vez que el dostoievskiano príncipe idiota Sternenhoch, nuevo endemoniado,  ronda el palacio de la locura —“Sigo beodo. La ebriedad es locura; me rijo por el principio homeopático: ahuyento al diablo con Belcebú. Y, como podéis ver, ha resultado de fábula” (p. 159)— y, en una regresión inversamente proporcional de los estilos sublime e ínfimo de la estética de lo grotesco, y tras identificarse con un perro en su delirium tremens, recibe de manos de la superchera Esmeralda el conjuro del Podex romanus  —“No en vano escribo con bastante cordura. ¿Sobre qué escribir? […], no quedaría muy decoroso por parte del futuro káiser alemán” (p. 172)—, en una deriva a lo animal —sexo, muerte y escatología, la laicísima trinidad inversa de la espiritual del Amor, la Religión y el Arte—, aquejado del “mal sedentario” —“Por eso prefiere sentarse en el suelo; por eso duerme en el establo y ladra; por eso coceó y mordió a los gendarmes; […]” (p. 175)—, hasta el presunto desenlace en que el juego de apariciones parece ser mera carnavalada —“Estuve pensando en la Venganza. Ideé un plan diabólico. Fingir ser un fantasma y aterrorizarte hasta la locura y la muerte” (p. 196)—, una parodia terrenal de la superstición del más allá —“De manera que… ¿quién es mi asesino?[…] No lo han averiguado. Sin embargo, he escrito también a Sherlock Holmes” (p. 190)”—, una burlesca fiesta  de raíz bajtinesca eslava —y slavia es ‘fiesta’ en checo— dentro del germánico castillo gótico de kayseriano terror nihilista.

     Y OTRA VUELTA DE TUERCA TRAS UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO

  Pero, a pesar de la tentación del happy end de un cierre en falso, el Mal juega en serio  y la culpa pasa factura al asesino Sternenhoch con otra vuelta de tuerca de su sinrazón —«La locura no es sino sentido común. El Sueño la auténtica Realidad. La Muerte, la Vida genuina. La “vida” es solo el delirio de un cretino. ¡Ven a mí, oh, Muerte!» (p. 208); “¡[…] el gusano Sternenhoch se ha metamorfoseado en Superhombre!”(p. 213) y “La Insania de Sternenhoch derivó en Suprainsania, la cual constituye la Eternidad y el Todo” (p. 216)—, en el marco narrativo mediante el que el autor-editor apostilla al fin las alucinaciones del diario en un desenlace, ahora sí, donde el estilo grotesco del más allá germánico se ridiculiza con el del más acá eslavo: “El príncipe, al agacharse sobre el cadáver, se hirió la cara con el afilado hueso de la nariz. ¡Daemona le fue benévola incluso en eso! Al cabo de dos días murió de septicemia.” (p. 226)”. Y tal vez porque, parafraseando la paradoja gallega, “los fantasmas no existen…, pero haberlos haylos”.

(1) “Sternenhochito —me dijo Willy—, te asemejas al príncipe Stavroguin […], tal y como he leído en una estúpida novela de Dostoievski [Los endemoniados]” (p. 21)

(2) —“Borrachete —me dijo el delfín—, ¿no te habrás casado, por casualidad, con esa autómata de madera, […] de los cuentos de Hoffmann?” (p. 21)

(3) “¡Sólo cuando la Mujer se despierte del letargo […], cuando pisotee a la vil, estúpida, brutal, parasitaria, irrisoria raza masculina, saldrá el sol para la humanidad! (p. 155)

Klíma

 

 

 

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