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ISSN 1989-4163

NUMERO 83 - MAYO 2017

El Francotirador Paciente

Javier Neila

Así eras tú; amigo, compañero de armas, fiel camarada. No descansabas hasta que lo hiciera yo, y a veces ni siquiera entonces. Porque las palabras miedo, hambre, frío o sueño no iban contigo. Y es que siempre podías llegar más allá de lo esperado, alcanzando el lugar más lejano, dónde nunca antes nadie estuvo, para volver con tu presa entre los dientes, entre la admiración de todos, la envidia de los que no podían ser como tú y mi orgullo legítimo de estar contigo.

Así eras tú, mi buen amigo; inasequible al desaliento, forjándote cada día bajo la lluvia, aguantando la sed, mal comiendo a la intemperie y sin aminorar nunca la marcha, bajo el cielo raso de un amanecer siempre incierto; o durmiendo bajo las estrellas junto al fuego, compartiéndome tu queso, tu manta y tu silencio, ese silencio de ojos marrón oscuro, que buscaban un no sé qué, y que seguro ya has encontrado, siguiendo la ruta que tu lucero te ha marcado.

Nunca nos importó la muerte, porque siempre llega, porque siempre está, y porque no seriamos nada sin esa sombra compañera que da temor y sentido a las cosas. Y que, como un francotirador paciente, cómodamente espera a que el aire deje de soplar en su contra y que el sol no le deslumbre; para apuntar con precisión al pecho del más aventajado, del más rápido, del más bueno, sin que lo podamos prever; y es que la dama negra conoce bien su oficio y su objetivo. Por algo lleva toda la vida observándonos a hurtadillas y le somos viejos conocidos. Por eso siempre ha sabido más la muerte de nosotros, que nosotros de la vida. Y así –otra vez- la bala da tan fuerte en el pecho de uno, que al matar rebota y hiere el corazón de todos los que le rodean.
Había llegado tu hora, mi buen amigo. Quién nos lo iba a decir con la fuerza que aún te quedaba, la intensidad que derrochabas y esa vida fiera que repartías en cada lance y con cada oportunidad. Pero sabemos bien que ya es demasiado tarde cuando ves el fogonazo. Te han dado y ya estás en el suelo, herido de muerte, antes incluso de haber oído el disparo. Y es que esa bala, era sola y toda para ti.

Al menos estuvimos juntos, y pude acompañarte caminito a lo eterno, con paso quedo, como sólo lo sabemos hacer los soldados viejos que –como tú y yo- hemos visto alguna vez a los Cuatro Jinetes cabalgando entre las nubes. Y me alegra que mi voz fuera la última que oíste, recordándote lo bueno que eras; y que mi mirada agradecida desapareciera de tu retina, justo cuando te empapó lo oscuro para siempre; allí, solitos los tres, la Parca tú y yo, jugando a las cartas por última vez, mientras intentaba encajar que te había salido el as de picas. Dejaste de respirar en calma, discretamente y sin dramas, como solo tú eras capaz de hacer, demostrándome de nuevo que las risas y el pan se comparten, pero el miedo es patrimonio de uno, y es cada uno el que lo lidia como puede y quiere, en la intimidad profunda y sin ecos de nosotros mismos, sin que nadie pueda verlo. Y fue eso, tan solo, lo único que no quisiste compartir conmigo.

Te echaré de menos Indy, mi amigo, ahora y siempre.

El francotirador paciente

 

 

 

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