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ISSN 1989-4163

NUMERO 63 - MAYO 2015

Vino y Uvas

Javier Neila

 

Abre la nevera, y mira fijamente el racimo de uvas negras que rebosan en el plato blanco de filo dorado. Sonríe. Le asaltan recuerdos. Su mente aprovecha y se la lleva de la mano a otra época y lugar. Muy lejos, hace mucho. El espacio y el tiempo… Las dos únicas realidades que de verdad existen. Divaga nostálgica hasta que el pitido del frigorífico, sin delicadeza, le devuelve a su apartamento, su vida y su presente. Saca la fruta y se sienta en su sofá de siempre. Antes ha sacado la última botella de su vino favorito. La que guardaba para un momento especial que nunca llegó. O quizás éste lo sea. Un Merlot chileno. Isla Negra . Rojo sangre. Elegante pero fuerte; duro al paladar y con regusto maduro en la boca. Como ella.

Los vinos se asemejan a las personas, piensa; Se percibe la buena crianza y la calidad en el origen y en las raíces. Se nota si la parra creció sin control o manos cariñosas y atentas cuidaron su crecimiento; Si la uva fue retirada a destiempo, o le dio el aire y el sol lo suficiente. Si se heló en su primer invierno o la maltrataron en la vendimia; si sufrió sequía o se pudrió por exceso de agua; si creció independiente y libre, o si nada más nacer, quedó perdida en el anonimato de la multitud, volviéndose la marca blanca de un vino barato.

Sigue lloviendo, pero ahora con suavidad. El rítmico golpear de las gotas en la cristalera predispone su ánimo. Suena de fondo “Hotel California” de los Eagles; la versión que tocaron en vivo con Eric Clapton, en abril del 94. “La mejor canción que jamás se haya compuesto” solía decir él. Pero él ya no está. Ni volverá. Descorcha, se sirve despacio y comienza a comer uvas. Alterna el sorbo con el bocado, a ritmo de la canción. Mira al techo, apoyando la cabeza sobre la pared; una pared marcada con huellas de cuadros recién descolgados. Toma aire. Pasa de la uva joven al vino maduro. La uva es vivencia; el vino recuerdo. Son la diferencia entre reír con besos, o escuchar el desgarro de un saxo de blues en la radio, conduciendo a ninguna parte, una noche cualquiera de soledad. Por eso la uva tersa rompe y le explota en la boca; El vino se contenta con impregnarle el paladar de matices lentos e intensos, que le perduran bajo la lengua y en las encías. Y que le escuecen. Le escuecen mucho.

Su Samsonite gris está esperándola junto a la puerta. Parece que la mira. Que quisiera salir ya; que estuviese nerviosa, como un perro al que le han puesto la correa. La maleta está nerviosa y repleta de cosas. Suena el timbre. Ella abre. El Secretario del Juzgado le pide que se identifique. El paraguas le gotea. El policía baja la mirada. El cerrajero, impasible, menea con la rodilla su caja de herramientas. Ella muestra el DNI con la sonrisa más elegante que jamás ha visto un funcionario público, y abandona la casa arrastrando su vida color gris, que repleta de nada, chirría por falta de uso.

Nadie la espera en la puerta de la calle. Eso era antes. Ahora solo tiene de compañía la lluvia en la cara. Se mezcla entonces el agua dulce con la salada. Nunca se ha sentido tan sola y a la vez tan viva y tan libre. No todo el mundo tiene la suerte de empezar desde cero, piensa. Y es que lo mejor aún está por llegar. Paladea el fondo de vino que aún le queda en la boca. Recuerda la botella abierta, abandonada. Se ve a sí misma. Sonríe. No tiene nada que perder. Así que lo tiene todo por ganar.

 

 

Morcilla española

 

 

 

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