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ISSN 1989-4163

NUMERO 43 - MAYO 2013

Audacia

Rosa Mª Ortega

   Va por ti.  

   Hoy he podido sacarme una pequeña astilla de madera que tenía clavada en la yema del dedo medio desde hace cuatro días. En cierto modo, la voy a echar de menos. Me gustaba mirar el minúsculo punto bajo la piel con el que había suscitado esa extraña relación simbiótica. Era la huella indeleble de haber tenido un gesto romántico en el parque. Una intención subyacente.

   Si vos pretendéis comprender mi delirio, os deberá subyugar la sensibilidad. Caballero sensible, caballero inteligente. ¿En qué gleba le busco? ¿En qué satélite? ¿Un eclipse anular de Sol? ¿Un penumbral de Luna? ¿O debería echar un vistazo a Venus, que puedes ver ahora más espléndido y argénteo? Si tienes telescopio en el balcón, claro, porque si no tienes telescopio, no vas a ver una leche. Y si no tienes balcón, tampoco. Es que he fijado en la retentiva la primavera astronómica del 2013. La he memorizado en un duermevela, de la A a la Z. Por ilustrarme en algo y no PENSAR demasiado. Porque si EMPIEZAS a darte cuenta de que EMPIEZA a gustarte alguien, y EMPIEZAS a PENSAR que probablemente te ha gustado todo el tiempo y no lo sabías, y el asunto EMPIEZA a tomar un cariz distinto del que indicaba hasta ahora, y eso EMPIEZA a preocuparte, llegas a la imperante conclusión de que hay demasiadas cosas que EMPIEZAN, y no tienes la más absoluta idea de qué aspecto tiene todo eso, visto desde fuera de tu propia mente-cuerpo. En otras palabras: estás (estoy) hecha un lío. Porque tú no crees ni por un instante que puedas gustarle a él del mismo modo en que te gusta él a ti, así es que tienes que dejar de PENSAR en ello, porque estarás PENSANDO demasiado, chata. Y PENSAR en él y en ti como en el binomio Bogart-Bacall no va a llevarte a ningún lugar más allá del ensueño. Le contemplarás ligeramente en ese resguardo onírico que has creado tú solita en tu terrón melado. Calculando: 5 pensares más 6 empezares. Podría bajarte el azúcar en sangre y sufrir una lipotimia de un momento a otro. No sigas. Por ende, te obligas a recordar que siempre que te has enamorado, al final te han hecho daño. Todas las veces. Así es que estos días, mejor te circunscribes a observar el firmamento, a ver si se hace la luz, te atizas dos hostias y te espabilas, que ya vas tarde.

   Y en ese punto de mi desarrollo cognitivo estoy. Fiscalizando lo que siento. Instándome a objetar la probabilidad de que un tipo lea El cuaderno de Noah (“Yo se lo leo…y ella se acuerda”). Instándome a rebatir la sensatez ajena a los imperativos de la lógica. ¿Y si apenas le conozco y ya me gusta lo que habla, lo que cuenta, lo que escribe…sin haber observado su letra?

   Anoche pensaba que debería rehusar. Suponerle infame y vil. Hacerme esquiva, veleidosa, desafiante. Retraerme y abdicar. Subir al Mirador del Duque (de Béjar) y no hacer nada. Pero no se me da bien no hacer nada. En lugar de eso, he estado tallando su nombre en el respaldo de madera de un banco en el parque y, por tonta, me clavé una astilla en el dedo al tallar. Emulando vidas de antaño. Al borde del recodo del ridículo. De patosa calaña. Propiciando una debacle al escribirlo, según diría una sensata amistad que sé de buena tinta que me va a sermonear. ¿Y qué, si al final hago siempre lo que quiero, cuando no miráis? Equivocarme, tal vez. O sería una persona distinta de la que soy. Si tomase otro desvío y no plasmase lo que escribo, de inmediato, estaría en otra parte. Sería una mujer diferente. Qué más da. Que la vida es para no dejar pasar de largo un instante como este, y trazar el perfil de su rostro en un cuaderno y un dibujo que mirar de vez en cuando.

   Por haberme otorgado ciertos momentos adorables de diálogo. Porque mirarle me aturde y mi mirada es subrepticia. Porque he sido a veces insolente y descortés, disipando la vergüenza. Por mi irremediable tendencia procaz a la inspección de sus labios. Por sus manos, la atrayente argolla en el dedo, un pitillo entre índice y medio. El gesto educado, la camisa en tono oscuro seductor a rayas, dejando el cuello sutilmente al descubierto. Por el encantador talante… hace que olvide qué cosas duelen.

   Quizás no haya ronda ni llegue a conocerle. No habrá cortejo, tal vez. Pero no importa. Porque en algún lugar existirá un banco de madera en el que leer su nombre tallado, como perdiendo la noción del tiempo, y será suficiente para darme cuenta de mi restaurada capacidad de sentir de nuevo. Y esa es la actitud de mi buena suerte. Imponderable libertad. Como decía mi abuelo cuando blasfemaba: Cago’n Dios y en el Copón Divino. Era una niña, y me hacía tremenda gracia oírle. No medía palabras, ni acciones, ni gestos. Y ahora, para qué fingir, tampoco sé hacerlo. En lugar de eso, incauta de mí, me delata un ligero rubor, y voy y me clavo una astilla en el dedo que.. ¡¡AU!! ¡Cago’n D…la leche!

   Gracias. Porque verte hace que deliciosamente despierte.

   Va por ti.

Audacia

 

 

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