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ISSN 1989-4163

NUMERO 43 - MAYO 2013

Ola de Calor

Pepe Pereza

Noto el aliento viciado del Padre Jonás a través de la rejilla del confesionario. Por mucho que afirme que ha dejado de fumar, su hálito le delataba.

  • Ave María Purísima.
  • Sin pecado concebida.

Ahora que estoy aquí me pregunto por qué he de confesarle mis pecados a alguien que miente para ocultar uno de sus vicios. Un representante de la iglesia no debería mentir, él menos que nadie.

  • Padre, hace más de diez años que no me confieso.
  • Eso es mucho tiempo.

Demasiado diría yo.

  • ¿Cuáles son tus pecados?
  • Muchos y variados, Padre.

¿Realmente le voy a confesar mis culpas a un cura mentiroso y de carácter endeble?

  • Me imagino que en una década habrás acumulado un surtido repertorio.
  • Sí, cargo con infinidad de ellos.

Nadie debería conocer los pecados de nadie. Dios ya es consciente, entonces, por qué hay que compartirlos con un sacerdote cualquiera. No debería haber intermediarios entre Dios y yo.

  • Si son tantos será mejor que empieces ya.
  • Entre todos hay uno que pesa más que los demás.
  • Tú dirás.

Su aliento apesta a nicotina. Lo que tendría que hacer es salir de aquí. Conozco al padre Jonás solamente de jugar con él algunas partidas al ajedrez en el casino, ese es el único vínculo que nos une. La verdad, no sé por qué le he elegido para confesarle mis errores. Tal vez esté buscando alivio a la desazón que me atenaza. Si bien, sé que aquí no voy a encontrar consuelo alguno. Lo mejor es irse. Abandono la iglesia dejando al cura con la palabra en la boca.

En la calle el bochorno es insufrible. A pesar del calor echo a correr. Cruzo media ciudad corriendo. Me detengo en medio del puente, estoy sin aire y me queman los pulmones. Quizás debería dejar el tabaco, pero en serio, no como el Padre Jonás. Me enciendo un cigarro. Las aguas del río me llaman cual canto de sirena, las observo deslizarse corriente abajo. Debo centrarme, anticiparme a los hechos. Compraré silicona y sellaré las ventanas, quién sabe, quizás de esa forma consiga que el olor no se extienda al resto del edificio.

Una vez en casa, aplico silicona caliente con ayuda de una pistola diseñada para tal fin. Sello todas las rendijas de la ventana, lo hago a conciencia para que no quede ningún resquicio libre. Salgo del dormitorio, dejándote a ti acostada en la cama y tapo las hendiduras de la puerta con cinta americana hasta que queda bien sellada. Según pase el tiempo el tufo se irá haciendo insoportable, lo sé, pero ahora necesito descansar, desde el momento de tu muerte no lo he hecho, y me vence el sueño…
Me despiertan unos golpes, por un momento pienso que eres tú que has resucitado y quieres salir del dormitorio, pero la llamada viene de la puerta principal. Me levanto del sofá sudando a chorros y acudo a abrir. Es el vecino de arriba. Junto con la anciana que vive al lado, son los únicos inquilinos que comparten el edificio conmigo. A este le tengo especial inquina, entre otras cosas, porque no hace más que meter las narices donde no le llaman, en este caso literalmente.

  • Vecino, ¿no hueles la peste?

Tiene razón, casi no se puede respirar del hedor.

  • Supongo que son las tuberías, son viejas y acumulan porquerías.
  • No, no es eso, apesta a muerto.
  • Puede que sea alguna rata que se está pudriendo entre los tabiques.
  • Puede, aunque es mucho tufo para una sola rata… A ver si la vieja de al lado la ha palmado.
  • No creo, ayer coincidimos en el portal y se encontraba perfectamente.
  • Joder, en mi casa huele mal, pero aquí apesta de cojones.
  • Quizás sea la basura que se acumula en el patio interior y como mi piso está más cerca, pues se nota más el olor.
  • No sé cómo lo aguantas. Tendrías que hablar con el casero para que limpie el puto patio. Si hubiera forma de acceder a él, yo mismo lo limpiaría.

Al patio sólo se puede llegar por la planta baja, pero dado que ahí no vive nadie, nos es imposible su acceso.

  • Miraré a ver si doy con el foco del olor y trataré de ponerle fin, pero ahora tengo que salir. Así que si no te importa.

Le cierro la puerta en las narices. ¡Maldita sea! hace demasiado calor. Esto no es bueno. Cuando miro el reloj me doy cuenta de que he dormido más de catorce horas seguidas. Quito la cinta americana de la puerta del dormitorio. Nada más abrir el olor me golpea. Te has hinchado y una especie de pátina gelatinosa cubre tu piel. Aun así sigues estando bella. Salgo conteniendo el aliento y vuelvo a sellar la puerta con la cinta adhesiva. Tengo que encontrar una solución.

En la calle el sol pega de lleno y el sudor hace que la camisa se me pegue al cuerpo. Me dirijo al recinto de La Protectora de Animales. Les cuento que quiero adoptar un gato. Una joven con dientes de caballo me muestra a cinco que tienen disponibles. Elijo al más grande. Uno blanco con manchas grises y negras. La chica me dice que le llaman Simón, pero que puedo cambiarle el nombre y llamarlo como yo quiera. Le digo que Simón me gusta y que lo seguiré llamando así. La chica me sonríe satisfecha. Como no tengo jaula para su transporte, metemos al gato en una caja de cartón con agujeros en las tapas para que pueda respirar. Me despido de la joven y vuelvo al sol achicharrante cargando con la caja. ¡Dios, qué calor! Siento que el cerebro se me derrite como si fuera helado de nata. Elijo las calles con sombra para regresar a casa, aun así sudo sin parar. Simón se revuelve dentro de la caja, supongo que ahí encerrado y con todo ese pelo estará asado. En cuanto lleguemos a casa le serviré un cuenco con agua fresca.

Al entrar en el portal noto el olor. Está claro que la silicona y la cinta adhesiva no sirven para retenerlo dentro del dormitorio. Entro en casa, el hedor es insoportable. Libero al gato. Nada más salir de la caja corre a esconderse debajo del armario de la cocina. Le acerco el cuenco con el agua que le había prometido y un plato con comida. En el baño me refresco y me lavo el sudor de los sobacos, luego me visto con ropa limpia y me enrollo unas toallas en los brazos a modo de protección contra los posibles arañazos, sujetándomelas con la cinta americana, para protegerme las manos me pongo unos guantes de cuero. Estoy listo. Entro en la cocina, Simón está bebiendo del cuenco, pero al sentir mi presencia vuelve a esconderse debajo del armario. Me siento en una silla y espero. Tarde o temprano cogerá confianza y podré hacerme con él. El hambre y la sed le pueden y al rato asoma la cabeza, de seguido sale de su escondite, sin quitarme ojo se dirige al plato de comida. Me muestro tranquilo y no hago intención de levantarme. Que sepa que puede confiar en mí, que no corre peligro. Después de comer y beber se siente más confiado y decide investigar por los rincones para ir haciéndose con los olores de la casa. Pasa un par de veces a mi lado, ni me muevo. Quiero que se confíe totalmente. Me enciendo un cigarro y aguardo…

Llaman. Sé que es el vecino de arriba, nadie más llama a mi puerta. Le abro.

  • Vecino, ya aguanto más, entre el puto calor y esta fetidez que cada día es más apestosa, no hay quien viva.
  • Sé de donde viene. Hay un gato muerto en el patio, esa es la causa del mal olor.
  • ¿Un gato? ¿Y cómo ha llegado ahí?
  • No lo sé, se habrá caído.
  • Pues cuando he mirado no lo he visto.
  • Con tanto escombro y basura no me extraña. Pero te aseguro que está ahí.
  • Joder, pues habrá que hacer algo para sacarlo.
  • Hablaré con el casero.
  • Hazlo pronto o esta peste nos va a matar.
  • Lo haré.

Cierro la puerta antes de que hable de nuevo, me divierte dejarle con la palabra en la boca al muy cretino. Gracias a Simón he encontrado la excusa al mal olor, aun así debo dar con una solución definitiva.
En los informativos anuncian que van a subir aún más las temperaturas. Al final nos coceremos en este infierno infecto. Lo malo es que teniéndote a ti dentro no puedo ventilar la casa, aunque con este calor dudo que se airease por mucho que abriese todas las ventanas. Oigo unos pequeños ruidos. Alguien está metiendo un papel por debajo de la puerta de entrada. Es una nota. La recojo del suelo y la leo: Ayer te vi tirar al patio un gato muerto. ¡Maldita sea! Salgo al rellano de la escalera justo a tiempo para ver cómo se cierra la puerta del piso de la anciana. Si no tenía suficientes problemas ahora tengo que añadir uno más a la lista. ¿Por qué la gente no se mete en sus asuntos y me deja en paz? Me acerco hasta su puerta y llamo. Como no abre vuelvo a insistir, esta vez con más intensidad.

  • Señora Lucia, abra para que podamos hablar.

La hija de puta no tiene intención de abrir. Bien, tarde o temprano tendrá que salir y cuando lo haga la estaré esperando. Esa zorra no sabe quién soy yo. Entro en casa. El calor es insoportable, no digamos del olor. Una ducha fría me aliviará.

Con el cuerpo aún mojado me siento delante de la puerta abierta del frigorífico, es la única manera de refrescarse un poco. De pronto tengo una idea. ¡Joder, cómo no se me ha ocurrido antes! Si vacío la nevera y saco las rejillas puedo meterte dentro. De esa forma acabaría con el olor y retrasaría considerablemente tu descomposición.

Debido al rigor mortis voy a tener que romperte las articulaciones de los brazos y de las piernas para poder encajarte dentro del frigorífico. No hay otra solución, así que me pongo a ello. En ese momento veo algo por el rabillo del ojo. Me giro y a través del cristal de la ventana veo a Simón flotando en el aire, levitando. No puedo creer lo que ven mis ojos. El gato sigue elevándose hasta que lo pierdo de vista. Me acerco a la ventana e intento abrirla pero está sellada con la silicona y no puedo. Salgo del dormitorio y corro a la ventana de la cocina. Al asomarme descubro al vecino de arriba en su ventana.

  • Vecino, mira lo que he pescado.

Valiéndose de una caña de pescar ha conseguido enganchar al gato con el anzuelo. Le veo tirar del carrete mientras el cuerpo inerte de Simón se eleva poco a poco hasta que mi vecino lo recoge y lo examina.

  • Este gato la ha palmado hace poco. No creo que sea el causante del mal olor que llevamos sufriendo desde hace más de una semana.
  • Entonces, no se me ocurre qué puede ser.
  • Yo tampoco, pero te aseguro que no es el gato.

De soslayo veo a la anciana detrás del cristal de su ventana. Aprovecho que el vecino de arriba no está mirando y me paso el índice de lado a lado de la garganta, imitando la hoja afilada de un cuchillo. La vieja se da por aludida y se retira.

  • Lo meteré en una bolsa y lo bajaré a la basura.

Gato y vecino desaparecen dentro de la habitación. Yo vuelvo a la tarea que había dejado a medias.

Por fin, consigo encajarte dentro de la nevera. Manipulo la ruleta que gradúa la temperatura y la programo para que enfríe al máximo, luego cierro la puerta dejándote dentro. Ha sido un trabajo duro y desagradable, espero que haya merecido la pena tanto esfuerzo. Más tarde arranco la silicona que sella la ventana del dormitorio y la abro para ventilar la habitación. Las sábanas y la funda del colchón están manchadas de fluidos que has ido soltando, las aparto para tirarlas a la basura. Con suerte el olor se esfumará pronto. Lo malo es que a partir de ahora tendré que comer fuera, ya que no tengo donde conservar los alimentos. No me gusta ver comer a la gente, tampoco me gusta que me vean comer a mí. No importa, lo relevante es que tú estás mejor en la nevera que pudriéndote en la cama. ¡Dios, este calor es mortal! Al respirarlo te asa los pulmones y te deja la garganta y la lengua secas como un felpudo.

Lleno la bañera de agua fría y me meto en ella. Por fin tengo un momento de tranquilidad y me quedo dormido… Sueño que la Virgen María me hace una felación mientras San José trabaja en el taller de al lado construyendo una cuna de madera... Me despierto empalmado. Veo mi erección sumergida en las aguas. Tengo que limpiar de culpa el alma y de paso acabar con este deseo insano que contamina mi cuerpo. Utilizo un cinturón atravesado por cientos de chinchetas, con las puntas sobresaliendo medio centímetro del cuero. Me lo pongo alrededor de la cintura y aprieto con fuerza. Siento el metal atravesando la piel y la sangre chorreando por caderas, nalgas y piernas. Me arrodillo y rezo. A mí alrededor se va formando un charco rojo. Mientras esto sucede, el deseo se desvanece…

Oigo al vecino de arriba bajar las escaleras y salir a la calle. Bien, este es el momento. Subo hasta su piso y deslizo la nota de la anciana por debajo de la puerta.

Una hora después suena el timbre. Le estaba esperando. Abro. Como cabría esperar es el vecino.

  • ¿Me has dejado tú una nota?

Claro que he sido yo, gilipollas.

  • No.
  • Entonces ha tenido que ser esa vieja loca.
  • ¿Qué pasa?
  • Esa trastornada dice que he sido yo quien ha tirado el gato muerto al patio. ¿te lo puedes creer?
  • ¿Por qué dice eso?
  • Y yo qué cojones sé. Se le habrá ido la olla o está en pleno ataque de alzheimer. Pero no te preocupes, se lo voy a preguntar ahora mismo…

Se acerca hasta la puerta correspondiente y empieza a golpearla bruscamente. Todo está saliendo según lo previsto. Divide y vencerás.

  • Sé que estás ahí dentro, así que abre la puta puerta o la echo abajo a patadas.

Decido interpretar el papel de hombre juicioso y poner un poco de paz.

  • Venga, no te lo tomes así. Es una pobre anciana.
  • Es una hija de puta mentirosa. Abre la puerta, víbora.

Al final consigo que se calme y después de mucho refunfuñar regresa a su piso. Ya no tengo que preocuparme por lo que pueda decir la vieja. Sin  duda, ha perdido la confianza del vecindario.

Para comer elijo un restaurante que está en el barrio viejo, es un sitio agradable y con comida casera en el menú, además es barato y apenas hay clientes. Atiende las mesas una atractiva joven que tiene algo en sus rasgos que me recuerda a ti. Su presencia me excita. Noto mi polla hincharse dentro del pantalón.

Terminada la comida, pago y salgo del local. El calor es sofocante.
En casa vuelvo a utilizar el cinturón de pinchos. Sólo el dolor es capaz de vencer al demonio, sólo con sangre se consigue apagar el fuego del deseo.

El sol se ha ocultado detrás de antenas y tejados, aun así el calor sigue siendo insoportable. Fumo bajo el pórtico que está enfrente del restaurante donde trabaja la chica que me recuerda a ti. Espero a que termine su turno.

Después de mucho aguardar, la joven sale del garito. La sigo guardando las distancias. Unas calles más allá, se para delante del escaparate de una tienda de lencería. Me la imagino vestida únicamente con la ropa interior que está expuesta y vuelvo a empalmarme. Me asalta un deseo salvaje de abordarla ahí mismo, pero me controlo. Es mejor esperar a que las condiciones sean favorables. Retoma el camino. Su andar es tranquilo, cosa que me impacienta. Ojalá se internase por una de esas calles oscuras y solitarias, pero no, la muy puta, elije las más concurridas. De pronto oigo mi nombre, alguien me llama. Es el padre Jonás. ¡Su puta madre! No puede ser más inoportuno. Me excuso diciéndole que voy con mucha prisa y no puedo detenerme. Sigo mi camino, pero ya no veo a la camarera. ¡Mierda! La he perdido entre la multitud. La busco pero no doy con ella. ¡Maldito cura de mierda! Por su culpa voy a tener que volver a casa con las manos vacías.

Me desnudo. Aún tengo la polla tiesa, la tengo así desde que la joven se paró delante del escaparate de lencería. Me pongo el cinturón de pinchos sobre las heridas recientes, tiro con fuerza y sujeto el cuero a la hebilla. Mil pinchazos laceran mi cintura. Me meto en la bañera y abro el grifo. El agua fría se mezcla con la sangre. Pese a ello el deseo sigue dentro de mi cuerpo. Rezo, pero no hay forma de concentrarse, cualquier imagen religiosa que componga, dentro de mi cabeza se torna libidinosa y pornográfica. Finalmente me rindo a la dolorosa evidencia de mi erección. Abro la nevera y me masturbo frente a ti. El orgasmo llega a las pocas sacudidas. Eyaculo en tu cara… Estoy rendido. Me tumbo sobre la cama, todavía huele a muerto pero me da lo mismo, estoy tan cansado que ni siquiera me voy a quitar el cinturón de castigo, dormiré con él puesto, además me lo merezco. Rezo, pero antes de acabar la oración me quedo dormido… No hay sueños.

Desde que me he levantado no hago otra cosa que pensar en la chica del restaurante, es una obsesión que no me puedo quitar de la cabeza. Mi polla dentro de su coño. Mete, saca, mete, saca, mete-saca-mete-saca-mete-saca ñakañakañaka… ¡Dios! Este calor me está volviendo loco. Llaman a la puerta, no estoy de humor para aguantar las chorradas del vecino. Me quedo donde estoy. Él insiste, sigue golpeando la puerta y haciendo sonar el timbre. Después de un rato se cansa y se va. Le oigo subir las escaleras y entrar en su casa. Me quito el cinturón y procedo a desinfectarme y vendarme las heridas. Pronto tendré que salir para ir al restaurante. Es mejor que empiece a prepararme ya.

No veo a la camarera por ningún lado, ocupa su puesto un adolescente flacucho con nariz aguileña y el rostro lleno de acné. Le pregunto por ella y me dice que tiene el día libre. Maldigo mi suerte. He perdido el apetito, así que me levanto y salgo del local sin pedir nada.

En las noticias dicen que hay varias víctimas mortales debido a la ola de calor, la mayoría ancianos que no han aguantado las altísimas temperaturas, además advierten que los termómetros seguirán subiendo. Aconsejan beber muchos líquidos, sobre todo agua, para estar bien hidratados y evitar los golpes de calor. Está visto que nos vamos a asar vivos. Por lo menos el tufo ha remitido considerablemente. Fue buena idea meterte en la nevera. Tal vez debería comprar un arcón congelador y así olvidarme definitivamente de tu descomposición. Tengo que enterarme cuánto cuesta un cacharro de esos.

Sueño que estoy en el restaurante, pero en lugar de la chica me atiende el adolescente flacucho con la cara llena de acné. De todos sus granos, hay uno me llama especialmente la atención, lo tiene en la frente y está relleno de pus, bastaría una mínima presión para hacerlo reventar. No puedo apartar la vista de ese grano, es más, siento una necesidad imperiosa de reventarlo. Cedo al impulso irracional y me abalanzo sobre el chaval, lo derribo y lo inmovilizo. Él grita pidiendo auxilio. Los clientes se quedan boquiabiertos ante mi reacción, no saben qué pasa, el joven tampoco. Trata de escapar pero lo tengo bien sujeto. Abordo el grano, con las uñas de los pulgares lo presiono y un chorro de pus sale expulsado… Me despierto eyaculando. Pus y semen, sin duda mi subconsciente  juega a crear extrañas analogías. Me limpio con las sábanas y me levanto. Los informativos tenían razón, hoy hace más calor, y eso que ayer fue un infierno. Estoy contento porque voy a verla. ¡Oh Dios! Sólo pensar en ella y me vuelvo loco. He de admitir que llevo obsesionado con esa camarera desde el momento que la vi. Ñaka-ñaka-ñaka-ñaka-ñaka…

Hoy está especialmente arrebatadora, y la muy zorra lo sabe, se contonea delante de los clientes exhibiendo sus encantos sin pudor.  A pesar del aire acondicionado sudo como un condenado. El esperma acumulado en mis pelotas es lava candente y mi polla un volcán a punto de explotar. Ella sigue paseando su palmito de aquí para allá, coqueteando con cada comensal. Vas a saber lo que es bueno cuando te tenga a mi merced.

  • ¿Después del postre, va a querer algo más?

Claro que quiero más. Metértela hasta que te salga por la boca.

  • Un cortado, gracias.
  • De nada, enseguida se lo traigo.

Eso, mueve el culo como lo haces, zorrita mía, hazme hervir la sangre. Oh sí, el corazón me va a cien. Contonéate, so puta, haz que mi polla reviente. ¿Por qué no suben la potencia del aire acondicionado? Hace muchísimo calor. Sudo demasiado, más que los otros clientes, de hecho, ahora que me fijo no parecen afectados por el sofoco que yo estoy sufriendo. Joder, mis sobacos son manantiales y la espalda una catarata de sudor… ¡Dios, no me encuentro bien! De pronto tengo el brazo entumecido y un dolor agudo paraliza mi pecho… Se me nubla la vista y no puedo respirar… Me desvanezco… todo se vuelve negro…

Estoy desnudo, en posición fetal, encerrado dentro de algo muy estrecho, y hace mucho frío. No puedo ver donde me encuentro porque todo está a oscuras. Tirito, me estoy congelando. De repente se hace la luz, tanta que al recibirla mis ojos se ciegan momentáneamente. Poco a poco recupero la vista y consigo enfocar. Estoy metido dentro de una nevera. Alguien ha abierto la puerta. Es Dios, que quiere decirme algo. Se acerca y me susurra unas palabras. Después cierra la puerta y todo se vuelve negro otra vez.

… Abro los ojos, por lo que puedo ver estoy recibiendo atención médica en el interior de una ambulancia.

  • Ha recuperado el pulso. Aún hay esperanza.

Desgraciadamente no la hay, lo sé de buena tinta. Tengo la certeza que para mí todo se ha acabado, y no porque vaya a palmarla por el ataque al corazón que acabo de sufrir, no, qué más quisiera yo, de esto me voy a recuperar, pero mientras lo hago se producirá un apagón en la ciudad. La subida de las temperaturas hará que todo el mundo ponga sus aparatos de aire acondicionado a tope, la central eléctrica sufrirá un colapso y la corriente se cortará. Días sin electricidad. Otra vez el tufo a cadáver infectando el edificio. Mi vecino tomará cartas en el asunto e irá a ver al casero. Te encontrarán dentro de la nevera. Ese mismo día la policía se presentará en el hospital y me arrestará acusándome de asesinato. Al poco seré trasladado a una apestosa cárcel donde me sodomizarán docenas de veces, recibiré palizas, vejaciones… Finalmente, un día cualquiera un chalado cualquiera la tomará conmigo y me rebanará el cuello con los restos de una lata oxidada. Lo sé porque Dios me lo ha contado.

Ola de calor

 

 

 

 

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