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ISSN 1989-4163

NUMERO 141 - MARZO 2023

 

Moby Dick

Jesús Zomeño

Solo se conocen bien las cosas que se domestican

Antonine de Saint-Exupéry. El Principito

 

¿Has visto el cartel del soldado que recoge donativos de libros para el ejército? La Biblioteca Pública, en la Quinta Avenida, ha organizado una colecta. Hay que apresurarse y llevar los que podamos, los necesitan nuestras tropas. Desde noviembre del año pasado podemos votar las mujeres en Nueva York, ahora corresponderemos a la confianza que han depositado en nosotras.

La estancia en las trincheras se les hará ociosa si no encuentran nada que leer. Hemos de animarles a un entretenimiento natural, sin que recurran al alcohol ni a asuntos más perniciosos. Debemos procurar que vuelvan sanos de espíritu, tal como los enviamos. Bíblias, serán necesarias muchas bíblias y también novelas agradables. Enviemos literatura de nuestro gran país para que mantengan la comunión con sus lugares de origen, California, Virginia o Dakota, la entrañable América.

Para que se sientan orgullosos, he decidido donar este ejemplar de Moby Dick, la primera edición de Harper & Brother, de 1851, la ocasión lo merece. Es la gran obra de nuestra literatura, no todo va a ser Tom Sawyer y la nostalgia por el viejo Sur, tan decrépito, hemos de ser valientes y no mirar a nuestra infancia. Lo que necesitamos es el futuro y el coraje de los balleneros, para que se abran paso hasta el káiser en Berlín.

Gertrude Wynton me previno de que hemos de ser cuidadosas cuando lancemos una novela al abismo. Es lo que haremos, lanzar libros al otro lado del océano, sin saber quien los recogerá, ni las consecuencias que tendrá en esa persona. Nuestros soldados son jóvenes e inexpertos, seremos culpables de la confusión que les provoquemos. No olvide que hay gente de Nueva York, moderna y atrevida, pero también de Oklahoma o Misuri, y debemos respetar su simpleza.

Gertrude sabe muy bien de qué habla, me refiero a lo de lanzar cosas al vacío. Ya la conoces, lleva toda su vida lanzando al frente a sus tres hijas hasta colocarlas con jóvenes prometedores y bien situados; incluso a la pequeña, Molly, esa niña horrible y pretenciosa, gorda y bajita, la emparejó con Jim Noyes, el heredero de un floreciente negocio de carruajes.

No obstante, por mi parte, habré de simplificar el libro de Moby Dick y evitar que provoque angustia, un recluta ya tiene mucho de qué preocuparse. Hay que suprimir lo relativo a las entrañas de las ballenas. A nadie le interesa cómo se extrae el aceite y, mucho menos, como se despieza el animal, varado a un costado del barco. El exceso de naturalismo, esas descripciones tan prolijas, nos impide imaginar y precisamente lo que ahora necesitan los hombres en la guerra es la fantasía, soñar otras cosas, que no todo sea sangre, vísceras y muerte.

Arrancaré estas hojas, para mantener cierto orden en el espíritu, hay que suprimir lo que abunde en lo desagradable. No creo que le resulte útil a un soldado que la novela le explique minuciosamente lo que tienen dentro de las entrañas sus compañeros. Además,  más bien sospecharía que se le está previniendo de algo.

Algo armónico, breve y limpio siempre es bello. Mi amiga Grace dice que los pobres ignoran la belleza porque son muy desordenados. Mi propia doncella, Catherine, se obstina en ser grosera consigo misma, amontonando cosas en su cabeza, con un sombrero de plumas al que ha pegado un velo verde y unas bolas azules de corcho, que le cuelgan por detrás. Por algo la civilización inventó las modas, para recordarnos cada año que renovemos las prendas deslucidas sin caer en el riesgo de actuar por nuestra cuenta añadiéndoles cosas y acabar en la excentricidad.

Iremos andando hasta la Quinta Avenida, esquina con la calle 42, con los libros en la mano, parecerá un desfile, coincidiremos con nuestras amigas. Buscaré un calzado cómodo, le pediré a Catherine, la doncella, que busque aquellos zapatos negros de ante y un abrigo negro con el cuello de piel, en Nueva York hace mucho frío en marzo.

Lo que aborrezco de Moby Dick es que los paganos acaparen los puestos más importantes en un barco ballenero. Fíjate, los arponeros son un caníbal polinesio, un indio piel roja y un enorme negro de Africa. ¿No se le ocurrió a Melville sustituirlos por un bravo muchacho de Utah, un fiel creyente de Ohio y un fuerte leñador de Nebraska? En la agencia de seguros de mi esposo, sobran empleados que pudieran haber servido de modelos.

El peor es Queequog, el salvaje polinesio, ese que viaja con el cuerpo tatuado y un saco de cabezas reducidas como si fueran sus discípulos. El personaje es una parodia del Nuevo Testamento porque sacrifica su vida para la salvación de los demás, imitando a Jesucristo, pero es un blasfemo porque no lanza un mensaje de esperanza y resurrección, sino que salva a Ismael lanzándole un ataúd. ¡Un ataud! Encima es caníbal, nos come en vez de darnos de su cuerpo, es un personaje horrible.

Me lo explicó Mary Adams, una gran analista literaria, no se si te acuerdas de ella, murió el mes pasado de neumonía. Dormir con la ventana abierta no te hace más fuerte.

Por eso, Queequog no merece ser el mejor amigo del protagonista. Los soldados caerían fácilmente en el hampa, el alcohol y el juego, por alternar con el pecado, si leen que el demonio salvaje y antropófago les salvará la vida.
Arrancaré de momento la última hoja de la novela, un pagano no puede ser la solución.

Debemos responder de los libros que donemos a la Biblioteca Pública, nuestros errores los pagarán los muchachos.

La señora Wittaker me previno de la literatura nacional y estima que es mejor no salir de Shakespeare. Ella entregará las tragedias, algo que supone atraerá a la tropa a divertirse creando grupos aficionados de teatro. Quizá tenga razón, pero la idea ya es suya, me avergonzaría imitarla.

En todo caso, un toque patriótico, con Moby Dick, vendría bien. Es la gran novela de la epopeya americana, aunque me preocupe que al capitán Ahab le falte una pierna. Un hombre amargado y obstinado con vengarse, representa un mal augurio. Seguro que algunos chicos quedarán mutilados, en los ataques perderán la misma pierna que el capitán Ahab y, en ese caso, el mensaje que deben recibir es de alegría y esperanza, que no teman que eso les frustrará irremediablemente el resto de su vida. Además, no necesitamos gente resentida que odie para siempre a los alemanes, mi marido me advierte que los alemanes sean nuestros aliados del futuro.

Por si acaso, me he tomado la molestia de tachar ese detalle de la pierna de palo en todas las frases.

Tampoco me gusta ese afán ciego y destructivo de Ahab por matar la ballena a costa de sacrificar a sus hombres. Un soldado debe sentirse protegido por sus oficiales, sin miedo a que pueda ser víctima de actos irreflexivos. El capitan Ahab en las trincheras ordenaría ataques suicidas, como hizo con su barco.

Es peligroso. En la guerra, cuando los reclutas lean el libro, el personaje más adecuado para dirigirlos es el primer oficial, Starbucks, un hombre sensato y amable. Es la imagen perfecta de un oficial para el ejército, el único al que deben ver nuestros muchachos en Francia.

Hay que cuidar sobre todo de los oficiales, dar lustre a la voluntad de Dios. No es que yo sea clasista, pero creo en la reencarnación y si este mundo es la consecuencia de otro anterior, es obvio que algunos recogemos los frutos de nuestro sacrificio, de la misma manera que otros compensan ahora el mal que hicieron antes. Por eso hemos de respetar las categorías que nos vienen dadas.
Dorothy Kertey no opinaría lo mismo, porque siempre discrepa de todo, ella odia a la humanidad entera. Su problema es que vive avergonzada por su relación con la señorita Wilmarth, porque se criticó mucho la escapada de las dos a Mejico, donde Amy Wilmarth la abandonó tras enamorarse de aquel revolucionario. Su amargura es enorme, del tamaño de una ballena.

De todas formas, al cachalote Moby Dick le cambiaría el nombre, le pondría uno alemán, de modo que los protagonistas luchen contra el monstruo germano. Centrar la historia y simplificar los sentimientos y valores ayudaría mucho a la tropa, concentraría sus mentes en vez de dispersarlas. Al engendro lo bautizaría como Kaiser o Berlín, quizá Hindenburg, tan pretencioso con su bigote.

Aunque en el libro el cachalote hunde al Pequod y no vamos a darle esa satisfacción a nuestros enemigos, poniéndole un nombre alemán para que hunda nuestro barco.

Habría que modificar el final. Aconsejaré a mi marido que encargue la redacción de Moby Dick adaptada a las necesidades de nuestros soldados, para que el barco lo mande Starbucks y la ballena, con el nombre del káiser, sea cazada en el último capítulo y se traiga al puerto de Nueva York, donde una multitud jubilosa recibirá a los héroes del Pequod.

De momento, a este ejemplar, le cambiaré el último capítulo, con una nota manuscrita que resuma cómo Ahab le cede el mando a Starbucks y éste caza a la ballena.

Si me acusas de superficial, Brenda, no me importa, bastante me lo decía ya mi padre y ahora mi marido. La frivolidad es un modo de simplificar las cosas, domesticamos nuestra percepción del mundo para poder pasarle la mano por encima, como a un caniche. Los libros deben darnos seguridad en vez de acomplejarnos, por eso trato de meter al cachalote blanco en la pecera. En la guerra, la literatura es mejor sin miedo.

Date prisa, nos espera Dorothy. Ya sabes que se pone insoportable cuando tiene que esperar. ¿Tú crees que podíamos enviarla a ella, con sus malas pulgas, a Francia? Seguro que se pasaba al enemigo, tiene una visión demasiado complicada, profunda y pretenciosa de la vida. Necesitaría al menos un gato.
Por mi parte, Brenda, termino de escribir esta frase, cambiando el final de Moby Dick, y nos vamos.

 

 


 

 

 

Miracoloso

Ilustración: Miracoloso

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
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