AGITADORAS

 

PORTADA

 

AGITANDO

 

CONTACTO

 

NOSOTROS

       

ISSN 1989-4163

NUMERO 141 - MARZO 2023

 

Tres Escalones

Javier Neila

Sigo aquí, como siempre. Solita, metida en mi burbuja de cristal, tan hermética y aislada que apenas me llega el olor del campo cuando llueve, ni recuerdo la forma en que la brisa te corta la cara, cuando baja soplando helada desde el Mar del Norte, trayéndome el olor a la hierba fresca de los rincones más lejanos de Frisia. Me siento así, como deben sentirse los paisajes navideños de barro pintado, encerrados en una esfera de cristal, con copos de nieve de plástico que danzan para posarse en el mismo sitio. Así está también mi vida. Atrapada en la tela de araña que van tejiendo los años, con la esperanza de que algún gentil amante me libere algún día de esta tarántula monstruosa que me asfixia en la tela tupida de mis recuerdos; recuerdos inventados que nunca existieron, pues sólo los imaginé y murieron antes de que pudieran nacer.   

Esta soy yo. La hierática estatua de mármol rosado, sentada en una cómoda silla de ruedas de lujo traía desde Ámsterdam. Me llamo Angelien, y mi tronchada juventud me avergüenza ante las miradas de lástima de las monjas que vienen a limpiarme; o de los amigos de mis hermanos mayores, que me miran recelosos, y jamás me verán como algo deseable; o de mis vecinos, que vienen de visita para corroborar que son afortunados por tener hijos que andan, hablan y se ríen; o de cualquiera que pase frente al enorme ventanal de mi salón que da al frondoso bosque de Noordwolde, donde intento ganarle el pulso a las horas muertas, que son ya todas, mirando a estos árboles ahora pelados, hayas y robles mecidos sin prisa por el viento que los acuna y adormece, como haría cada anochecer cualquier madre con su fruto.

La mayoría de las veces, sin embargo, es la mía la que no se acuerda de mí durante gran parte de la tarde, más empeñada en seguir haciendo las cosas inherentes a su alcurnia y abolengo, que en ver en lo que me he convertido. Entonces es cuando me mimetizo para ser mi propia realidad, y me convierto en un mueble más entre los otros del salón, compartiendo espacio con la salamandra de hierro fundido, que calienta -supongo- mi cuerpo insensible durante las interminables tardes de invierno, el sofá familiar, donde tantas veces me contó mi padre la Leyenda de los Zuecos de Madera, -mi padre se fue un día, sin más, poco después de quedarme yo así- y la imponente biblioteca que decora el salón, con la que me entretenía en mis largas horas de lectura, por las noches, con mi candil de queroseno, aprendiéndolo todo sobre animales, países, razas y lugares remotos. Pero de todas las partes del salón en el que paso la mayor parte de mi vida, la esquina que más me gusta, después de la arboleda que tengo frente al cristal, es la alacena contigua al ventanal convertida en nido y escondite para niños…un día mi padre adaptó ese espacio levantándolo en altura, para que tuviésemos que subir por una escalerita de quita y pon de tres peldaños…desde el salón parece una ventana de dos lamas cerrada y empotrada en la pared, pero realmente es una camitaa para niños, con dos corazones troquelados en sus blancas puertas que se abren hacia afuera. Ha sido el mejor regalo que jamás me hayan hecho, y el día en que mi padre abrió aquellas puertas para mostrarme aquel maravilloso mundo infantil, me lo comí a besos durante toda la tarde. Yo era muy besucona. Supongo que aún lo seguiría siendo, si todavía pudiese besar. Aquí he jugado pues toda mi infancia, pasando noches enteras con mis amigas y hermanos, disfrutando de la magia que sólo es patrimonio de los niños, y que convirtió aquella humilde alacena en nuestra cueva, refugio, castillo, nido de los gorriones e isla del tesoro. Muchas e increíbles aventuras de las que ya sólo me quedan vagas añoranzas de mis amigas de clase, que se peleaban por venirse a casa el fin de semana, y de las que ya sólo recuerdo el perfume de sus colonias de flores, sus canciones y las caras inexpresivas y mortecinas de las muñecas de cartón piedra pintado. Todos los años, para la fiesta de la Ascensión, durante los días de la Hemelvaartvakantie, poníamos las velas de aroma en forma de corazón que nos encendía mamá, cuando ya de noche se quedaba la casa a oscuras y llena de niños ávidos de emociones. Nos quedábamos entonces mirando al bosque, desde la camita, con sus puertas abiertas, hasta quedarnos dormidos, esperando ver algún elfo, hada, o al mismísimo Kabouter; todos ellos atraídos sin duda por las candelas de olor que poníamos frente a la cristalera. Mas de uno juramos haber visto a alguno de esos seres fantásticos, y mantuvimos esa férrea creencia durante años, describiendo con todo lujo de detalles sus caras singulares, sus orejas afiladas y sus grandes bocas preñadas de dientes perfectos; seres de luz, criaturas de este bosque mágico que, con sus destellos iridiscentes en tonos verdosos, azules y amarillos, sólo podían ser vistos por los poseedores de un alma pura como la nuestra. Sin embargo, todo ese mundo quimérico y todas esas ilusiones se fueron de golpe, arrebatadas de una sola sacudida y para siempre, cuando bajando esos tres escalones en mi habitual y loca carrera, me golpeé la cabeza tan fuerte que algo se quebró dentro de mí, como si fuese de cristal, estallando luego en mil fragmentos. Aún recuerdo con escalofríos aquel terrible crujido que me sonó en la cabeza y recorrió toda la espalda, dejándome inmóvil en el suelo. Mi madre jamás le perdonó a mi padre aquello, culpándole de la desgracia que nuestro escondite había traído a toda la familia. Supongo que él no pudo soportar verme así, y no fue capaz de sobrellevar aquella carga alimentada mórbidamente por mi madre. Tres escalones, sólo tres, me separaron del mundo, acabaron con mi infancia, y me alejaron de un universo de luz y en eterno movimiento, arrojándome a la quietud más inmensa, oscura y silenciosa. Por eso ahora apenas puedo mover la cabeza, y como mucho pedir que giren mi silla hacia alguna parte moviendo los ojos. También puedo soplar hacia arriba, con un gracioso sonido de pedorreta, para intentar espantar a alguna mosca impertinente que pasea libremente por mi cara -normalmente sin éxito- y gemir; también sé gemir cuando no me gusta algo.  

Ese es mi contacto diario con un mundo maravilloso que me abandonó y me tiene olvidada. Aun así, no guardo rencor al cosmos por esta soledad. Al contrario, me gusta que me dejen tranquila, en un eterno circunloquio sobre qué o quién soy, a medio camino entre mis reflexiones y mi imaginación; es mi mejor estado, como una fotografía sepia enmarcada en la pared, que mira siempre al que pasa de largo, o como mis muñecas de cuello partido, que en silencio y desde una estantería, me gritan para que vuelva con ellas y les devuelva la vida.

De lunes a viernes, a partir de las 8 de la tarde, el ama viene y me alimenta como a un gorrioncillo caído del árbol, con más paciencia que resultados, y me cuenta algún chisme de la comunidad, que no me importa en absoluto, pero a los que respondo con ojos muy expresivos, por miedo a que un día deje de hablarme. Luego me lleva a mi habitación y me acuesta, aquí en la planta de abajo. Antes me subían arriba, pero era penoso llevarme en brazos al primer piso, donde permanece intacta mi antigua habitación de niña, con mis muñecas, mis juegos y mis proyectos de mujer sobre una balda. Los fines de semana se ocupa mi madre de mí, pero no siempre como quizás debiera, ya que a veces paso largas horas sin ningún cuidado. Es como si quisiera borrarme de su cabeza. No creo que lo haga a conciencia. Cierta vez, una tarde de verano, justo antes del crepúsculo, un enorme lobo gris salió de la maleza y cruzó el pequeño canal que delimita el bosque y lo separa de mi casa; riachuelillo que en el estío se reduce a sólo unos palmos de agua. Empezó el animal cauteloso a aproximarse, moviéndose en círculo, pero manteniéndome fija la mirada…aquel día estaba en la hierba, fuera de la casa, al cuidado de mi madre, pues hacía buen tiempo y el doctor De Vries considera que en mi estado hay que aprovechar siempre cualquier oportunidad de tomar el sol y el aire fresco. Sola y sin poder gritar ni moverme, intenté caerme de la silla para hacer ruido, o pedir ayuda con algún gemido, pero mi parálisis era ya total por la sensación de pánico…aquel animal se acercaba con gesto fiero y cuando quise darme cuenta, estaba olisqueándome las ingles bajo la falda y hurgándome con su hocico bajo el sobaco y en el cuello…si hubiese tenido sensibilidad de cuello para abajo y no hubiese estado aterrorizada, hasta me habría hecho cosquillas. Sentí entonces su respiración resoplar caliente sobre mí, humedeciéndome la piel, mientras percibía su profundo olor salvaje a pelo mojado y denso, untuoso y almizclado. El olor de su aliento a cadáver y a sarro me saturaba la pituitaria y el paladar, y sus ojos color ámbar claro se clavaban en los míos, que debían estar expresando el mayor de los espantos, hiperventilando excitada y asumiendo que me rompería el cuello en segundos y con el primer mordisco. Entonces me tocó la nariz con el hocico mojado y frío, y me lamió la boca un par de veces, con su lengua cálida y rasposa hasta casi levantarme el labio superior. Y entonces con un gemido que se me antojó de queja o reproche, se alejó de mí, mirándome un par de veces antes de desaparecer entre los árboles.

Precisamente esta tarde de domingo parece que mi madre se ha olvidado otra vez de mí. Anda siempre liada con sus amigas y sus actos de sociedad y habrá olvidado que hoy descansa el ama y que ella debería meterme dentro de la casa. Hoy ha hecho sol y me han sacado fuera justo después de comer, pero ya llevo horas a la intemperie. Ha empezado a anochecer y debe hacer frio, pues, aunque no siento la temperatura en mi cuerpo, sí siento fresca la cara, y no deja de ponérseme estirada. Además, mi hálito se condensa cada vez más en cada exhalación, y las estrellas se ven como tras un cristal empañado de rocío que todo lo matiza, aunque el cielo está limpio de nubes; puedo ver la luna en cuarto menguante delante de mí, y un poco más a la derecha aparecen muy juntos Venus y Júpiter, que deben estar charlando de sus cosas.  Quizás mi amigo el lobo se acerque otra vez a saludarme. Sí, es mi amigo y ya no le tengo miedo; aunque no creo que venga, porque acaba de empezar la época fría, y las manadas se van hacia el sur, al escasear aquí su sustento. Es bueno no sentir el dolor y el frio a veces; supongo que esta es una de ellas, ya que, aunque aquí no nieva casi nunca, hiela ya todas las noches. Tengo sueño y me está entrando una calma y una tranquilidad increíble. Hacía tiempo que no me sentía tan optimista y tan vital y sin embargo noto cómo mi respiración se acelera y entrecorta. Siento mucha paz…
Una imagen ha empezado a surgir del bosque, muy cerca del regato de agua por donde se acercó mi lobo. No puedo más que mirar como una figura femenina llena de luz amarilla y verdosa crece de la nada y se acerca hacia mí, levitando sobre las hojas secas. Su figura es esbelta y de una altura algo superior a una mujer adulta. Está dentro de una aureola de pequeñas hadas diminutas que revolotean a todo su alrededor y que van dejando surcos de luz boreal en sus vuelos. Enormes alas transparentes de destellos azulones y chispas anaranjadas le flanquean los hombros desnudos, y una sutil vestimenta de musgo, hierba y helechos le cubre parcialmente el torso y la cintura, dejando al aire una piel aceitunosa y satinada. En su frente una corona de flores increíblemente hermosas le decoran la sien, entrelazadas con ramitas. Parece como cubierta de purpurina verde limón, y en su cara se puede ver una maravillosa sonrisa, ojos celestes y  enormes, nariz respingona y afiladas orejas paralelas a las alas, que suavemente parpadean de manera casi imperceptible, entre la semipenumbra del bosque.
Yo, me levanto y le extiendo la mano. Le sonrío. En el fondo siempre estuve segura de que existían.

-Hola Angelien, soy Lotha, la Reina de las Hadas. He venido a llevarte conmigo, para que seas una de nosotras y vivas en este bosque, junto a mí, para siempre.

-Llevaba mucho tiempo esperándote. Estoy preparada. Vamos.

 

 


 

 

 

Fumador

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
@ Agitadoras.com 2023