Para Benjamín Valdivia 
                                         en sus 63 años.  
              
I
Hay que buscar  un lago donde floten erizos de agua dulce, 
                    catapulta de  mágico vaivén en los resabios
                    que serán terco  gotero que verdece 
                    el desierto en  tu perfil de sombra.
Renaufragado a  veces sobre el mar que te embarca
                    o mejor en el  sueño abrogado que te inunda 
                    sin peripecias  por cumplir más ejemplo 
                    que el de unos  ojos viejos 
                    sobre el mástil  del viento: 
                    buscas y no  encuentras salida 
                    en un envío de  asilo regordete y mendaz
                    como el manco  que iba 
                    con su lámpara  sorda
                    cargando el  mundo 
                    en carpetas  idas al diván 
                    después del  manoteo.
II
La edad es algo  así como rayo
                    que 'palpita  esperando' en tanto se empantana
                    y se vuelve  guardián mustio de los atardeceres
                    con su péndulo  roto: tiempo nada más 
                    para ovillar  todo lo que no tiene visos de memoria, 
                    lo hundido en  el andén: luna diluida, 
                    perpleja allá a  lo lejos
                    ante el tino  disperso de una flecha de Orión.
III
Ambos, espejo y  contrasombra se encuentran no de frente 
                    sino en el  resplandor occipital que deja mucho en el deseo. 
                    Es así que a  dos aguas fluye el mundo en su motín primero:
                    Adán —costillar  de serpiente, manzano con espinas de lenguaje— 
                    se dispone a  injuriar el paraíso. 
Hé aquí su  frase inaugural:
                    hágase el  tiempo 
                    y rebolotee su  lengua nombrante 
                    sobre el pubis  de Eva. 
Dejen pues 
                    que por su lado  simbólico
                    y arbitrio  infinitos
                    el espíritu de  Dios 
                    siga haciendo  buches de hombre 
                    'sobre la  superficie de las aguas'.
*ADENDA
Empecé a colaborar en AGITADORAS –de manera casi ininterrrumpida– en el año 2012: alrededor de 100 publicaciones (poemas, cuentos, ensayos, reseñas de libros) son a la fecha mi saldo de tal interacción. Muchas cosas han sucedido en el mundo en estos más de dos lustros de colaboración:
Durante este lapso, la llamada zona Euro y su moneda entran en franca crisis. Inglaterra sufre su más severo trance económico y político después de la Segunda Guerra Mundial; para colmo, su cuasi inmortal reina, Isabel II, desaparece a los 96 años y con ella el testimonio de tiempos gloriosos. En Estados Unidos, llega a la Casa Blanca el mequetrefe Donald Trump, el peor y más polémico presidente en la historia de esa nación. En Brasil, Lula da Silva después de un doble mandato es enviado a la cárcel y muy recientemente vuelve a erigirse presidente por tercera ocasión. Estos son también los años del ascenso y el descenso letal de ISIS, que aparentemente disminuido aún hoy sigue con sus garras y maquinaciones en posición rampante. Actualmente somos testigos de la confrontación bélica entre Rusia y Ucrania, cuyas consecuencias (además de los muertos) ya se dejaron sentir internacionalmente en lo económico, y aún faltan —seguramente— episodios que lamentar. A nivel mundial —junto a otros muchos ojos y conciencias— atestiguamos los peores y mejores días del Covid 19.
Hemos sido testigos, pues, desde la mirada siempre cáustica y precisa de esta revista (que con el presente número cierra su círculo virtuoso), de muchos hechos, voces y miradas, que habrán marcado la historia.
Agradezco los buenos oficios editoriales y la hospitalidad de Joaquín Llorens Beltrán de Heredia, principal animador del esfuerzo colectivo internacional de nombre AGITADORAS. Hasta la vista, querido amigo. Hasta siempre.
