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ISSN 1989-4163

NUMERO 61 - MARZO 2015

Ulises, la Salud es la Clave para el Domingo

Julio Soler

 

Estaban viviendo en el campo. Hacía algún tiempo que se habían decidido. Tenían un jardín. Con césped, decía él. Con grama, decía ella. El llevaba unos flamantes cortaflores especializados. Ellas unas simples tijeras de costura.

Poco a poco él, como en aislamiento narcisista, se abandonó, se fue decantando a la crianza de gusanos de seda en una enorme caja blanca en forma de botiquín. Plantó moreras. El apretar veneno juntos, el contener hemorragias de nariz, el partir cebollas y aspirarlas, todo constituía un particular modo de tejer su recíproca tela de araña.

Aquella tarde dominical se entregaron al recuerdo. Se reían de eso de que el campo aplaca los nervios.

-¿Nervios? -se preguntó él-. ¿Pero es que nos vamos a tragar esos ridículos consejos de los psicólogos norteamericanos?

-Pues eso era lo que tu creías. Aparte los psicólogos podrían ser franceses, incluso sin ser psicólogo se puede dar consejos -matizó, a la vez que arrancaba un rábano con una mano y se comía una ciruela con la otra, ella.

-Creo que aquí tiene que haber un malentendido. Quiero decir que yo bendigo los nervios, el stress, el prurito, la angina de pecho. Por algo he sido aduanero sin fecha de caducidad y he tenido que dejarlo. Pensaba que era por ti -dijo sorprendido él.

-¿Pero es que no te acuerdas de la promesa, aquella que nos escaneamos cuando nos conocimos y juramos cumplirla?

-Sí. Es verdad. Perdona cariño, pero ¿qué te parece si hoy nos saltamos el régimen? -fue esta la proposición de él.

-Claro, claro. Claro cariño. Por cierto la prueba de mañana día Lunes qué tienes, ¿cuál es, artroscopia, fonocopia, colonoscopia o son los resultados de tu aracnofobia, claustrofobia al espacio que queda entre un viaje que se cancela y otro que se reserva, o caleidosfobia?

-Caleidosfobia, el miedo a no saber clasificar los colores por su nombre e intensidad.

Inmediatamente, fueron como poseídos a sacar agua del pozo para derramarla en la inmensa caja negra ya en forma de ataúd repleta de los capullos de los gusanos de seda. Se desnudaron el uno al otro chillando. Y lanzando alaridos, se zambulleron en la piscina. Una piscina a la que previamente se le había sido vertida la totalidad de productos químicos suficientes para su conservación durante todo el año.

-Parece mentira - dijo él- pero por fin me he atrevido a tirarme desde el trampolín...

-Sí, ya veo. Con el en vías de extinción salto del ángel -comentó irónicamente ella.

-Mujer, el único que me sé.

Era un domingo de últimos de mayo y resultaba lógica la inestabilidad de la atmósfera. Pero aunque se había predicho un embolsamiento de aire frío procedente del norte en las capas altas, comenzó imprudentemente a llover fango. El cielo estaba como amarillo. De nubes. Los camiones de verdura murcianos se intensificaron y multiplicaron en la nacional colindante, reproduciéndose por esporas.

-Circe, otra vez me importas tú y tú y solamente tú, ojos negros piel canela que me llegan a desesperar.

-Ulises, quédate aquí.Por tu bien,no pienses más. Por cierto, que hinchada la tienes, se sobresaltó ella.

Entonces él, emergió de entre las aguas y salió airosamente al exterior. Subió al trampolín, volvió a extender los brazos y se dispuso de nuevo a realizar el salto:

-Ni tengo remordimientos ni me arrepiento de nada. Todo esto es bueno para la salud.

Habían dominado los nervios y se abrazaron jadeantes contra la escalerilla.

 

 

Ulises

 

 

 

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