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ISSN 1989-4163

NUMERO 61 - MARZO 2015

Los Días de Julián Turiel

Edwin Yllescas

 

I

Durante los últimos treinta años, la vida de Julián Turiel estuvo dedicada al estudio y la enseñanza de las ciencias naturales, incluida la biología , la microbiología y la genética. Esto lo había dotado de un fino olfato para percibir los más minúsculos cambios, tanto de su ciencia , como de su entorno social y hasta político.

Su maestro y guía fue la imagen de Georges Bataille, un oscuro bibliotecario de la Biblioteca Nacional de París, nacido 1897, en Billom Puy-de-Dome. En veintidós años de lectura cotidiana, el bibliotecario y autodidacta había logrado introducir en la Sociología los sistemas de investigación, análisis y aplicación de las ciencias naturales, tal como lo demuestra La Estructura Social , serie de conferencias dictadas en el Colegio de Sociología de Francia, en 1938. A pesar del natural problema que conlleva la importación y exportación del lenguaje de una a otra disciplina, las conferencias dejaron claramente establecido que «existe en nuestro universo una unidad de plan genético para todos los seres cósmicos o vivientes». Este fue el detonante en la cabeza de Julián. Su conocimiento de las ciencias naturales (si se quiere más profundo que el de Bataille) , debía llevarle a las mismas conclusiones, y quizás un poco más adelante. Pero , como al momento de reflexionar hasta las mejores familias se vuelven timoratas, decidió compulsar sus dudas ?que desde luego llamaba cartesianas? con los trabajos del fisiólogo alemán Max Rubner «sobre la Tasa Metabólica o relación geométrica entre superficie y volumen en los organismos vivientes». No llegó a leer todo Rubner. En el camino, un veterinario norteamericano llamado Max Kleiber, le indicó que desde 1930, la Tasa Metabólica fijada por Rubner era inconsistente. Literalmente, Rubner estaba equivocado. La TM no crece al uno por uno; desconoce la linealidad. Por cualquier camino o atajo, superficie y volumen , nunca se encontrarán. Para los efectos, viven en órbitas distintas.

Julián sintió que Kleiber despejaba las incertidumbres de Rubner; y ambos le allanaban el camino para un mejor entendimiento del método propuesto por Battaille. Su primera conclusión científica aplicada a las ciencias sociales, estaba a la vuelta de la esquina. La esquina estaba cerca y la vuelta era pequeña. Julián se hizo esta confesión: ?Si la masa metabólica (o relación geométrica entre la superficie y el volumen), de los cuerpos orgánicos aumenta ?como lo propone Kleiber? al cubo, la relación entre un fenómeno social (digamos una revolución) , y la sociedad que la experimenta, debe crecer a una tasa metabólica inferior a la suma del cuerpo social que la experimenta. Debe ser inferior al cuadrado. De lo contrario, la sociedad se calcinaría. La revolución generaría más calor del que pude absorber la sociedad. El derrape final de la revolución francesa, bolchevique, siciliana, italiana, alemana, austriaca, húngara, croata, nicaragüense , y hasta la caída de la segunda, tercera y cuarta república francesa ?agregaba la confesión de Julián? estribaría en tal fenómeno; el cual , en última instancia, también explicará la caída de la revolución cubana. De facto, toda revolución , por el simple hecho de serlo, está abocada al colapso. Calcina lo que pretende vivificar. Su ocurrencia prueba la existencia de los hechos ilusorios?. Sin embargo, a Julián le parecía que su propia explicación era demasiado fácil. Esta fue la primera vez que se topó con la fábula del Ratón y el Gato, nueva versión de la Tortuga y la Flecha. Si la superficie de un gato creciera cien veces más que la superficie de un ratón, debería tener una Tasa Metabólica cien veces mayor que le permitiera achicar su calor, pero eso no sucede en la realidad, y el gato termina incinerado por el calor de su propia Tasa Metabólica. Esencialmente, el hecho social es el siguiente: la superficie del Gato revolucionario crece al cuadrado, pero su volumen social sólo crece al cubo.

 

II

La nueva fábula le otorgaba tranquilidad, pero no le permitía avanzar en la aplicación total de los métodos científicos a los organismos sociales. Hasta ahora, sólo había extraído el ejemplo de las revoluciones. A principio de los noventa decidió visitar a James Brown y Brian Enquist, dos ecólogos de la Universidad de Nuevo México que habían unido empeño con Geofrey West, físico nuclear del Laboratorio Nacional de Los Álamos. Juntos encontraron que la Ley de Kleiber sólo era una verdad general que también se cumplía en el Reino Vegetal. En síntesis, le explicaron a Julián que todo organismo viviente se desarrolla en dos mundos espaciales diferentes: «uno tridimensional y otro interior, de 3.7 dimensiones». Cosa que en nada alteraba sus anteriores conclusiones respecto a los organismos vivientes y su contradicción con ciertos fenómenos sociales. La revolución, no sólo quema el cuerpo social por crecer al cuadrado, sino que además, sólo existe en otra dimensión ajena a los organismos vivientes. Otra vez se topaba con la fábula del Gato y el Ratón. Éstos jamás podrán coexistir. Pertenecen a dos mundos distintos. Su ocurrencia ?como la existencia de todo error? apenas explica la presencia de ciertos agujeros por donde, a veces, irracionalmente se filtran los humores de un cuerpo en otro cuerpo.

 

III

Julián, hombre cartesiano , buscó otros asideros científicos que le permitieran reclamar la paternidad de su teoría. Bataille ya era apenas un diminuto punto en el camino de sus investigaciones. Recurrió al estudio de la Teoría Egónica. La encontró divertida, pero sumamente espiritual . Su educación original (entre marxista y oportunista) , lo inclinaba por el lado plúmbeo de las ideas aunque fueran meros descaros. Pronto se vio sumido en el estudio de las dimensiones en su sentido geométrico y matemático. Sin embargo, lo abandonó. Corría el riesgo que el concepto abstracto de las infinitas dimensiones viniera nuevamente a confirmar sus anteriores conclusiones.

Durante varios meses se recluyó (literalmente) , en su casa y en su pensamiento. Consideró el asunto hasta quedarse cadavérico, pero ya veinte de sus veintiocho libros publicados trasmitían las ideas científico-sociales que tanta fatiga le habían causado. Un día se encontró con Georg Cantor y la Teoría de los Números Irracionales , que prefería llamar Teoría de los Números Transfinitos. Con el auxilio de dos de sus mejores amigos (un anabaptista y un entomólogo) , pronto entendió que los números irracionales siempre tienen una cola decimal infinita que nunca se repite. El más instruido de sus amigos (a decir verdad, lo había leído en Vanidades ) , le contó que la «matemática del transfinito estudia los Aleph: la parte es igual al todo. Y que mediante su utilización se podía demostrar, que si se multiplica un Aleph por un número X , el resultado siempre será un Aleph». De pasada, también le contó que «Cantor finalmente murió loco y obsesionado por su búsqueda del transfinito Aleph». Julián creyó encontrar en la cola de los decimales infinitos o en la locura de Cantor, la confirmación de su sospecha. Todas sus anteriores conclusiones sobre organismos vivientes y revolución eran falsas. Para Turiel, ya sesentón y maniaco depresivo, la Revolución era el Aleph , y cualquiera que fuera el número de organismos vivientes por el cual se multiplicara, siempre sería la Revolución. La Revolución era la parte y el todo. Nadie, ni sus propios hallazgos, lo sacarían de su confortable conclusión.

 

IV

Saber dónde fue la última vez que vieron a Julián plantea un hecho insoslayable. Es la única forma de recuperarlo. Según algunos, estaba en la sala de su casa estudiando la Teoría del Caos; particularmente, los números de Mitchell Feigenbaum. No porque éstos le interesaran, sino porque él miraba ahí la llave para entrar al mundo de los decimales infinitos. Otros aseguran que lo vieron ya metido en la cola decimal de un número irracional que nunca volverá a ser escrito. Los más incrédulos y mitómanos afirman que se marchó a una de las infinitas dimensiones de un número inexistente.

En definitiva, no se sabe lo que Julián Turiel vio en ese otro mundo cuando se montaba, o ya estaba montado en la cola de los decimales. Pero de una cosa estoy seguro. Puede que para otros esta relación, sólo sea una cosa divertida, pero debo advertir que para mí, no lo es. Tiene la dicha que provoca ver cómo un hombre escoge su otro verdadero mundo.

 

 

 

Los días de Julián Turiel

 

 

 

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