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ISSN 1989-4163

NUMERO 51 - MARZO 2014

Se Ruega Silencio (Fragmento)

Pepe Pereza

 

-        No tendrías que haber traído nada. Tengo el frigorífico lleno.

-        De haberlo sabido me hubiera ahorrado el viaje.

Me doy cuenta de que cojea al andar.

-        ¿Cojeas?

-        Es una tontería.

-        ¿Qué ha pasado?

-        No es nada. Es que el otro día me caí mientras quitaba las cortinas.

-        Déjame ver.

Se sube la falda y me enseña un moretón que le ocupa gran parte del muslo.

-        ¡Joder, mamá! Menuda hostia tienes ahí. ¿Te ha visto el médico?

-        Sí, ese mismo día fui a urgencias con una vecina.

-        ¿Y por qué no me avisaste?

-        Lo hice, pero debías tener el móvil desconectado.

Desconectado y sin saldo. Lo tengo así desde hace semanas.

-        En urgencias ¿qué te dijeron?

-        Tranquilo, estoy bien. Solo fue el golpe.

-        ¿Te duele?

-        Ahora no.

Estoy tan metido en mi mundo que a veces olvido que ahí fuera vive mi madre. Debería estar más atento, preocuparme de ella. Aunque esté sana como un roble no puedo obviar que tiene una edad avanzada. Precisa de cuidados y yo tendría que dárselos. Solo me tiene a mí, si me escaqueo ¿a quién va a recurrir? En el piso de arriba un taladro se une al alboroto general de las obras.

-        ¡Dios mío, que escándalo! ¿Cuánto tiempo llevan con esas reformas?

No sé por qué pero me gustaría acercarme a ella y darle un beso. No lo hago porque tendría que encontrar unas palabras que lo justificasen. De pronto una pregunta se escapa de mi boca.

-        ¿Eres feliz?

Es un acto reflejo que he ejecutado sin pensar y que coge a mi madre por sorpresa.

-        No sé qué decirte. Supongo que como todo el mundo. Unos días más y otros menos.

En esos momentos un martillo percutor hace temblar el edificio.

-        ¡Santa Madre de Dios! Como sigan así se nos va a caer el techo encima.

-        Sí, aquí no se puede estar. ¿Y si damos un paseo?

A mi madre le parece bien. Al bajar coincidimos en las escaleras con Matilde, que está fregando el rellano de su planta. Nos saludamos cordialmente y seguimos el descenso hasta el portal. En la calle mi madre me aborda con una pregunta:

-        ¿Tienes algo con esa mujer?

Ahora es ella la que me coge por sorpresa.

-        ¿Por qué dices eso?

-        Tal cómo te ha mirado me ha llevado a pensar que había algo entre vosotros.

-        Mamá, tienes mucha imaginación. ¿Qué te parece si vamos a una cafetería?

-        Tenía pensado acercarme hasta el cementerio para visitar a tu padre ¿Me acompañas?

Por el camino paramos en una floristería para comprar un ramo de claveles. El resto del trayecto lo andamos a paso lento, agarrados del brazo y en silencio. A las afueras nos encontramos con una leve neblina. Según avanzamos se va espesando. Al atravesar el Puente de Piedra la niebla se solidifica. Un muro de humo se levanta a nuestro alrededor. Es tan denso que no logramos distinguir las aguas que fluyen bajo nuestros pies. Al alejarnos del río la bruma pierde consistencia, no obstante, permanece activa más allá del cementerio. En el camposanto las cruces de piedra se superponen unas con otras, difuminándose en la distancia hasta que desaparecen en una amplia gama de grises. Tomo asiento en la lápida que está enfrente a la de mi padre. Mientras mi madre sustituye un ramo de flores marchitas por el recién adquirido. Parece la escena de una de esas viejas películas en blanco y negro de la Hammer. Tengo la sensación de que nada de lo que nos rodea es real. Es lo que tiene la niebla: dota al entorno de artificio y teatralidad. Dentro de la niebla el tiempo se detiene. Deja de existir. Y uno se desvanece con él. Repentinamente el mundo deja de ser inmenso y se reduce al limitado espacio que abarca la vista. No hay horizontes ni largas distancias. El resto es humo y vapor de agua. Inhalo la neblina para que entre en los pulmones. Respirarla me da seguridad y por un instante dejo de sentir miedo. Los gorriones cantan ocultos en los cipreses. Mi madre, dándome la espalda, permanece impenitente ante la tumba de mi padre.

-        Es curioso, desde que me casé con él no ha pasado un día sin preguntarme por qué lo hice. Ahora que se ha ido sigo haciéndome la misma pregunta.

Me gustaría decir algo que pueda consolarla. Busco las palabras, pero en la cabeza solo encuentro niebla.

 

Se ruega silencio

 

 

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