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ISSN 1989-4163

NUMERO 51 - MARZO 2014

Un Cualquiera

Luis Amézaga

Relato incluido en el libro "Tarde de Moscas (relatos esnifados).

Un hombre cualquiera remienda el traje que lo sepultará con un peso de botones que impida el vuelo de la bragueta. Un hombre cualquiera escribe cartas de amor excelsas para un baúl atrofiado en el desván de una casa en venta. Un hombre cualquiera descubrió aquella tarde anodina y rolliza una luz esperanzadora en el radiador de su habitación en penumbra. A un hombre cualquiera no le importan los finales trágicos si el trayecto fue intenso. La intensidad para un hombre cualquiera no debe levantarle dolor de cabeza mientras escucha el parte del tiempo. Un hombre cualquiera se esconde por pura timidez en medio del listín telefónico. Un hombre cualquiera es capaz de degollar a una anciana como cualquiera, pero luego no le gusta la repercusión mediática. El es de discretas confesiones apelando a los personajes malditos de novelas atormentadas. Un hombre cualquiera se desespera con los coleccionables. Su gato se pone nervioso por la falta de espacio. Un hombre cualquiera lee versos en un blog literario y piensa que la gente muestra sus heterónimos con demasiada frivolidad y falta de respeto hacia la esquizofrenia - esa energúmena que sólo necesita una invitación para acudir en manada a un recital de poesía barroca -.

Un hombre cualquiera duerme con camiseta y se despierta sudando, se lava con agua helada, se viste con ropa sin planchar y busca el primer bar abierto donde pongan zumo de zanahoria y vendan puros tridimensionales. Allí llora sobre las páginas de putas de los periódicos y se marcha dejando un billete mediano en la barra. Un hombre cualquiera piensa que como él ya hay muchos. Un hombre cualquiera no ha conocido a alguien que se acuerde de sus promesas cuando está feliz. Un hombre cualquiera renunciaría al Nobel sin pestañear, total no tiene unos zapatos que engañen a los admiradores de la cultura, de la cultura de otros, la misma que repelen en sí mismos. Un hombre cualquiera saluda con un gesto, ama con la luz apagada, teme a los uniformes y se siente culpable cuando ve atropellar a un perro. Un hombre cualquiera es capaz de ser un héroe en situación límite, pero se avergüenza. Un hombre cualquiera juega con la suerte y encuentra un extraño placer conmiserativo en las sucesivas derrotas. Un hombre cualquiera toma la mano como despidiéndose, como si el último aviso hubiera sonado en el andén. Y sus pies tartamudean cuando se gira para dirigirse a un sofá acostumbrado a sus tiernos gases de vegetariano a la fuerza. Cuando toma el ascensor parece que vaya a ser el último, cuando se sirve una copa de vino parece que vaya a ser la última, cuando mira los correos basura en el ordenador parece que se haya hecho amigo de los vendedores de viagra, de los buscadores de contraseñas para aligerar cuentas bancarias. El hombre cualquiera se puede permitir ciertos lujos porque nadie lo mira, incluso el de ser inteligente sin levantar envidias. El hombre cualquiera parece un pederasta cuando se sienta solo en el banco del parque, y un fantasma cuando acude a un estadio de fútbol. El hombre cualquiera no se suicida por no llamar la atención y porque la costumbre de sí mismo es una compañía agradable incluso con más personas delante haciendo ruido.

En su esquela no se agradece la presencia al funeral. En su calle se exprimen la sesera para ponerle cara y cuerpo. En su ventana un cartel de "se vende". Y el olvido antes de que caiga la primera lluvia sobre la tierra infértil del cementerio. Sobrinos y primos acuden al notario a saber algo de lo suyo. Una foto en la presentación de un libro se cae de la estantería. Cuesta reconocerlo entre los otros dos asistentes. Las perchas balancean sus caderas en un baile de luto. Limpiar el escenario del crimen lo hace mejor la familia que un asesino a sueldo. Un hombre cualquiera nunca es el último.

 

"Tarde de Moscas" se lee en una tarde que te han dado plantón. Son relatos esnifados, apocalípticos, nostálgicos, herméticos, escritos en una habitación a oscuras mientras el autor perseguía una mosca cojonera que le aseguró ser su musa. Luis Amézaga es un tipo que camina con los bolsillos vueltos del revés. Pretende convencernos de que nada oculta, pero su sombra nos guiña un ojo y le descubrimos la trampa.

 

 

 

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