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ISSN 1989-4163

NUMERO 11 - MARZO 2010

 

Marguerite y Nathan (Voluta)

Angela Mallén

La pintora Marguerite K. -bien casada, dos hijos-, era esbelta y delicada como una virgen gótica trazada con el tiralíneas de Modigliani. Se podría decir que su cuerpo fue tallado en los márgenes de la realidad. Pero también era la dueña de un espíritu atormentado. Su imaginación era un banco de plancton, sus emociones, un cúmulo de magma. Cuando venía de su estudio por la acera de la Schubertstrasse, recordaba a una madame caminando con sombrilla sobre la cuerda floja que cruza el cielo del infierno.

El doctor Nathan H. -pendenciero, crápula-, era más alto que el jinete pálido y más flaco que el quijote. Su mirada alzaba el vuelo lo mismo que un vencejo que volara desde el jardín botánico, pero se transformaba en una daga antes de taladrarte. Su carácter sugería una fusión entre el Joker, Peter Pan y Terminator. 

La tarde en que Nathan rozó los labios de Marguerite, les creció una mariposa azul entre el corazón y el esófago. De ésta nació el ave de extraño plumaje que les  construyó un nido en una factoría abandonada cerca del puerto fluvial. Aquel era un espacio donde llovían los cristales de las ventanas y las ratas no se escondían mientras ellos se amaban. El nido de Marguerite y Nathan.

¿Por qué se amaban Marguerite y Nathan?
Por culpa de sus cuerpos neoclásicos. Debido a que por cada mirada que se dirigían, resolvían uno de sus enrevesados jeroglíficos. Porque el desasosiego de él no era menor ni menos lúcido que el de ella.  Tal vez, también, por lo sigiloso de su profunda, oscura aventura.

¿Y por qué sucumbieron?
Porque no eran impostores ni embaucadores. Por conocer la magia y el laboratorio de la magia. La argamasa de amor y de coraje los condujo a un suicidio sin muerte, dirigiéndose juntos, como dos elefantes africanos (Marguerite y Nathan), a un cementerio de estatuas, en el norte de la ciudad. Allí donde se enredan las autopistas y los puentes se elevan sobre la velocidad.

 
 

Última cruzada

Poema visual:  “La última cruzada”  Ángela Serna

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