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ISSN 1989-4163

NUMERO 64 - VERANO 2015

¿Quién es ese?

Paco Piquer

 

¿Quién es ese? - Le pregunta una voz atiplada. - ¡Qué se yo! - El reflejo del escaparate devuelve la imagen de un hombre solo. Contemplando su propia figura confundida entre zapatos o camisas, entre medicamentos o máquinas de coser; no importa cual sea el contenido que exhiba la vidriera expositora. El hombre está solo. Silueta indefensa ante material listo para el consumo. - ¿Quién ha preguntado? - No hay respuesta. El hombre solo entorna los ojos y se acerca al cristal. Vano intento por localizar a su interlocutor invisible. – Por favor, ¡Dime la verdad! – El hombre solo se desespera. No hay respuesta. Golpea con sus puños el cristal blindado de una joyería. Suena una alarma. Estridencia que llama al orden. Dos vigilantes de camisa azul y porra negra le retienen. No tarda en aparecer la policía. Estridencia sobre cuatro ruedas y luces centelleantes. – Ha golpeado los cristales – acusan los vigilantes – Acompáñenos – Cuando le introducen en el coche, acompañan su cabeza con la mano. ¿Para qué no se golpee? Ha visto esa escena en el cine. Se ríe. Ellos no - ¿Quién es usted? Identifíquese – no hay paliativos. La orden es concreta. - ¡Qué sé yo! Pregunten en los escaparates. Allí siempre hay alguien. – Se miran. El gesto es claro. Obvian cualquier palabra. - “Está como una cabra” – murmuran los ecos del silencio – Si me acompañan, les mostraré… les diré… - Se detiene la estridencia móvil. Le ayudan a salir. De nuevo, una mano en la cabeza – Vengan, vengan – les guía. El mostrador de una juguetería. - ¿Ven? Sí. Allí. Detrás de Winnie the Pooh. Ese soy yo – Se miran otra vez. Sus silencios son amenazantes. Se les enrojecen los ojos de rabia. Seguros de que se está burlando. Que se está quedando con ellos. – Espere aquí – Un pasillo gris. Un banco gris. Una puerta gris. Una fotografía enmarcada en la pared – Pase – Otro policía, debe de ser el jefe, insiste en lo mismo - ¿Quién es usted? – De nuevo la odiosa pregunta - ¡Qué sé yo! – sus argumentos, de nuevo – Ya se lo he dicho a estos señores. Pregunten en los escaparates. En cualquiera de ellos. Siempre estoy allí – El hombre se levanta – Llévenle fuera – Atraviesa la puerta gris, y, en el pasillo gris, se acomoda, de nuevo, en el banco. Pero esta vez no está solo – Le sangra la nariz – advierte al hombre que se sienta a su lado – Me han dao esos hijos de puta. Me han dao bien – explica el hombre, que huele a vino barato – Comprendo – responde – Se queda pensativo. Al punto, lanza su pregunta a su etílico compañero – Oiga, ¿usted no sabrá, por casualidad, quién soy yo? Esos señores de ahí dentro me lo están preguntando con insistencia y, con franqueza, no sé que responderles - El hombre no contesta. Se ha quedado dormido en una postura incómoda. Regresan los policías. Un hombre de paisano, gafas de miope de gruesos cristales, les acompaña - ¿Es éste? – pregunta. Los agentes afirman con la cabeza – Déjenme solo con él. Se sentirá más cómodo. - Cuando se van, el hombre de paisano y gruesos lentes sacude por los hombros al borracho dormido – Acompáñeme – Le dice en cuanto abre los ojos y se incorpora con trabajo del banco. - ¿Así qué no sabe usted quién es? – El borracho se queja de nuevo – Me han dao esos cabrones. Me han dao de hostias – El hombre de paisano se aleja por el pasillo gris. Su brazo, gesto tranquilizador, sobre los hombros del beodo, que le acompaña con paso titubeante. Ve cómo se alejan. Se queda solo de nuevo. Trascurren los minutos. Nadie acude al pasillo, ni al banco gris, ni aparece por la gris puerta. – Voy a ver si me encuentro – dice al pasar frente a un guardia que, en la puerta de la comisaría, le saluda con un gesto, distraído. En la calle, frente al escaparate de una charcutería, comienza a reírse como un imbécil. Los chorizos y los jamones parecen desternillarse con él. – ¡No os riáis y decidme de una vez quién coño soy! – Sigue riéndose. Carcajadas convulsas hacen que caiga de la cama. Se despierta. La mueca de una sonrisa pintada en el rostro. Desde el suelo, se contempla en el espejo del armario. No se reconoce en aquella postura ridícula. Sonriendo dentro de un pijama estúpido. Se lleva las manos a la cabeza - ¡Dios! ¡Cuánto bebí anoche! Vaya una resaca. No me acuerdo ni de quien soy.

 

 

 

 

 

¿Quién es ese?

 

 

 

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