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ISSN 1989-4163

NUMERO 64 - VERANO 2015

Lo Contrario de la Vida

Itziar Mínguez

Título: También esto pasara. Autora: Milena Busquets. Anagrama. 176 páginas. 16,90€.

Hay libros a los que llego por puro magnetismo, como si no fuera posible escapar de ellos. Me pasa lo mismo con las personas. Siguiendo las señales de mi instinto llego a ellos y los devoro. El resultado a veces supera las expectativas y entonces celebras tu intuición; en otras ocasiones no llega a lo esperado y te toca aceptar la derrota. En este caso es motivo de celebración. Llegué al libro de Milena Busquets completamente atraída por lo que supe que contaba: un duelo, más concretamente el duelo por la muerte de su madre, la gran Esther Tusquets. Milena Busquets se refugia en su libro bajo el nombre de Blanca pero en ningún momento tiene el lector la sensación de que esté ocultando nada. También esto pasará es algo más que el testimonio puntual del duelo por la muerte de una madre. Está escrito desde la admiración y la gratitud de una hija que no quiere hacer un panegírico de la muerte de su progenitora, sino una confesión sotto voce de sus recursos para solapar el dolor y disimularlo, como etapa previa a la asunción de la muerte y ante la resignación por la desaparición definitiva del ser amado.

No es un libro lacrimógeno, pero emociona en su contención pausada y en su extraordinaria desnudez. Cuánto envidio la desvergüenza de algunos autores, entiéndase en sentido positivo, la falta de pudor a la hora de desnudarse y mostrar lo que son, sin pensar en la recepción del lector potencial; y ya no de un lector potencial anónimo, sino de aquellos que nos conocen, que saben cuáles son nuestros puntos débiles y que nos protegen en nuestra fragilidad. Milena Busquets no parece necesitar esa protección, tiene la mejor de las armas, su prosa sagaz y sólida, veloz y pausada al mismo tiempo.

“Lo contrario de la vida no es la muerte, es el sexo”. Reconozco que con esa frase ya me ganó. Pero no ha sido más que la primera de muchas otras que iban abriéndome los ojos y la mente, preparándome para un dolor venidero. En la novela el sexo tiene un peso específico, una presencia aplastante. Blanca, la protagonista, coincide con cuatro hombres de su vida (sus dos ex maridos, su amante y un viejo amor) en Cadaqués donde pasaba los veranos junto a su madre. La casa familiar es el escenario del encuentro con los dos ex maridos y con sus dos mejores amigas. De puertas para afuera la protagonista vive el encuentro clandestino con su amante y el decepcionante reencuentro con un viejo amor que evidencia la crueldad con la que el tiempo deteriora nuestras fantasías. Todas las relaciones de Blanca tienen una progresión dramática que transcurre pareja al residuo sexual que ha quedado de cada una de ellas. Esto me hizo pensar mucho en la vida misma. Creo que es cierto. Nos relacionamos con las personas que han formado parte de nuestras experiencias emocionales en la misma medida que quedan residuos sexuales de lo que hubo. Da la sensación de que Blanca es un personaje que arrastra una mochila emocional y que, precisamente en uno de los momentos más importantes de su existencia, como es la muerte de su madre a quien ella se refiere como el gran amor de su vida, necesita más que nunca cargar con esa mochila y llevársela consigo al escenario donde revive su infancia y juventud. En esa mochila caben también sus dos mejores amigas: Elisa y Sofía. Caracteres antagónicos que completan la personalidad de la protagonista y nos permiten conocer aquellas partes de Blanca que ésta pretende salvaguardar. Nada le es indiferente a Blanca, a quien no llamo directamente Milena porque ella misma ha trazado con primorosa exactitud la línea que separa la realidad de la ficción; nada le es indiferente. Dice en un momento: “Todas las cosas por las que has pasado sin indiferencia, con atención, son tuyas” y más adelante: “Con cierta heroicidad estúpida no reniego de ninguno de mis amores ni de ninguna de mis heridas. Sería como renegar de mí misma”. Blanca se lame las heridas a través del sexo, que es lo que le mantiene viva, consciente de su fisicidad, pero al mismo tiempo, es ese contrario de la vida que le acerca más a la muerte de su madre. A veces, en mitad de la congoja, cuela frases como ésta: “No hay nada como el amor vertical. Lo sabe todo el mundo”. Milena Busquets busca la complicidad del lector, en su pena y también en esa generosidad con que nos muestra sus intimidades. Todo lo que acontece durante esos días en Cadaqués -cuyo relato me trajo a la mente las películas de Rohmer- es una forma de ir despojándose de los recuerdos pero reencontrándose con ellos que es el sentido figurado en el que nos desprendemos de las cosas, de los objetos de aquellos que nos dejan. Cuando en un momento de la narración la protagonista no sabe si tirar o guardar las cosas de su madre, dice: “Supongo que estaba empezando a decidir a qué distancia exactamente quería vivir de ti. Es un difícil equilibrio, resulta más fácil guardar las distancias con los vivos”. A pesar de que la presencia de la madre muerta sobrevuela cada página, es curioso cómo incide directamente en ello en muy pocas ocasiones. Se aleja mucho de la carta-testimonio donde el actor del duelo trata de decirle a la persona muerta todo aquello que no le dijo en vida. Tampoco suena a despedida, a medida que avanzas por las páginas del libro, da la sensación de que estás asistiendo a una suerte de reencuentro. El libro comienza y acaba en un cementerio. En dos escenas que me parecen memorables. Pero son las únicas que realmente remiten a la muerte, a la pérdida como tal. Lo demás es simplemente el camino hacia el cementerio, ese camino de ida y vuelta, en el que simplemente dejas que tu vida, que las cosas que has elegido te acompañen. El dolor de lo que se pierde solo puede compensarlo la gratitud hacia lo que aún se tiene. Por eso a Blanca no le pesa su “mochila” en ese camino de ascenso al cementerio, donde su voz, más susurrante que nunca dice: “Debe de ser intolerable tener todavía los ojos abiertos y pensar que hay lugares que ya no volverás a ver nunca, que se cierran las posibilidades antes que los ojos”. Y, a pesar de la carga de sus palabras, hay un consuelo en ellas. Qué bien maneja Milena Busquets los silencios, las pausas, las palabras… qué bien desliza, como al desgaire, frases que te colocan para siempre en un bando u otro: “El mundo se divide entre los que se sientan en los bancos de las calles y los que no”. Yo soy de las primeras. No sé a dónde me lleva eso ni de qué forma me define pero es hermoso sentirse parte de algo, poder decir: así soy.

 

 

 

 

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