LA VARONA
Desde antes del  principio la mujer ya urdía laberintos, su primera caja china se llama paraíso:  bajo el árbol celeste de la vida, Eva jugó serpientes y escaleras sobre el  tablero crédulo de Adán.
                    Paris fue un galancete  de plastilina en las manos expertas de Helena ‘la del barrio’. Dalila hizo  creer a su Sansón que lo amaba por la magnificencia de su pelo: un día le  escondió la cabellera (de quita y pon): le había hecho olvidar que era pelón.
  ¿Qué hacías para ocupar  tu tiempo en mi ausencia la mar de prolongada?, dijo al volver del viaje Ulises  a Penélope. Tejía de día y destejía de noche –le responde.
                    Penélope mentía: descansaba de día y cogía de noche, si no ¿dónde está el paño  que pruebe lo contrario?
                    En los oscuros claustros  de cualquier laberinto no falta nunca algún hombre extraviado y sediento a  punto de sucumbir, y una mujer con antorcha, agua y brújula en las manos, que  observa divertida desde alguna buhardilla.
                    Según la más típica  estampa genésica, en la varona desemboca la voluntad de la serpiente, y resulta  que Adán es el culpable. Desde entonces la astucia y el contrasentido son sus  principales atributos. Su aparente debilidad la fortalece, pues le permite  tener siempre el control emocional. Su propensión al llanto es un montaje:  cuando llora lo que hace es lavarse los ojos para ubicar la realidad en su  justo contenido. Cuando dice soñar, está tejiendo redes para que cada hombre  que caiga tras su impulso, no haga ruido y crea que se levanta airoso de ese  abatido y débil corazón.
UNA COSTRA POROSA
Fui al médico hace unos cuantos días. El motivo, entre otras cosas: un  lunar oscuro que (noté) recién ha invadido parte de mi sien izquierda. ‘Es un  melanoma, y es muy probable que sea canceroso', me dijo el médico general que  me atendió. 'Para salir de dudas lo voy a canalizar con una dermatóloga muy de  mi confianza: la doctora Luz Viviana Gómez’.
                    Nueve días con el alma en vilo, ya casi despidiéndome de todo.
                    Ayer apenas, acudí a que me fuera  confirmada la terrible noticia.
                    Recordemos: ‘Tienes cáncer de piel’ era el pronóstico anterior que me  había sido sugerido.
                    Compenetré, como dijo Cantinflas, y lo primero que ví fue un enorme  diploma en letras de oro (ESPECIALIDADES MÉDICAS DE LA HABANA, etc, etc,) colgado  en la pared. "Esta individua nunca pudo pasar en México el examen nacional  para acceder a alguna especialidad y se fue a Cuba a comprar el  distintivo", pensé. “Esta es la triquitriqui que espero me dé buenas  noticias".
                    La galena en cuestión, una mujer de aproximadamente cuarenta y cinco  años (buenas carnes gluteales, pocas ubres, botox que parecía estirarle las  mejillas melindrosas desde el mismísimo occipucio. Y labios, cómo no, cual culo  de pollo desplumado).
                    Antes de tres minutos, ya la mujer había lanzado sobre mi calavera su  notable pronóstico: “son manchas de la edad, señor, no se preocupe”.
                    Y en los siguientes cuatro minutos ya estaba con un cautín de goma  ultrasónica, supongo, borrándome la mancha que yo creí voraz. SSSS SSSS SSSS.
                    Literalmente, la habitación olió a bisteck sobre la plancha ardiente.
  “Le va a salir una costra, y se le va a caer sola”, me dijo, “buenas  tardes".
                    AYY sí: Ahí sí. Allí sí, después de tres mil pesos.
LA LEVEDAD Y EL PESO
En Islamabad, Prujuta Majadré, venerable maestro de doctrinas abstrusas, no sueña, pues a su alma devota no le están permitidos los deslices del mundo de lo infiel. Él sólo observa y calla y bebe para su cuerpo en éxtasis los ruidosos latidos de la nefanda piedra. La levedad y el peso. Mientras Prujuta hace levitar en su infecta crujía sus cuarenta y dos kilos de indudable santidad sin lograr todavía acceder al gran misterio, a unos cuantos minutos a paso de gurú, otro santo acaba de ascender al cielo: ah, ¡pero qué manera de remontar el éter, que levedad la de aquel hombre!, el venerando cargó con dos esposas, tres sirvientes y dos torres occidentales de cien mil toneladas.
OTRA HISTORIA DE ESCLAVOS
Este negro de Honolulu soñó  de niño que Martin Luther King dormía en el patio de su casa, soñó de  adolescente que al salir de la cárcel Nelson Mandela lo aclamaba, soñó de  adulto que sería presidente del país más racista del mundo para que ambos  fueran amados con corazón y capucha de blancos y que esos dos sueños previos lo  ayudarían a lograrlo. El negro de Honolulu convirtió en realidad su tercer  sueño, sólo que Luther King no quería ser amado sino entendido y decidió seguir  durmiendo en su parcela de blues sufriente y trasnochado, y Mandela que sí  deseaba ser amado, tras la cárcel sólo anhelaba vivir sus últimos años arropado  por el amor de los niños de su aldea. Así que el negro de Honolulu se quedó  solo y triste, soñándose entendido por los blancos de la que no es su tierra,  ni será. 
                    Bienaventurados los negros  que viven estirando la mano para que los blancos la estrechen y alabada la mano  machucada por un muro de secesión en cada intento. 
Dichosos los ilusos, pues de ellos es el reino de los sueños.