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ISSN 1989-4163

NUMERO 60 - FEBRERO 2015

Opiniones Robinsonianas (XXII) - Lenguas Encadenadas

Mª Ángeles Cabré

 

A raíz de los espantosos atentados parisinos, que han puesto de nuevo en jaque la libertad de expresión cuando ya pensábamos que la fatwa contra Salman Rushdie era historia, parece ser que la editorial Gallimard ha vendido un montón de ejemplares del Tratado de la tolerancia del iluminado Voltaire y que anda reeditándolo a toda prisa para que nadie se quede sin él. Harán bien los parisinos o no tan parisinos en leer a Voltaire, aunque quienes debieran leerlo es seguro que nunca lo harán.

Defensor de la libertad de prensa, Voltaire escribe en dicho libro que la tolerancia no ha provocado nunca ninguna guerra; y a él se atribuye también la célebre cita “No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”, frase cumbre de la libertad de expresión y del respeto por las opiniones de los demás. En realidad esa frase no la escribió el francés sino una mujer, Evelyn Beatrice Hall, escritora británica que, a imagen y semejanza de George Sand y algunas otras, se parapetó tras el pseudónimo masculino Stephen G. Tallentyre y que deslizó esas palabras en la biografía de Voltaire que publicó en 1906. ¡Bien por Evelyn!

Pero visto lo visto, por mucho que leamos a Voltaire o condenemos la larga lista de atentados contra la libertad de expresión que cada año elabora Amnistía Internacional y que violan descaradamente el Artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos (“Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión”), estos nuestros no parecen buenos tiempos para opinar: se abate a tiros a unos dibujantes por haberse reído de las barbas de Mahoma y hay dictaduras que insisten en fustigar con mil latigazos al creador de un foro de debate en Internet, léase Raif Badawi, cuya familia espera refugiada en Canadá a que las autoridades saudíes se dignen sacarlo de prisión, aunque haya sido condenado a diez años de cárcel y a pesar de que el viceministro saudí de exteriores asistiera a la magna manifestación de París del 11 de enero enarbolando la bandera de “Je suis Charlie”.

Lamentable no hay que irse hasta Arabia Saudí, y ni siquiera a París, para hallar casos en los que está claro que se quiere cercenar la libertad de opinión y de expresión. En noviembre de 2013 se fundió en negro la Radiotelevisión Valenciana (RTVV), que al parecer era Jauja para los gobernantes del PP, quienes la consideraron su casa y no la de los valencianos y valencianas; Telemadrid es una sucursal de Intereconomía por intercesión de Ana Botella y sus cuates; y la sombra de la falta de pluralidad, a decir de algunos, se cierne hoy sobre TV3 y Catalunya Ràdio, empeñadas ambas en pasarse un alto porcentaje del tiempo hablando del “procés” independentista y desatendiendo así otros asuntos.

La palma en lo que a sombras de sospecha se refiere se la lleva, sin embargo, RTVE por lo que tiene de radio-televisión nacional, razón por la que se le tendría que exigir la máxima ejemplaridad. Mientras el actual gobierno celebra ruedas de prensa por plasma y sin preguntas (aunque el temor al ascenso de Podemos les obliga a mostrar una creciente cordialidad), el ente es acusado de enchufismo, partidismo y espíritu de venganza. Sin que las críticas hagan mella en él, cría fama de nada imparcial mientras, al parecer, juega a promocionar a quienes obedecen y a castigar a los renuentes; de ahí que el mismísimo Instituto Internacional de la Prensa lo instara en su día a aplicar criterios profesionales a la hora de elegir cargos de responsabilidad y a no priorizar afiliaciones políticas (¡qué feo!) para minimizar así el control del gobierno sobre los contenidos.

Un hecho muy reciente insta aún más si cabe a hacer crecer la desconfianza de los ciudadanos respecto a los medios de titularidad pública. Se trata del despido fulminante, a decir de todos disciplinario, de Cristina Puig, periodista de profesionalidad probada que hasta la fecha había presentado con gran tino en La 1 (emisión catalana) tanto el programa de entrevistas “Gent de paraula” como “El Debat de la 1”. Cuenta la susodicha que se había quejado repetidamente a la dirección de falta de pluralidad y que eso no gustó. Caso de deberse a la causa que alega la aludida y no a otras razones, viene su despido a sumarse a otros gestos muy feos que una radio-televisión pública no se puede permitir el lujo de hacer.

Que un medio de comunicación público debiera ser a estas alturas el más respetuoso con las opiniones variadas es algo que nadie debiera discutir. Y por ello vale la pena luchar a brazo partido, en la línea de Voltaire y de su afilada biógrafa, diciendo #Jesuischarie y lo que haga falta. Por no mencionar que en un país aún tan poco paritario, no nos podemos permitir el lujo de dejar rodar cabezas de mujer cuando están haciendo su trabajo como lo tienen que hacer, con criterio y espíritu crítico, que es lo que se le pide a cualquier profesional del periodismo, sea hombre o mujer.

 

 

 

 

 

Lenguas encadenadas

 

 

 

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