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ISSN 1989-4163

NUMERO 30 - FEBRERO 2012

Permiso para Soñar

Itziar Minguez Arnáiz

Laura Dekker ha cumplido su sueño. Con 16 años y 123 días es la navegante más precoz en dar la vuelta al mundo, en velero y en solitario. La hazaña le ha costado 366 días y culminó con éxito el pasado 21 de enero.

Su historia es una historia de libro, tan apasionante que cualquier ficción a su lado se queda pequeña. Me apasionó desde el principio, por eso ya en el verano de 2010, en este mismo espacio, me hice eco de ella.

El 21 de enero era la fecha que ponía el happy ending de esta historia. Pero no todo ha sido feliz. Fuertes vientos, temporales que han estado a punto de romper en dos a Guppy, la embarcación de 11, 5 metros de eslora con la que ha surcado 27.000 millas (50.031 kilómetros), estuvieron a punto de conseguir que la joven se rindiera, pero no lo hizo; estos avatares estaban dentro de lo previsible: gajes del oficio de soñar.Tal vez lo más amargo, a pesar del final feliz, ha sido que la verdadera hazaña fuera no tanto la travesía marítima como las cortapisas que los tribunales pusieron al sueño adolescente de surcar el mar en velero. La propia Laura Dekker lo ha contado en su diario de a bordo: “¡el Kinderbescherming exigió que yo fuera sacada de mi hogar y que fuera encerrada en una institución!  De esta manera pretendían que yo dejara de navegar. Después de eso vinieron otros cinco procesos judiciales exigiendo lo mismo.  Lo único que yo quería era navegar”, dice Laura Dekker, cuyas cuitas se han podido seguir en distintos blogs, de uno de los cuales extraigo estas declaraciones. No exagera la chica. El principio de esta historia se remonta al año 2009, cuando la protagonista contaba 13 años, el Tribunal de Utrecht, le impidió zarpar hasta que concluyera sus estudios obligatorios. Como si eso garantizara algo. Los servicios de protección del menor pusieron en marcha su implacable maquinaria, paralizaron el intento hasta que cumpliera los 16 años y suspendieron la custodia a los padres de forma temporal. El caso llegó hasta el parlamento, hasta que en 2010 los jueces dejaron la decisión en manos de sus progenitores; por cierto, divorciados. El aparato legal consiguió lo impensable: que los padres ya divorciados se pusieran de acuerdo en algo: velar por hacer realidad el sueño de su hija. Esta compleja travesía había dado comienzo mucho antes de que Guppy zarpara el 20 de enero de 2011 de la isla de San Marteen e hizo tanta mella en el ánimo de la soñadora que hasta llegó a escapar de su casa; y ahora, después de completar su gesta, amenaza con no volver a Holanda. Tiene razón. La justicia, tan garante y precavida en muchas cosas, se ocupa a veces de ámbitos que no le competen. No es que todo sueño haya de ser realizable y obtener el beneplácito de la diosa Iustitia, pero hay que reconocer que a veces la justicia hace justicia (y valga la redundancia) a su imagen de diosa con los ojos vendados. Sí, la justicia, como el amor, a veces es ciega. También en ocasiones los sueños nos arrasan la visión y nos lanzamos a ellos sin prever las consecuencias que puede tener un brusco despertar. Pero la justicia, también como el amor y los sueños, es interpretable, debe ofrecer margen para equivocarse o acertar, para rectificar. Los límites de la edad es un tema muy peliagudo para la ley. Iustitia nunca parece tener claro de qué parte de la balanza ha de inclinarse el sentido común. La mayoría de edad -ese límite de edad en los 16 o 18 años dependiendo de la legislación de cada país y de la naturaleza del delito- es la frontera más difícil de pasar sin que el peaje nos cueste caro. Dependiendo de si es la víctima quien está al borde de esa edad o si es el que delinque, los límites se vuelven más farragosos y, en ocasiones, más injustos. Que se lo pregunten a los padres de jóvenes asesinados por jóvenes asesinos. ¿Debe ser el mismo límite el que se tenga en cuenta? ¿Debe aplicarse la ley según la particularidad que presenta quien delinque o debe respetarse el límite de forma inexpugnable aunque atente contra la naturaleza de la propia ley? ¿Hay que desnaturalizar la justicia a veces para que la ley sea justa?

Es obvio que no se puede meter en el mismo saco un caso y el otro, pero la ley que vela, protege o juzga a los menores, usa los mismos límites para unos y otros casos. Y no debería el peso de la ley caer sobre los sueños con la misma contundencia con que recae sobre los hechos delictivos. No, no es lo mismo. Y ese es el problema.

Laura Dekker, que se sintió perseguida y estuvo a punto de ser ingresada en una institución después de que a sus padres se les arrebatara la custodia, ha cumplido su sueño. Y su sueño no ha atentado contra nadie. Los Tribunales obraron de buena fe, se presupone, con la única idea de evitar un peligro o fieles a la obligación de hacer respetar los tiempos de la educación obligatoria. Puede que lo que ella ha aprendido no lo enseñen en ninguna escuela. En su diario de a bordo anotará la fecha del 21 de enero de 2012 como el día en que cumplió su sueño, es importante que ella se acuerde de esa fecha porque el Libro Guiness de Los Records tampoco lo va a registrar en sus páginas. También ellos velan por la integridad de nuestros menores. Desde hace unos años Guiness (el libro, no la cerveza) no promueve este tipo de aventuras para no alentar a los jóvenes a superar retos que puedan poner en riesgo su vida. Se ve que estamos a salvo.

Hay quien ha criticado a los padres de Laura Dekker porque ellos sí alentaron a su pupila a la aventura: ¿no ven riesgo?, se preguntarán muchos. Seguramente sí, pero también lo hay en las calles, en los bares y a lo mejor pensaron en que al menos, durante un año, la niña estaría a salvo del alcohol de garrafa, las drogas de diseño, el botellón y los desaprensivos que acechan por las noches en la calle o, peor aún, a veces dentro de las paredes del hogar.

Laura Dekker ha vuelto a casa después de estar 366 días fuera y sola. Ha soñado y ha vencido. Y, además, está sana y salva. No todas pueden decir lo mismo.

Laura Dekker

 

 

 

 

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