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ISSN 1989-4163

NUMERO 30 - FEBRERO 2012

Los Guantes Blancos

Ángela Mallén

Son cortos y de buena calidad. Son elásticos y dan un toque de distinción. Hay que hacerse con dos pares de quita y pon. Sin ellos las manos desnudas parecen obreras, sin clase, pobretonas. En ocasiones se lleva por encima una sortija, especialmente si se trata de un solitario. En sus casas puedes verlos encima del piano, o en el primer cajón de la consola del recibidor. Siempre un par limpio, preparado.

Ellos no actúan sin guantes blancos. No pisan la calle sin guantes blancos. Los guantes no dejan huellas cuando desvían las rentas a actividades especulativas, cuando incoan expedientes de desahucio, cuando reclasifican suelos urbanos, cuando transfieren fondos a las islas Fidji, cuando elevan las tarifas o deprecian el valor. Un guante no tiembla.

Ellos poseen todo aquello que puede ser substraído sin dejar rastro; ya se trate de bienes, valores o plusvalía. Tienen de todo cuanto pueda ser tergiversado, usurpado, defraudado o  malversado. Lo acumulan, lo sobreprecian, lo exhiben.  Y nunca les basta.

A veces se sienten indignados. No porque padezcan carencia como otros indignados. No porque sufran escasez como otros indignados. No porque presencien lúcidos y atónitos la tergiversación de los valores, el saqueo de la realidad. A ellos nadie los expolia. Pero sufren cuando no disfrutan del poder. Cuando tienen que aguantar sin el poder alguna legislatura, alguna asamblea, algún minuto. Ellos sufren, se inquietan, pactan. Están acostumbrados a tomar el mando con sus guantes inmaculados. El poder es la guinda de su voracidad.

El poder es consustancial a eso que llaman estirpe, casta, clase, pedigrí.

Ah, sin el poder se vuelven niños malcriados en perpetua rabieta. Salen a las calles y usurpan la dramaturgia de los desarrapados (dos mil millones de personas viven en la extrema pobreza, mil cien millones de hambrientos), y rapiñan los gritos de los parias (mil millones de personas forman el Precariado), y saltean las banderas que son de todos, y atracan los símbolos de los demócratas, y ratean los argumentos de sus oponentes, y depredan las palabras capaces de mantenernos unidos, y perpetran el latrocinio de la verdad. De la veracidad.

El poder los mantiene calmados, borrachos, transidos. El poder a merced de sus manos enguantadas, ocultas, torpes. El poder que se agencian. El poder expoliado. El poder que los robustece y perpetúa. El poder es su nido y en él depositan sus genes. Sin el poder se sienten desvalijados.

Qué hacer con nuestras manos desnudas, manos callosas, manos limpias, manos engrasadas, manos cálidas, manos fuertes, manos de colores, manos que construyen la realidad, manos que sangran, manos que acarician, manos que duelen... ¿Tal vez enlazarlas y convencernos de que el poder no debe ser extrapolable, que lo justo es merecerlo, ejercerlo y sustentarlo con las manos laboriosas, las manos poderosamente unidas? Sí, tal vez sí, probar una vez más a enlazar las manos. O quizás esta vez alzarlas. Manos arriba no para atracar, sino para denunciar y paralizar el cortejo del poder; con o sin fé; probablemente sin efecto; por supuesto, sin guantes.

Los guantes blancos

 

 

 

 

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