1.- Este destino del amanecer
(El jardín y tú)
Para María Dolores, este destino de amanecer definitivo
«El intenso romero de otra esperanza:
La gran verdad del abrazo: Kyoto: Railroad man.»
Railroad man
«Un día me dijo: “Iremos al Generalife a las cinco de la tarde, que es la hora en que empieza el sufrimiento de los jardines”» (Cuenta Lorca que le dijo Juan Ramón Jiménez en Granada, 1924): Días como aquellos: Alfonso Alegre Heitzmann
Bajo el jardín donde se mecía el calor
—un reflejo atontado madrugando en Sevilla—,
cuando el silencio de la noche se fue sin cerrar la puerta,
y el aire, como un furtivo perseguido se esconde, acechando
flores, suplicando agua por los ojos tras un flácido frescor,
bajo el sufrimiento de los jardines
soy inocente de esa mirada.
Aún no había amanecido, cuando el jardín del alba
se despedía del abrazo de su noche,
mientras un gallo, algún pájaro desvelado y tú
os releváis en la guardia de este nuevo martes 23 de julio de 2019:
Los días pesan ahora más con sus venas tersas,
hinchadas por este sofión que proclama el verano.
El sol escala despacio paredes, ahuyenta sombras,
y los muros, blancos, empiezan a tener sed.
Tal vez estés echando de menos ese abrazo de romero
que lave las caricias ocultas en tu bolsillo.
Estás, quizá, esperando al sueño, cuando la primera luz,
traidora con la noche, se asomará tímida a increparte
que amaneces demasiada madrugada,
que el día no es tan largo como crees,
aunque te aguarden las salas de espera interminables,
lentamente claras, pudorosas con el dolor,
las cansadas y monótonas sábanas esculpidas de miedo y fiebre:
Grava el impuesto silencio de los hospitales, y el miedo impoluto
de las puertas, aséptico al frágil devaneo de los análisis,
y las gráficas esperan su sujeto dentro de una oración
llena de complementos de régimen de pastillas.
El jardín mece el calor, lo briza, se duermen
los jazmines tras su olor con denominación de origen.
El sufrimiento de los jardines:
Soy inocente de esa mirada.
Aún respirará la noche cuando tú no estás,
pero resuena una vigilia de quietud estancada,
como un rocío mate, pero brumoso de horizonte,
recortado el jardín por tus ojos besándonos.
El insomnio me persigue, y no hay forma de huirlo,
no hay puerta de emergencia para escaparse
a este destino del amanecer, que entra por debajo
de la noche, a gatas, con sus almohadillas de tímida luz,
con el susurro latente pegado al suelo,
su cruel carné de identidad, su carne marchita.
Mientras tú y el jardín intentáis hablar del tiempo,
la noche se agazapa, os escudriña muy atenta:
una luz macilenta desemboca por los bordes de tus cejas
y se acuesta, mortal geometría de sombra,
junto al inerme macizo de tus ojos, sonando a verde, a verte.
Solos, al fin, el jardín, el alba y tú misma,
el pantalón de tu alma hecho jirones,
las anónimas caricias ocultas en su bolsillo,
el mundo insensible al aire y una razón de jazmines llamando:
este destino del amanecer que te quedaste sin abrazarme.
Y el anónimo silencio del nombre de aquella maceta de 2007,
que, como un arca de Noé del diluvio de tu muerte,
se salvó en este otro jardín de veranos,
y cuyas flores te señalan, crecen, se estiran para darte la mano.
Soy inocente de esa mirada:
… empieza el sufrimiento de los jardines.