Más allá del muro
La Pequeña Primavera ha llegado al valle donde reside la tribu de los salvajes de Tormund con la que convive Jon. Las cumbres siguen nevadas pero las laderas de los montes están tapizadas de un manto de verdor y los árboles cuajados de flores. Sin pieles de abrigo, los hombres y mujeres libres exhiben sus pálidas extremidades al sol. Para celebrar el buen tiempo van a organizar una gran fiesta, pero antes hay que cumplir un triste ritual, el funeral de Fantasma, que murió mientras dormía la pasada noche. El cadáver del lobo yace sobre un catafalco de troncos rodeado de ramas floridas. Jon, con expresión triste acerca una tea y prende el fuego.
Jon—Adiós, fiel amigo. Ni los vivos ni los muertos pudieron contigo pero el tiempo te ha alcanzado. Te echaré mucho de menos. Ha terminado tu guardia.
Tormund—No estés triste, Jon Nieve. Tu lobo tuvo una buena vida y una muerte envidiable. Hace poco todavía lo vi cazando por el monte.
J.—Viento Gris, Dama, Nymeria, Verano, Peludo, Fantasma...
T.—¿Qué recitas?
J.—Son los nombres de los lobos Stark, los que mi padre entregó a nuestro cuidado cuando éramos unos críos. Los encontramos bajo el cuerpo de su madre muerta durante la lucha que mantuvo con un ciervo. Los dos eran gigantescos, algo fuera de lo común. Ahora todos están muertos...No, no es verdad. Arya me contó que en su viaje a Invernalia tropezó con su loba Nymeria que iba acompañada de su propia manada y que evitó que la atacaran, aunque no se dejara tocar. Una loba brava, sí señor.
En ese instante se oye un atronador estruendo, la tierra tiembla y de las cimas de las montañas se desprenden fragmentos de nieve y rocas. Se desencadena una avalancha sobre el angosto valle y todos corren aterrorizados sin saber dónde refugiarse. Con un espantoso crujido el suelo se abre en profundas grietas por las que muchos se precipitan a simas insondables. Uno de ellos es Tormund, el Matagigantes. Consigue aferrarse a unas raíces y Jon intenta ayudarle, pero la raíz se deprende y el salvaje desaparece de la vista. Una enorme bola de nieve golpea a Jon por la espalda y cae inconsciente.
Cuando despierta, no reconoce el paisaje profundamente alterado por el terremoto. Un puñado de supervivientes se arrastra a su alrededor, heridos y gimientes. Cerca, una vieja cambiapieles y su gato gris se aferran a las ramas de un árbol. Jon se frota los ojos, deslumbrado por los brillos que emiten diminutas partículas relucientes que siembran el suelo. Coge una y la observa detenidamente. Es pequeña pero muy pesada, plateada, tiene la forma de una pepita de girasol y brilla tan fuerte que daña la vista.
Jon—¿Qué es esto? Parecen semillas de plata.
La Vieja se aproxima con su gato a la zaga y estudia otro fragmento plateado.
Vieja—No es plata, Jon Nieve. Es platino, un metal más valioso que el oro.
J.—¿De dónde viene?
Vieja—Es el tesoro de los muertos. Su legado y venganza. Este valle ya está maldito. Cuando se sepa que ha brotado metal noble, vendrán de todas partes y acabarán matándose para poseerlo.
Los dos enmudecen compartiendo su aflicción, abrumados por lo ocurrido y lo que puede significar.
V.—Busca a los tuyos, Jon Nieve. Regresa a tu mundo. Aquí ya no tienes amigos ni nada que hacer. Llévate todo el platino que quepa en tus alforjas. Los muertos ya no lo necesitan y en cierta manera te pertenece. Serás un hombre rico. Dicen que la riqueza ayuda a soportar la soledad. Incluso a olvidar los malos recuerdos y los errores que cometimos.
Jon se aleja, cabizbajo y mudo. Le pesan las piernas y su cabeza es un amasijo de oscuros pensamientos. De nuevo ha sido expulsado, apartado de sus seres queridos y algo dentro de él se revuelve, iracundo contra su fatal destino.
La Fortaleza Roja
Tyron picotea una bandeja llena de trozos de fruta, se sirve en una copa un líquido verdoso contenido en una jarra de cristal y da un largo trago. Su aspecto es saludable, la mirada viva y la tez rosada.
Tyron—Este insípido brebaje a base de plantas medicinales que me obliga a trasegar Sam es asqueroso, pero desde que dejé el vino y como menos carne, me encuentro mejor. Cago como un bebé, meo como una fuente, duermo como un niño y tengo el mal humor de un viejo cascarrabias.
Sam entra sonriente y apresurado en la sala.
Sam—Traigo buenas noticias. Dos buenas noticias para ser más exacto. La primera es que Brienne de Thar acaba a dar a luz. Es un varón rubio y de considerable tamaño.
A Tyron se le ilumina la cara con una gran sonrisa.
T.—¿Y ese pequeño cabrón tiene dos manos?
S.—Dos, mi señor. Y dos pies con cinco dedos cada uno.
T.—Vaya. Parece que la perversa estirpe de los Lannister todavía no se ha agotado. ¿Y cuál es la otra buena noticia?
S.—Ha llegado un cuervo de Invernalia anunciando la próxima boda de la Reina Sansa con un tal August Mormont.
T.—¿August Mormont? Nunca he oído ese nombre. ¡Un Mormont! Mi padre decía que con los del Oso nunca sabía uno a qué atenerse. Igual eran nobles y leales que taimados y traidores. Recuerda a Jonah, que tuvo que exiliarse por traficar con esclavos y que luego traicionó a Daenerys, aunque se redimiera luchando por ella hasta la muerte. Me gustaría saber más sobre el hombre que va a ligar su destino con Sansa. Ya ha sufrido bastante por enlaces nefastos y desgraciados.
S.—En El Libro de las Casas consta un tal August Mormont, miembro de una rama menor de la familia, desterrado de Isla del Oso por motivos algo turbios. Tras la muerte heroica de la pequeña Lyanna uno de sus descendientes con ese mismo nombre fue investido Señor del Oso. Se le vio en Desembarco del Rey frecuentando tabernas y burdeles en buena compañía y después viajó por las comarcas más ricas de Aguasdulces comprando gran cantidad de víveres con destino a Invernalia.
T.—Muy generoso por su parte. Y me dices que ese gran benefactor de los norteños va a casarse con la Reina Sansa...Algo me huele mal.
S.—No seáis suspicaz, mi señor. La bondad existe.
T.—Te puedo asegurar que muy pocas veces me he topado con ella.
Pensativo, Tyron bebe varios tragos de su copa.
T.—¡Cómo echo de menos a Varys! El maldito eunuco no tenía verga pero sí una cabeza muy bien amueblada, y su red de pajaritos nos permitían saber lo que pasaba antes incluso de que ocurriera. No te ofendas, Samwel Tarly, eres un buen maestre, pero te falta malicia y astucia para las intrigas palaciegas.
S.—No me ofendo, mi señor. Me place ser tal como soy, una naturaleza simple y llana, sin recovecos. Las personas así solemos gozar de buena salud. Y en cuanto a Varys, estoy de acuerdo con vos. En la Ciudadela leí un opúsculo muy interesante, Retratos de Eunucos Ilustres, del maestre Rohar Zenon. Venía a decir que los hombres emasculados aprovechan mejor su energía y capacidades mentales al estar libres de la obsesión coital y demás distracciones genitales.
T.—Menudo mentecato el tal Zenon. Sin distracciones genitales...
Entra un sirviente y anuncia:
—El Rey solicita vuestra presencia urgentemente
Tyrion y Sam corren al salón del trono, donde Bran El Tullido ocupa un nuevo sitial, con el respaldo rematado por la talla de un un lobo y forrado de almohadones.
Bran—Escuchad, acabo de ver dragones volando por el mar meridional.
T.—¿Cuántos son? ¿Dónde están?
B.—No sé dónde están. Lejos, muy lejos, hacia el sur...Es un dragón. No, son tres. ¡Tres dragones!
(Continuará)