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ISSN 1989-4163

NUMERO 49 - ENERO 2014

Mañana al Salir el Sol

Javier Neila

“¿Cómo que no las encuentran? Dígale a ese inútil que se ponga al teléfono inmediatamente, ¡Imbécil! “

El Teniente General Vasili Chuikov apartó el aparato instintivamente, como si evitase una bofetada…titubeó un instante, y mientras le empezaba a temblar ligeramente el ojo derecho, hizo llamar con urgencia al comandante Volodia Pletonov, que esperaba nervioso, fuera del despacho, en la semipenumbra del hall del único edificio intacto de la Pariser Platz.

Pletonov se acerco expectante hacia el teléfono…había visto en persona al camarada Iósif Vissariónovich Dzhugashvili pasando revista a las tropas en Moscú, años atrás; pero jamás pensó que tuviera el privilegio de poder hablar con él…aunque fuese por teléfono y en un momento en el que poco faltaba para acabar en un Gulag siberiano, con toda su familia, o simplemente fusilado de inmediato.

“Explíquese comandante…el camarada Stalin exige resultados…” La voz al otro lado del hilo denotaba furia sostenida, desprecio y falta de paciencia... Su seseante acento georgiano, la costumbre que tenía de hablar de sí mismo en tercera persona y su obcecación por la misión encomendada, daban a la conversación un toque surrealista y difícil de describir…Pletonov intentaba dar una respuesta convincente que le diese algo de margen de maniobra…tiempo para seguir buscando, para encontrar lo que se le pedía…Mientras intentaba pensar rápido, podía ver desde la ventana del improvisado Cuartel General del Octavo Regimiento de La Guardia, las densas columnas de humo, las ruinas  ardiendo y el caminar errático de los civiles entre las explosiones…

“Camarada Stalin” –se cuadró y taconeó instintivamente- “hemos inspeccionado sólo una parte del bunker, pero le garantizo –hizo especial inflexión al decirlo- que es cuestión de horas que nuestra búsqueda dé resultados. Tengo a lo mejor del Ejército Rojo buscando, con lo que esté seguro de que la misión tendrá éxito en breve. ¡¡¡Viva la Madre Patria!!!”…Aún no había asimilado lo grave de su situación y los efectos letales que podían acarrearle sus palabras, cuando el crepitar  del auricular le avisó que el Padrecito Stalin le había colgado.

Aún desorientado,  soltó el teléfono en su cajetín de baquelita… pero nada más girarse se topó de bruces con el duro gesto de Chuikov, al que había olvidado totalmente…su tic característico –le asaltaba cada vez que corría peligro su vida- y la presión con la que la enorme manaza de éste le atenazaba la garganta, le hicieron presuponer a Pletonov que aun no había terminado la tanda de amonestaciones.

“Escúcheme perro sarnoso…, si le importa algo la vida de sus padres y hermanos…, mañana al salir el sol tiene que traérmelas… el Secretario General del Comité Central en persona se lo exige… ¿Entiende? Si no es así, le juro que cuando acabe de destripar a toda su familia me ocuparé personalmente de usted…” La cicatriz sobre la frente de Chuikov parecía más grande y hendida que nunca.

Pletonov le echó valor, y articulando con dificultad y sin mirarle a los ojos, masculló: “Camarada… estamos en el mismo barco… si fracaso yo, posiblemente a usted…quiero decir…no creo que el camarada Stalin tenga en cuenta su acierto en Stalingrado o que sea héroe de la Unión Soviética…”

El ojo derecho de Chuikov parecía que iba a estallar… pero pasados unos segundos su mano empezó a aflojar la garganta del comandante y su gesto se serenó parcialmente…como aceptando resignadamente el jaque mate  y la comprometida situación compartida por ambos…como si de golpe fuese consciente que era su vida la que estaba en manos de su subordinado, y no al revés. Giró 180 grados y anduvo unos segundos dando la espalda a su interlocutor, intentando aclararse las ideas…  acariciando con los dedos índice y corazón la estrella dorada de Héroe de la Unión Soviética sobre su pecho… Su mirada se encontró con la del Secretario General, que parecía mirarle, severo, desde el enorme retrato a color que colgaba de la pared…de sobra sabía que aquel individuo de sobrenombre “Stalin” (“Acero”), había ejecutado a multitud de generales simplemente por capricho...  Y aunque la guerra estaba tocando a su fin, nada hacía pensar que alguien así  cambiase de hábitos. Chuikov bajó la mirada hasta el suelo y expiró silenciosamente, angustiado.

Pletonov salió a la calle, absorto…no devolvió el saludo a  los centinelas de la puerta, ni buscó zona segura para evitar a los francotiradores. No se puso el casco que se balanceaba en su mano, agarrado sin fuerza por el barboquejo, como si fuese una cesta; ni se encogió tras el sonido de disparos de fusil a unas manzanas a su espalda, detrás del Hotel Adlon…aún estaba en estado de shock. Se acercó al vehículo oculto en un portal derruido; la sonrisa de Samira esperándole, sentada en el capó con las piernas cruzadas y comiendo una naranja –su barbilla brillaba por el zumo-, le devolvió algo de optimismo.

Samira Süleymanov  tenía el pelo corto y negro, la cara redonda y -como muchas otras azerbaiyanas- los labios carnosos y tan rojos que parecían pintados con carmín. Sus grandes ojos marrones -casi asiáticos- y su risa alegre y sonora hacía tiempo que habían llamado la atención del Comandante; le gustaba mucho de ella su habilidad con  el saz,  el pequeño laúd del Caspio que había aprendido a tocar en la escuela primaria de Buzovna…. aunque lo que más le gustaba a Pletonov era el olor a almizcle, canela y rosas de su pelo.

La camarada Segunda Teniente Samira Süleymanov era experta en lengua alemana, española e italiana por la Facultad de Filología Extranjera de la Universidad Estatal de Bakú, en la que se la preparó específicamente sobre los idiomas del fascismo;  eso sin olvidar el azerbaiyano y el armenio, sus idiomas maternos; y el ruso por supuesto, idioma común de la Gran Madre Patria. Además, había sido condecorada con la Orden de la Bandera Roja del Trabajo en Enero de 1942 por su participación en la defensa de Moscú; con la Orden de la Estrella Roja en Enero de 1944 por organizar a los partisanos en el cerco de Leningrado, hostigando a  alemanes, españoles y fineses; y con la Orden de la Guerra Patria de 1º clase en febrero de 1945 por su heroica intervención en la toma de la Ciudadela de Budapest. Con 28 años y todos sus ascensos por meritos de guerra, el propio “SMERSH (Departamento Especial deContrainteligencia de la “NKVD”) había reparado en ella para que vigilara de cerca al comandante Pletonov.

El GAZ-67 fabricado por la “Gorkovsky Avtomobilny Zavod” con la capota puesta y las luces apagadas, recorrió parte de la maltrecha avenida Unter den Linden a una velocidad endiablada en dirección Este. Sus 54 caballos y su pequeño tamaño, conferían a Samira una conducción ágil, permitiéndole esquivar con soltura los escombros, los cráteres, los cadáveres – casi todos- y no ser blanco fácil del fuego de los tiradores apostados en las plantas altas de los edificios. El sol terminaba de ocultarse definitivamente sobre la silueta de la ciudad cuando giraron a la izquierda en dirección norte, por la Wilhelmstrasse hasta la rivera del Spree; allí les esperaba una lluvia de balas de ametralladora y granadas de Panzerfaust que provenían de su otra orilla, y que les acompañó hasta refugiarse a la parte trasera de la Cancillería del Reich. Era un rodeo necesario, pues pocos habían podido pasar por la puerta de Brandemburgo en las últimas horas sin perder la vida…Berlín todavía era zona de combate, aunque el Servicio de Propaganda del Partido proclamasen desde hacía días lo contrario…La realidad era que en cada azotea, en cada ventana, en cada depósito de agua y en cada boca de metro esperaban agazapados hijos y padres luchando hasta el final por los vientres de sus madres e hijas...adolescentes de las Juventudes Hitlerianas, ancianos del “Volkstrumm”, “Waffen-SS”, paracaidistas, granaderos…todos ellos en una hermandad de anarquía y resignada desesperación, controlada y asumida … todos dispuestos a vender caro cada palmo del Berlín ocupado, cada palmo del Reich de los mil años. La caída de la ciudad ya solo dependía de heroicidades individuales, de sacrificios anónimos.

Fue al bajar del todoterreno, ya a cubierto de vistas y fuego enemigo, cuando fueron conscientes del peligro corrido; la radio de campaña y la rueda de repuesto habían sido arrancadas de la parte trasera; tampoco había rastro del guardabarros izquierdo y a Süleymanov  le sangraba el lóbulo de la oreja por debajo de su casco, goteando sobre su uniforme color garbanzo. El comandante al advertirlo mostró preocupación en su rostro, pero ella con una simple mirada zanjó una conversación no comenzada.

Súbitamente alguien se acercó nerviosamente desde dentro del Bunker; Sasha, el ayudante de Pletonov  les gritó desde lejos:

-“¡A la orden camarada Comandante!  Parece ser que hemos encontrado algo, ¡Vengan, vengan rápido!”

Pletonov y Süleymanov liberaron sus subfusiles de las bridas del todoterreno y le siguieron;  El suelo estaba inundado y con la única ayuda de linternas de petaca ante la más absoluta oscuridad, avanzaron por el tortuoso laberinto de galerías subterráneas. La gran concentración de partículas en suspensión y la humedad hacían penosa la respiración… el polvo de cemento se masticaba, haciendo chirriar los dientes y dificultando el acto reflejo de tragar al pegarse a la garganta.

Se acercaron con cuidado hacia la esquina de la pequeña habitación, donde algunos soldados y un sargento con las caras grises les esperaban expectantes.  Todos señalaron a la vez hacia la  esquina, tras el sofá claro con figuras de ciervos y restos  de sangre; los haces oscilantes de las linternas a través del polvo las iluminaron…nadie se había atrevido a tocarlas…estaban juntas y como recién colocadas…las botas del Führer estaba allí. Eran las altas, las que llevaba de uniforme, las negras con la marca “AH” y el águila con la esvástica por dentro de la caña. Las que buscaba desde hacía años el Jefe Supremo del Ejército Rojo, obsesivamente; las que estaban en la mente de Stalin cuando vetó el empleo de la bomba atómica sobre Berlín u ordeno el desorganizado asalto sobre la capital del Reich con todas sus tropas disponibles sin reparar en vidas.
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La noche berlinesa era húmeda pero apacible, y aunque los disparos y cohetes Katyusha persistían, esa madrugada del 2 de mayo de 1945 era un punto de inflexión en muchos sentidos… Chuikov estaba tranquilo y ya seguro de su segunda estrella de Héroe de la Unión Soviética;  Stalin acababa de enterarse de la aparición de las botas; Berlín estaba a punto de caer –si no había caído ya- y seguramente quedaban solo días para  el final de la guerra,  para volver a casa.

El Comandante Pletonov y la Segunda Teniente Süleymanov descansaban a cubierto en un pequeño y deteriorado hangar de chapa, junto a la torre de control del aeropuerto de Tempelhof, al sur de la ciudad. Tenían órdenes de custodiar las botas y esperar allí hasta que viniesen a recoger la mochila donde se encontraban. Una pequeña hoguera les iluminaba mientras compartían en silencio una ración de sopa de tomate “Campbell”…la lata envuelta en un trapo y la única cuchara pasaron de uno a otro sucesivamente, sin prisas, mientras sonreían en silencio y notaban como el calor les iba entrando paulatinamente en el cuerpo, con cada cucharada, con cada mirada.

Samira sacó su botella de Pailnka, guardada como oro en paño desde la caída de Budapest, para un momento especial; ambos sabían que pronto volverían a sus casas, separadas  miles de kilómetros, y que el tiempo que quedaba era de descuento; quizás se estaban dando cuenta de que el momento tan ansiado de la Victoria sobre el fascismo ahora no parecía tan deseable, y que terminada la guerra, terminaba la mayor aventura de sus vidas; terminaba el tiempo de sentirse vivos, mortales y vulnerables; partícipes de algo muy superior a ellos que les arrastraba como una tempestad.  Bebieron primero de la botella y luego de los labios del otro… Se abrazaron mientras Samira esbozaba en su cara  -los ojos cerrados- el placentero dolor que le provocaba Volodia al besar la herida fresca del lóbulo… siguiendo luego hacia abajo por el cuello y el pecho de la Segunda Teniente... Ella se levantó y con la guerrera totalmente desabrochada se dirigió hacia la parte trasera del todoterreno, ocultándose de la vista de Volodia con un guiño. Los ojos de ambos brillaban…A los pocos segundos apareció totalmente desnuda, con su gorro de orejeras y las botas del Führer puestas… La luz de la media luna que se colaba por la chapa retorcida del techo y los destellos amarillos y naranjas de la hoguera le daban un aspecto impresionante, destacando las sugerentes sombras oscilantes su pecho y sus caderas…se sentó sobre el capó del todoterreno, con las piernas abiertas y apoyando el tacón de cada bota sobre cada gancho de remolque del parachoques… Volodia se hubiese quedado horas mirando toda esa belleza en silencio, disfrutando de una imagen tan hermosa como fugaz, pero cuando se quiso dar cuenta estaba ya delante de ella, de pié, acariciando sus muslos. La besó intensamente, y con las manos en sus mejillas le limpió muy despacio su tez tiznada, mientras frotaba su nariz con la de ella… que empezó a desabrocharle el cinturón, a la par que la intensidad del vaho de sus respiraciones iba en aumento…

-“¡Esas botas pertenecen al camarada Stalin!”

Una voz se escuchó tras ellos, justo cuando la pesada hebilla del cinturón del comandante Pletonov  golpeaba el suelo junto con sus pantalones. Giraron sus cabezas y vieron en la puerta abierta del hangar la silueta de una mujer alta, con el uniforme de oficial de la NKVD y una Tokarev semiautomática en la mano.
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La joven Capitán Elena Rjevskaya bajó apresuradamente de un Ford sedán negro de la NKVD que la traía directamente del aeropuerto militar de Chkalovsky, a 15 kilómetros al noroeste de Moscú. El ruidoso Lisunov Li-2que la traía desde Berlín había tomado tierra minutos antes.

-“¡Avise al oficial de guardia; El camarada Secretario General me espera urgentemente!” gritó mientras apuntaba con el dedo intimidatoriamente al soldado que intentaba interceptarla en su camino hacia la puerta principal. Se identificó ante el Comandante del destacamento y éste le pidió que se desarmara; ella le entregó sin oposición el correaje de la Tokarev con el cargador medio vacío, y entró en la dacha, sorteando sacos terreros, fosos antitanque y nidos de ametralladora.

La mansión secreta de más de 1000 metros y diez habitaciones que tenía Stalin en Kuntsevo distaba sólo 12 kilómetros del centro de Moscú. Construida expresamente para él, era un secreto de estado, y muy pocos miembros del Politburó eran conscientes de  su existencia. Precisamente por eso la entrega era allí; el único lugar donde se sentía realmente seguro, sobre su bunker de 17 metros de profundidad y su ferrocarril subterráneo que le llevaba hasta las mismas entrañas del Kremlin.

Elena, sin apenas aliento, revisó de nuevo su uniforme justo ante la puerta del pequeño comedor, buscando algún botón suelto; estiró los faldones de su guerrera hacia abajo y enderezó entonces algunas de sus condecoraciones, descolocadas tras haber abrazado la mochila durante todo el trayecto, por miedo a perderla…

El Zar Rojo con su inmaculado uniforme blanco la esperaba frente a la chimenea, posando, de pié, junto a la mesa de billar.  Ella entró henchida de orgullo y emocionada; él se dirigió hacia ella nada más oír que el guardia cerraba la puerta. Cogió la mochila de la mano de Rjevskaya y la abrió, sin decir palabra y sin siquiera mirarle a la cara …la suya se iluminó, sonriendo hasta enseñar los dientes bajo el bigote; llevaba años pendiente de esas botas en las filmaciones de la UFA, una y otra vez, durante los largos pases privados de cinematógrafo que duraban hasta el alba…las olió, se pasó la caña por las mejillas y las acarició parsimoniosamente…entonces fue cuando se fijó en el rostro de Elena …los ojos de ambos brillaban.

“Ya las tengo…ya son mías” susurró, como si se tratase de la búsqueda de toda una vida.

El jerarca soviético echó el cerrojo a la puerta;  ordenó a Elena que bajara las persianas y encendiera todas las luces y se sentó en un sofá claro con figuras de ciervos…estiró relajadamente el brazo y se acercó la mesa auxiliar con cubertería y platos de plata y porcelana; caviar y champán.

Señaló a Rjevskaya las botas depositadas en el sillón,  a unos metros frente a él, mientras se tocaba con los dedos las comisuras de los labios…
“Póngaselas, camarada Capitán” dijo…

 

Mañana al salir el sol

 

 

 

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