(RE)LEERLE LA CARTILLA (MILITAR) AL BUEN SOLDADO ŠVEJK
     (Las  aventuras del buen soldado Švejk, Monika Zgustová, Hondarribia, Hiru,  2000.)
                              Con motivo del centenario del final de la  I Guerra Mundial. In memoriam.
                          MI(NI)STERIO DE LA GUERRA:  JORNADA DE CUBIERTAS ABIERTAS 
                                                                     O 
                        DEJAD QUE LAS LECTORAS SE ACERQUEN A MÍ
                      “El  buen soldado Švejk me enseñó a mirarlo todo desde la perspectiva de los  marginados, de los de abajo. Y desde el punto de vista de la docta ignorancia,  o sea, apagando el brillo del intelecto e intentando ser igual al polvo en que  me voy a convertir.”
             Bohumil Hrabal, “Sobre El buen soldado Švejk” [citado por Monika Zgustová, ibídem, p. 13]
                       “El Criticón, sentado al escritorio.
        […] Esta es la guerra mundial. Este es mi  manifiesto. Lo he sopesado todo detenidamente. He asumido la tragedia que se  descompone en las escenas de una humanidad en descomposición, para que la oiga  el espíritu dispuesto a apiadarse de las víctimas aunque hubiera renunciado  para siempre al contacto con un oído humano.” 
              Karl Kraus Los últimos días de la Humanidad [Hiru, 2010, pp. 269-270] 
                      «No sé si en este libro he conseguido lo  que me proponía, pero el hecho de haber oído que un soldado le decía a otro:  “Eres tan tonto como Schwejk”, demostraría que no. Sin embargo, si la palabra  Schwejk se transforma en un nuevo insulto del florilegio de palabrotas tendré  que contentarme con este enriquecimiento de la lengua checa. »
           Jaroslav Hašek, “Epílogo” a Las aventuras del valeroso soldado Schwejk 1 [Destino, 1982, p. 213]
                   Me alegra que fuera precisamente una mujer  quien adaptara —hace casi dos decenios y, en este caso, décadas— Las aventuras del valeroso soldado Švejk  (1923), de Hašek, al teatro —Pep Pla, Centre Dramàtic del Vallès, 1999— ,  puesto que, más allá de que la escritora checa Monika Zgustová sea una  excelente traductora de la literatura de su país,  abría a las mujeres el acceso a un bastión de  la literatura bélica —tan asociada antaño a las batallitas de la mili de los  varones— que se antojaba, de lejos, una muralla —las 700 páginas de la novela  no habrían sido obstáculo para la mayoritaria lectora española—, y hacían de  ella un monumento fácilmente  prescindible, como tantas cosas de “hombres”. 
                  Que  sea la gran parodia iconoclasta de la institución militar, una sátira  antibelicista y un desternillante y grotesco alegato a favor de la buena vida  de los de abajo, es algo que se  descubre solo a partir del instante en que se acude voluntaria a tamaña caja de  reclutas. 
     Pues bien, Monika Zgustová logró ambos objetivos  al hacer —que veinte años no es nada— una versión teatral de apenas cien  páginas que adapta fielmente la primera parte del original, En el interior del país; es decir la  peripecia del voluntarioso soldado  Josef Švejk por las distintas instituciones del Imperio austríaco en su ciudad  natal de Praga.   
                     MUCHACHO, TÚ ERES TONTO  O EL PRIMER DÍA DE LA INHUMANIDAD
                  “Se  encuentran dos que se las han apañado para no ir a la guerra. 
      El  primero
        ¡Hola! ¿Qué? ¿Todavía en Viena? ¿No te  han movilizao?
      El  segundo
        ¡Qué va! Fui arriba y me las apañé.”   
                 Karl Kraus Los últimos días de la Humanidad [Hiru, 2010, p. 34]
                   “Doctor 3
           ¿Cree en el fin del mundo?
      Švejk
           Primero tendría que ver ese fin del  mundo.”
                   Monika Zgustová Las aventuras del buen soldado Švejk [Hiru, 2000, p. 35]
                                   “Escena undécima
      El  general
     […] ¡En esta guerra defensiva que nos han  impuesto, en esta guerra de la raza germana contra la eslava! (Vivas y hurras.)” 
                  Karl Kraus Los últimos días de la Humanidad [Hiru, 2010, p. 273] 
                   Al conocer la noticia del asesinato del archiduque  Fernando, desencadenante de la I Gran Guerra, Josef Švejk, declarado” inútil total” tras su paso por el servicio  militar —“Me eximieron del servicio militar por estupidez y la comisión me  declaró oficialmente imbécil. Soy un idiota oficial” (p. 29)—, proclama en su  taberna habitual —“Donde el cáliz”—, y anticipándose a la decisión de Francisco  José I, la necesidad de declarar la guerra a Serbia y su deseo de incorporarse  como voluntario —“Mire, si hoy empezara  la  guerra, me alistaría inmediatamente como voluntario y me afanaría por servir a  su majestad, el emperador” (p. 26)—, razón por la que es detenido por el  Bretschneider, el agente de la policía secreta que frecuenta la cervecería,  acusado de alteración del orden.
     Detengámonos un momento en este punto de  partida, pues el absurdo lo es por partida doble. Primero y, obviamente, porque  Švejk, tonto redomado, muestre un ardor guerrero que se compadece poco y mal  con su nada patriótico sentido práctico (y localista) de la vida, en un momento  en que cantidad de súbditos del Imperio Austrolopicheco trata de librarse a toda costa de acudir a filas, como se comprobará más  adelante, en una festiva y carnavalesca escena de lo grotesco eslavo muy en la  estética de M. Bajtin —“Paciente 4 Al  principio yo también quería hacerme el loco, fingir que era un fanático  religioso y predicar sobre la infalibilidad del papa, pero al final un barbero  de Malá Strana me proporcionó un cáncer de estómago por quince coronas” (p. 58)—.  Y eso por no hablar de los exentos que pueblan, por esas mismas fechas —comienzo de los años 20— esa monumental  sátira de la I G. M. que es Los últimos  días de la Humanidad, del judío austríaco Karl Kraus, más en la estética  del grotesco nihilista germánico de W. Kayser: “SEGUNDO ACTO. Escena primera. Esquina de la peletería Sirk. El público  está integrado en su gran mayoría por refugiados galitzianos, estraperlistas,  oficiales profesionales de permiso, oficiales destacados en un hospital o  destinados a algún cargo más fácil en la retaguardia, así como por civiles que,  aunque útiles para el servicio militar, se las han apañado para librarse” (Kraus, Los últimos días, p. 60).
     Eso, en primer lugar, por lo que se refiere  a los de abajo. Y en segundo lugar, absurdo igualmente por lo que afecta a los  de arriba, pues es precisamente ese exceso de celo, en un mundo al revés, el  factor determinante de su derivación a psiquiatría: «Doctor 1 Los médicos forenses abajo firmantes basan su juicio,  relacionado con la estupidez absoluta y el cretinismo innato de Josef Švejk, que comparece ante dicha  comisión, en el hecho de que el sujeto se expresa con palabras como por ejemplo  “¡Viva el emperador Francisco José I!”, exclamación que, por sí sola, es  suficiente para demostrar que su estado mental es el de un idiota absoluto»  (Zgustová Las aventuras, p. 37). 
     Eres tonto, muchacho, tú eres tonto, y en tu  casa no lo saben ¿o lo tienen que saber? 
                                        EL HOMBRE SIN ATRIBUTOS EN EL CASTILLO
                 
                      “El  prefecto 
              Váyase al diablo, Švejk. Si le vuelven a  enviar aquí otra vez, no le preguntaré nada sino que le mandaré directamente al  tribunal militar del Castillo. ¿Me explico?”
              Monika Zgustová Las aventuras del buen soldado Švejk [Hiru, 2000, p. 42]
                   Acusado, pues, recién salido de casa, de  desorden público en la taberna, Švejk recorre, al modo  de un juego —al paso— de la oca —de 35  casillas—, la Prefectura, el Juzgado de Instrucción, la Medicina Forense y el  Manicomio, de donde es expulsado y devuelto, tras recalar en la Prefectura, a  la casilla de salida: la taberna y, de ahí, el regreso a casa en la Escena 11.  Primer círculo del Infierno de la “comedia (in)humana” de un “hombre sin  sustancia” —contrafigura del Ulrich de la monumental novela del austríaco R. Musil  del mismo título—, libre de El Proceso en El Castillo —contrafigura de su  tocayo Josef o del (Švej)K kafkianos— del Imperio de Kakania, que  tiene su “vuelva usted mañana”.
                                   POR UN PERRO QUE ROBÉ ME LLAMAN ROBAPERROS 
                  O LOS PERRITOS CALIENTES DE UN  TONTO EN APUROS 
                   “Voces  de la multitud
        ¡Bravo! ¡Eso! ¡Serbia, a la  mierdia!”   
       […]
     “Un  vendedor de periódicos
            ¡Belgraado bombardeadaaaa!!   
               Monika Zgustová Las aventuras del buen soldado Švejk [Hiru, 2000, pp. 14 y 24]
                “Švejk
            Dios se lo pague mil veces y, si  alguna vez usted necesita un perro de pura raza, hable conmigo. Tengo un  negocio con los perros.”
             Monika Zgustová Las aventuras del buen soldado Švejk [Hiru, 2000, p. 42]
                      “Švejk
            Tengo mala suerte. Siempre tengo  buenas intenciones y en el último momento todo se me vuelve en contra.”
     Monika Zgustová Las aventuras del buen soldado Švejk [Hiru, 2000, p. 72]
                   Y este segundo círculo, que arranca de la  citación del Ministerio de Defensa a la que   Švejk, reumático, acude en silla de ruedas, permite a Hašek rebañar otra  vuelta  —dar otra vuelta de tuerca— por  el hondón —y los fondillos— de las instituciones del Poder: de la cárcel—por sospechoso  de querer librarse del servicio por “reuma”—, pasando por la capilla —como  asistente del prevaricador capellán castrense Katz, dipsómano amén de ludópata,  que se lo juega a las cartas: “colega, yo soy consciente de que represento a  alguien que no existe e, incluso, desempeño el papel de dios” (p. 77)—, hasta  el cuartel —como asistente del teniente Lukáš —para quien robará un perro al  coronel Kraus—, en un ensartado episódico que acerca sus aventuras a la  peripecia del antihéroe o pícaro “asistente” de varios amos —del lumpen al  clero y la nobleza—, a través de la mayoría de las instancias/celdas de control  social del individuo —comisaría, juzgado, hospital y manicomio, cárcel,  capilla, cuartel—, con dos excepción, dado que el licenciado Švejk nace ya adulto, y que no serán sino la escuela, obviamente,  y la familia, porque Josef Švejk es “un hijo sin hijos”, huérfano sin prole —ni  proletario—, puesto que no tiene padre, ni madre, ni hijos, sino perros que le  ladren —aquellos que roba en caliente,  en su único trabajo conocido ocasionalmente  como descuidero, y vende, antes de hacer mutis con el anticipo, para pagarse  perritos calientes y cervezas— y que, en un acto de justicia poética,  determinarán —a la tercera va la vencida— su incorporación al frente.
                               ECHARLE EL PERRO O ¡HASTA LUEGO,  LUKÁŠ!
                                    
     “La  Schalek 
      […] ¡Cuán diferentes son los héroes que  vemos ahora cara a cara en la guerra mundial! Son personas propensas a contar  los chistes más inofensivos, que fantasean secretamente con el chocolate con  nata y, mientras, van narrando sus experiencias, que se cuentan entre las más  asombrosas de la historia universal.”  
                          Karl Kraus Los últimos días de la Humanidad [Hiru,  2010, p. 102] 
                   “Švejk
            Max, ¡dame la patita! Ya ves,  bichito, seremos amigos si te portas bien. Si no, tendrás guerra conmigo y ya  veremos quién es el más listo. De hecho, un soldado también es una persona  robada de su casa.”     
              Monika Zgustová Las aventuras del buen soldado Švejk [Hiru, 2000, p. 87]
                   “El empecinamiento del vendedor de perros  (eso era) en la estulticia es tal que, por momentos, se diría el más  inteligente de los seres vivos. Y muertos incluso.”
                Luis Martínez, “Lazzaro feliz. La lucidez del idiota” [La esfera de papel, nº 5, 28/10/2018, p.  14]
   
     Pues es el caso que los dos círculos parecen  encadenarse en bucle en una helicoidal de vida de perros: si el comisario es  mordido por el San Bernardo de Švejk en  el registro de su casa y el chivato Bretschneider muere devorado por los perros  que le había vendido, el descubrimiento de que el perro faldero vendido al  teniente ha sido hurtado al coronel, determina que el mando y su asistente Švejk  —a quienes se suma el capellán castrense- sean enviados a un batallón de combate  que sale inmediatamente al Frente. El triángulo estamental —sátira caricaturesca  de nobleza, clero y pueblo llano— de esa picaresca, la del Lazarillo, que naciera en la España de los Austrias mayores y, tras  pisar los campos de batalla checos, bajo los menores, en la Guerra de los  Treinta Años, de la mano del astur-húngaro  pícaro Estebanillo González —a la par  que el alemán Simplicíssimus de  Grimmelshausen—, da su último estertor a comienzos del siglo XX con este Švejkillo en los territorios bohemios de  la monarquía de una declinante estrella del astro rey con denominación de origen a(u)stro-húngaro, la Kakania de El hombre sin  atributos del austriaco Robert Musil —La corona K.K.: Kaiserliche Königliche (‘real imperial’), esa denominación del  gobierno del imperio Austrohúngaro en los territorios de Austria—. 
                                                EN EL  VIENTRE DE KAKANIA
                   “La gente que vivió entre la humanidad y la  ha sobrevivido termina —en tanto actores y portavoces de un presente que no  tienen carne, pero sí sangre, que no tiene sangre, pero sí tinta— reducida a  sombras y marionetas y condensada en la fórmula de su insustancialidad activa.  Larvas y lémures, máscaras de este carnaval trágico, llevan nombres de personas  vivas, pues así debe ser y porque nada es fortuito en esa temporalidad  determinada por el azar.”  
                     Karl, Kraus Prólogo a Los últimos días de la Humanidad [Hiru, 2010, p. 9]
    
    Y, en esa sátira, la categoría estética de lo  grotesco configura el estilo de Las  aventuras del buen soldado Švejk con su disparatado carnaval que transgrede,  tras de la bajtiniana “utopía de la abundancia”, que surgirá del cíclico  renacimiento de la naturaleza —“En este mundo nada se pierde; vosotros,  soldados, seréis abono del trigo que se servirá para fabricar pan de munición  para otros soldados que, como vosotros, también se quejarán”, proclama en su  arenga —desde arriba— el coronel Kraus (Las  aventuras, p. 97)—, del “gran cuerpo popular de la especie” —Se ponen todos a hablar al mismo tiempo. […]  La intensidad de las voces va subiendo. […] voces en off. […] Caos de voces”  (ibídem, p. 100), como resonancias  mórficas de los coros de la tragedia  contemporánea  de Los últimos días de la humanidad de  K. K.—, el tabú de la escatología en su doble sentido: con el humor de horca proverbial de la  literatura checa —el despedazamiento festivo— y el de la alegre materia—y regodeo  excrementicio—: según lo cuenta—desde abajo— “Soldado 1. Yo he visto un muerto que  quedó tirado en la trinchera con los pies hacia abajo; un proyectil le había  partido la cabeza cuando avanzaba; era como si lo hubieran cortado con un  bisturí; en el último momento se cagó de miedo de tal manera que la mierda  mezclada con la sangre le chorreaba pantalones abajo” (ibídem, p. 97).
                                              VICIOS PRIVADOS, PÚBICAS VIRTUDES
                                                                 Y
          EN BRAZOS DE LA MUJER MADURA O  ŠVEJK,  ¿NUEVO ICONO GAY?
                   “Švejk
                         (Vociferando) También  hay chicas.”
                      Monika Zgustová Las aventuras del buen soldado Švejk [Hiru,  2000, p. 102]
                   Y, sin embargo, resulta muy llamativo que en  esa paganísima trinidad de tabúes brille por su ausencia el más elemental y  previsible: el sexo. Salta a la vista la ausencia de esa tercera pata del banco  en la peripecia de un soldado que vive al margen de las mujeres —“También hay  chicas”, apostilla a otro soldado al describir la cervecería en la última  escena, a punto de partir el convoy “Hacia el frente”, es la única referencia a  la mujer— y para quien las señoras maduras —su patrona Sra. Müllerová, la  tabernera Sra. Palivec y la Baronesa, filantrópica dama de guerra: “Es mi  madrastra. Me abandonó cuando era pequeño y ahora acaba de encontrarme…”, afirma  “Švejk (Con tranquilidad)” (p. 67)— no  fungen sino como figuras de apego. Y sorprende, quizá más aún, en este fruto  tardío del escritor bígamo Hašek, la ¿asexualidad?, ¿o misoginia? de su hijo  putativo…, a no ser que, llevados del pensamiento socialmente correcto, pretendamos adivinar en él una homosexualidad  latente encriptada en la salida del  armario ropero del mujeriego Lukáš:
  “Abre el armario y de su interior caen un  montón de objetos: fajas, sostener rosas con lacitos, bragas de puntilla, fotos  de mujeres dedicadas a Lukáš, pañuelitos perfumados, cartas de amor, medias de seda. Švejk juega con esos objetos ante un  espejo.
     ”Se  oye el ruido de la puerta, entra Lukáš y sorprende a Švejk jugando con unos  sostenes. Éste intenta esconderlo todo deprisa”(Escena 26, p. 83). 
                    UN TIPO CARÁCTERÍSTICO: ¿UN CHARLATÁN  QUE DA MUCHO DE QUE HABLAR o UN TONTO QUE DA  MUCHO QUE PESAR?
                   “Lukáš
         El señor capellán me lo ha recomendado  como un idiota, como un loco estrafalario y veo que no se equivocaba.”
                Monika Zgustová Las aventuras del buen soldado Švejk [Hiru, 2000, p. 80]
                     “Hay tontos que se hacen los listos; hay  listos que se hacen los tontos. Pero tú eres el primer caso de un tonto que se  finge tonto; llegarás a ser un dios.”
                   Robert Graves, Yo, Claudio
                “Oficial
                            Josef Švejk. Exento por imbecilidad.
                       Sargento Bautze
                           ¿Qué otro problema tiene?
                      Švejk
                          A sus órdenes, soy reumático, tengo las rodillas hinchadas.”
                  Monika Zgustová Las aventuras del buen soldado Švejk [Hiru, 2000, pp. 54-55]
      La condición de charlatán de taberna de Švejk,  precursor de esos narradores orales de cervecería que Hrabal llamó palabristas y en cuya tradición se  incluye su tío Pepin y el propio autor —moravos y morapios ambos—, puede hacer  pensar en el personaje tipo del borrachín incontinente, que responde al tópico  del “tonto,  tonto, mierda, mierda”. 
     Y, sin embargo, la condición de tonto-listo,  de bufón “tontiastuto”, ha permitido  que al soldado checo se lo interprete en una amplia escala que va del charlatán  folcklórico checo, pasando por el pícaro lumpenario, hasta una síntesis de Don  Quijote y Sancho. 
     Ni tanto —tonto—, ni tan calvo. Švejk es un tipo único, un tipo  característico, que apunta maneras de carácter; un personaje plano que, puesto  de perfil, se diría redondo —y no sólo por apariencia física, que también—, lo  que no lo convierte en personaje con psicología compleja y/o un desarrollo  psíquico a medida que se hace a sí mismo.
     El diagnóstico oficial es el de la  imbecilidad: “idiota” con  certificación del Estado. Hasta ahí, el tonto popular, asimilable a Sancho  Panza. Pero, además, esa verbosidad patológica, su logorrea, lo acercan al  “loco estrafalario” —“En el manicomio, […] Hay tanta libertad como ni siquiera  los socialistas han soñado jamás” (p. 38) y “todo eso era fantástico y, los  pocos días que pasé allí […] fueron los momentos más bonitos de mi vida” (p.  39)—, asimilable a un Don Quijote de la Mancha—analogía reforzada por su  disparatado entusiasmo bélico y descabellado ardor guerrero: «¡Qué maravilla  poder morir los dos juntos por su majestad el emperador y su familia! ¡A  Belgrado! ¡A Belgrado! (Se repite una  variación de la escena “¡A Belgrado” de la primera parte)» (p. 96)—, hasta  posibilitar la síntesis avellanedesca de  un tonto y un loco: “tontiloco”.
     De ahí, el desconcierto del teniente  Lukáš  cuando el asistente le mata las  mascotas:
    “(A sí  mismo) ¿Qué puedo hacer con este cretino? ¡Tiene una expresión tan simple! (A Švejk) Švejk, cretino, retrasado  mental, calle por dios. Usted o es un sofisticado granuja o un lelo total” (p.  92), abriendo paso a la hipótesis doctoral del pícaro, de un farsante:
  “¡Calle,  coño! Lo sabemos todo acerca de usted. El pícaro quiere hacernos creer que es  un idiota. No, Švejk, usted no es ningún idiota; usted es listo, astuto, usted  es un canalla, un impostor, un sinvergüenza que hace cualquier cosa por no ir a  la guerra. Irá al frente ¡allí le enseñarán que la guerra no es un cachondeo!”  (p. 68), lo amenazará un Doctor.
     Aparente complejidad que hace del “valeroso  soldado” un tipo característico —valga  la paradoja—, un tipo único, que lo  aproxima, más allá del apócrifo dúo quijotesco de Avellaneda —ese par de  farsantes unívocos—, a los auténticos epónimos de Cervantes, con su doble faz  de loco/cuerdo, el señor, y de bobo/discreto, el escudero. Y, para este caso,  más por afinidad con Sancho que con don Quijote; y más con la 2ª Parte que con  la 1ª, pues lejos del justiciero idealismo libertario de don Quijote, la “locura” de Švejk encuentra su analogía en la “quijotización”  de un pragmático y sensato hombre llano, capaz de desempeñar no obstante el rol  libresco de gobernador de la ínsula de Barataria.   
                 ŠVEJIK VS. WOYZECK Y LUCES  DE GAS DE  BOHEMIA O SAINETE LENINISTA
      “Lukáš
         Dígame la verdad, Švejk, ¿se gusta a sí  mismo?
       Švejk
        A sus órdenes, señor teniente, no me  gusto en absoluto, porque (señala el  espejo) en su espejo me veo torcido. No debe ser un espejo de calidad. En  casa de Stanek, un comerciante de ropa china, había un espejo torcido y, cuando  te mirabas en él, te daban ganas de vomitar. La boca sí, la cabeza como una  pila, la panza como la de un canónigo borracho, en fin, un número.”
            Monika Zgustová Las aventuras del buen soldado Švejk [Hiru, 2000, p. 94]
    
     Así pues, esa con/fusión entre lo cómico y  lo dramático, tan alejada del pathos trágico del soldado Woyzeck—drama  fatal y nihilista del alemán Georg Büchner—, permitiría asimilar El soldado Švejk (1923), del bohemio Hašek,  a la estética de lo grotesco y, a más a  más, a ese esperpento, Luces de  bohemia, al que Valle-Inclán dotara de carácter revolucionario con la incorporación  en su versión definitiva (1924) de un anarquista —asesinado en nombre de la  “ley de fugas”—, haciendo de Luces un  “sainete leninista”.
     Y es que Švejk, alter ego del comisario rojo Hašek en la Revolución Soviética, luego de su peripecia tras la Gran Guerra —como  lo acreditarían sus Relatos de Bugulma—,  parece llevar a la práctica, en su particular carnavalada unilateral y a  destiempo —tan similar en esto también al Quijote—, aquella idea de Lenin de  que el cumplimento de todas las leyes por todos los ciudadanos durante un solo  día  pondría de manifiesto las  contradicciones del sistema político haciendo saltar por los aires el aparato  del Estado.  
     Si bien es cierto que el personaje no se va  haciendo a sí mismo —nace de pie y de una sola pieza— frente a la degradación  del sistema —como reza la teoría de Lukacs (no el teniente, ni el director de  cine, sino teórico marxista húngaro clásico de la novela)—, en un sistema aún  deudor del modo de producción servil —donde se manumite al asistente como si se  tratara de un siervo de la gleba: “Capellán  castrense: (…) He perdido todo el dinero. Y, al final, te he perdido  incluso a ti. Ya no me perteneces a mí sino al teniente Lukaš” (pp. 78-79)—, sino  que va sembrando el caos, desde el vientre de la bestia, con su acción directa,  en el buen  soldado parece alentar cierta conciencia de clase cuando disparata hasta el  absurdo acerca de la muerte del archiduque —“Para algo así yo me compraría un  browning. Parece un juguete, pero en dos minutos puedes matar en a tiros a  veinte archiduques, sean gordos o flacos” (p. 21)— y, por el contrario, se  compadece —soldado bueno— de la clase  de tropa enemiga —“ Švejk:A sus órdenes, teniente, ya he visto  muchos carteles estúpidos en mi vida, pero nunca una animalada como esta./ Lukaš: Un soldado austriaco que  atraviesa a un enemigo, un ruso barbudo, y lo empotra en la pared. ¿Qué es lo  que no le gusta?” (p. 98)—, carne de cañón de los aristócratas.
     Así pues, esta versión teatral de Zgustová  extrae de la novela su carácter dramático, haciendo de ella una pieza híbrida  de comedia bufa y teatro del absurdo, grand  guignol del payaso Augusto y entremés grotesco que sirva de aperitivo al plato fuerte de Hašek. 
     Y la publicación del texto teatral, de su  libreto, parece satisfacer el desiderátum de K. Kraus cuando abogaba por el teatro leído más allá de su única y fugaz  representación: “Hay que leer y no oír cuanto está escrito. El oyente no tiene  tiempo ni para reflexionar sobre lo pensado ni para revisar lo visto. Eso sí,  puede pasar por alto lo oído. Desde luego el lector oye, además, mejor que el  oyente. A este le queda el sonido” (pp. 305-6).  
                                  APÉNDICE BASADO EN HECHOS REALES: 
      HISTORIAS  DE LA PUTA MILI o ŠVEJIK TAMBIÉN  EXISTE
        
  “El primero
        ¿Ya te han movilizao?  
    El  segundo
         ¡Qué va! ¡Exento! ¿Y tú?
    El  primero
          Inútil.
     El  segundo
         ¡Nuestra población respira aliviada!  Esta guerra… (mutis.)”     
                 Monika Zgustová Las aventuras del buen soldado Švejk [Hiru, 2000, pp. 21-22]
                   “1944. […] Declarado no apto para el  servicio militar por razones médicas. Comienza sus estudios de leyes en la  universidad Imperial de Tokio.
     1945. Para ayudar en el esfuerzo bélico  nipón, trabaja en una fábrica de aviones. Es llamado a filas, pero vuelve a ser  rechazado en la revisión médica: se le diagnostica erróneamente una tuberculosis  y Mishima colabora todo lo posible por mantener a los médicos en su error. En  agosto termina la guerra.” 
                Fernando  Savater, “Cronología bio-bibliográfica”, en El  marino que perdió la gracia del mar”, Yukio Mishima [CdL, 1986, p. XXIII]
                     “Švejk
        (..) A mí, cuando cumplía el servicio  militar, me eximieron por estupidez y, para ser más preciso, por ser un idiota  notorio. Fuimos dos a los que echaron del ejército por este motivo: a mí y a un  capitán. Aquel hombre, señor teniente, si me lo permite, cuando iba por la  calle se metía el dedo de la mano izquierda en el agujero izquierdo de la nariz  y el dedo de la mano derecha en el agujero derecho.”
              Monika Zgustová Las aventuras del buen soldado Švejk [Hiru, 2000, pp. 80-81]
                     Švejk existe. Ya lo creo que existe. Yo lo  conocí, encarnado en uno de sus avatares, en el CIR de El Ferral del Bernesga  (León), en el 7º reemplazo de 1980. Allí respondía al nombre de Lorenzo y era  de Lugo. Pequeño y rechoncho, parecía haberse librado por los pelos de ser  declarado exento por no dar la talla. Desfilaba a horas intempestivas por el  patio de armas como un autómata, saludaba a troche y moche, lo mismo a los  mandos que a la clase de tropa y fue uno de los dos únicos reclutas que, en el  ejercicio con fuego real, se volvió hacia el teniente con el CETME cargado —el  otro fue quien suscribe—. 
     Semanas después lo mandaron a casa y nunca  más se supo. No hablaba con nadie, así que no hubo quedada para cuando acabara la guerra, como la memorable cita de Švejk:
     “Soldado
           (Chillando) O sea que ¡cuando acabe la guerra a las seis de la tarde [en El Cáliz]!
     Švejk
           Ven   a las seis y media, por si las moscas.
      Soldado
            ¿A las seis, no puedes?
      Švejk
             Bueno, ¡estaré allí a las seis!” 
         Monika Zgustová Las aventuras del buen soldado Švejk [Hiru, 2000, p. 102].