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ISSN 1989-4163

NUMERO 58 - DICIEMBRE 2014

Sentada en el Metro

Ramón Asquerino

Dime por dónde salgo de esta cueva… ¿Dónde está la salida? Ábrete, laberinto. Benito Pérez Galdós: El caballero encantado

A don Benito Pérez Galdós, que me abrió el laberinto con todas su novelas, sabiendo, como no sé, encantado, si me va a contestar

 

Desde donde estás, arracimada,

tejida, enramada y ovillada,

mágica encantada al ver

el metro aún más abajo, a menos

de un metro del suelo,

entre las suelas, a centímetros de la planta,

te plantas a las plantas del pie;

desde donde tú estás,

atisbas los tobillos desnudos

de pantalones remangados expresos,

ligeras las pulseras, tintinean sordos colores;

callas el tenue tatuaje del talón

sin Aquiles -cuyos caballos se echaron a llorar-,

la irritada rozadura clemente

del calzado, las arañas, venillas

moradas con el silencio moreno,

y por las marcas de las zapatillas

conjeturas conjugaciones ensayadas,

personas, modos y modas de cortos calcetines,

juegos de manos uñas y camiseta,

en abreviaturas chillonas,

caprichosas líneas sin azar;

lees nombres ingleses, apellidos chinos,

acostumbrados al paso parcial

de la marcial rutina en las suelas desgastada

por presos pesos hacia el lunes:

como un lunes eterno es tu silencio.

 

Sentada en el metro,

miras las rodillas enmascaradas

o rotas de jirones en el muslo,

su bronce exacto del último verano,

que ahora suspiran por el brillo

rayos UVA en estrechas cabinas

-mientras truenos de IVA estragan la cultura-,

el cansancio cultivando bostezos

de las horas de trabajos forzados;

reconoces a quienes no piensan más

que en dejar sus zapatos, de sol a sol,

a quienes transbordan en Sol Vodafone,

horrible agudo superpuesto de voces

a la sombra de más multinacionales:

la cueva de leones.

Oyes el rugido de las estaciones

y sientes, melenas de caracol,

cómo te miran a la coronilla azul,

al pelo molesto que cae, resbalado,

felino casi al límite de la blanda tarima,

rosa goma o negra,

donde se inclinan delgadas sonrisas

y como sauces se pegan maduros deseos

por el alba nueva del vagón.

Oyes las canciones pregrabadas

tan bien que, más abajo de la penumbra

de voces en seseos, sabes que piden

-flauta andina, guitarra amplificada,

instrumentos de la escasez-

el resto que nos sobra

y que, aun así, no damos

ni las buenas tardes,

de comidos que nos bebemos,

cuando entra noviembre con el otoño a cuestas

y llueve desahuciado granizo

en los ojos azules de Vallecas:

los caballos de Aquiles se echaron a llorar.

Desde donde estás, maga del suelo,

no aspiras a levantarte,

a salir de ese laberinto,

de esa cueva, y hallar la huida

para excluirte de la onda de los móviles

y de los pies sentados de los viajeros,

con ellos trasudando, Querido miedo ,

pero no reescribes,

ni pulsas los juegos, ni silbas

de conciencia mensajitos que arrancan

sonrisas como tiritas de heriditas

a hurtadillas en los talones.

Desde donde estás, maga del suelo,

no codicias los males ajenos,

y aspiras a levantarte, en alegro

silencio, y tocar ese mundo

batido desde por la mañana

en un desayuno derrotado

a las horas del metro.

 

Ábrete, laberinto.

 

 

 

Sentada en el metro

 

 

 

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