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ISSN 1989-4163

NUMERO 48 - DICIEMBRE 2013

Opiniones Robinsonianas (X) - Adolescencia y Violencia Machista

Mª Ángeles Cabré

 

Mientras suceden cosas tan absurdas y trogloditas como que un numeroso grupo de intelectuales franceses (¡tipos leídos!) se lance a defender el consumo de prostitución, haciendo gala de una falta de empatía colosal para con aquellas mujeres que la ejercen no por gusto sino por no tener otro modo de vida (que son las más), resulta que las adolescentes voluntariamente se maquean, se visten, se peinan y lo que haga falta para parecer eso, putas, mientras ellos, los adolescentes, se asemejan cada vez más a vulgares chulitos de discoteca. Supongo que cada tiempo histórico tiene su retrato y que mientras en los 80 la rebeldía era la imagen de la juventud, ahora lo es el desconcierto.

En esta tesitura, donde tan culpable es la publicidad sexista como otros condicionantes y estímulos de los que nuestra sociedad se nutre, la apariencia de esos chicos y chicas que siguen la estela de sus ídolos juveniles, no se revela una inocua manifestación de la moda, sino que oculta un trasfondo altamente preocupante: el de la perpetuación de los roles de dominación y sumisión. Ellos, machos dominantes, están ansiosos por ejercer su poder sobre las hembras sumisas, tiernas jóvenes vestidas con ropas ciertamente incómodas: cuñas altísimas, ropa super apretada, la larga melena que se come la semanada en suavizante y maquillaje a mansalva (por mucho que Sephora insista en la práctica del descuento). Patrones de conducta que se multiplican como los piojos, con nefastas consecuencias.

Y es que, como era de esperar, la propagación de dicha dinámica ha llevado a hacer crecer la alarma por la violencia machista en tan tierna franja de edad. Llueve para colmo sobre mojado, pues lo hace en un país en el que el 10,7% de las mujeres ha sufrido maltrato alguna vez en su vida, y en un país que desde 2010 ha bajado del puesto 11 al 30 en el ranking de igualdad del Informe sobre brecha de género del Foro Económico Mundial. ¡Cómo para no preocuparse!

Las estadísticas advierten que aumenta la cifra de chicas adolescentes acosadas por sus parejas y la Fiscalía de Menores alerta del aumento de las causas judiciales por razones de violencia de género en adolescentes de entre 15 y 17 años. Eso genera una realidad peligrosa, en la que un 4% de las chicas han sido agredidas por el chico con el que salían (¡o aún salen, socorro!). Mientras al parecer un 21% de los adolescentes cree firmemente que los hombres no deben llorar bajo ningún concepto: metrosexuales en apariencia que en lo más hondo ocultan machos alfa del Neandental. Poco que ver, pues, con la idea de sociedad de la convivencia y de la igualdad que debiera reinar en pleno siglo XXI.

Estos que viven sumergidos en roles anticuados y mensajes contradictorios, son chicos y chicas que buena parte del día, y de la noche, lo dedican a comunicarse a través de las nuevas tecnologías, zambullidos en lo bueno y en lo peor de las redes sociales, convertidas lamentablemente más en enemigos que en cómplices. Según las cifras que ofrece un recientísimo estudio de la Complutense encargado por la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género, un 25% de las chicas dice que su novio las vigila vía telefónica: sexismo a golpe de Whatsapp, se llama eso. Claro que también Twitter, Facebook & Cia son herramientas ideales no sólo para saber qué hace nuestra pareja, sino también toda nuestra parentela y todas nuestras amistades, siempre y cuando sean de los que se pasan el día enganchados a las redes. No somos conscientes, pero estamos gestando una generación de adictos a las pantallitas que devendrá en una generación de completos autistas.

“La vida es eso que pasa mientras estás entretenido mirando el Facebook”, hubiera dicho John Lennon de vivir en estos tiempos tan necios en que vivimos, donde hasta el aparentemente más lúcido se dedica a retrasmitir las conferencias a las que asiste o las películas que ve como si nos importara un carajo. La desgracia es que las nuevas tecnologías, lejos de ayudar a convertirnos en seres más libres, nos esclavizan. De ahí que sean un feudo ideal para los celotípicos, esos celosos compulsivos que en todo momento quieren saber qué hace ella y con quién va. Y aquí volvemos a los adolescentes, que en las redes hallan la excusa perfecta para repetir esquemas de poder que sus abuelos ya habían olvidado. La situación es tan grave, que ya se están tomando medidas para la sensibilización y prevención en ese campo y la Generalitat, por poner un caso, ha puesto en marcha el programa dirigido a adolescentes “Amar no hace daño. Vive el amor libre de violencia”.

Resulta tan poco racional que a estas alturas aflore esta problemática como que se repitan brotes de tuberculosis, una enfermedad que parecía aquí ya erradicada. Y es por ello, por inesperada, que la realidad de la violencia de género entre los más jóvenes no cuenta aún con la concienciación necesaria. Hemos criados a los chicos y a las chicas no sólo en un estado del bienestar que los hace muy poco aptos para desenvolverse en tiempos peores, sino también en imaginarios colectivos donde el respeto al otro deja muchísimo que desear y donde la igualdad de género brilla por su ausencia y el sexismo asoma en cada esquina. Así, el concepto de amenaza o agresión también ha quedado diluido a golpe de “Sálvame” o cosas peores. Si entre compañeros de programa se llaman de todo, se insultan y hasta tienen costumbre de llevar al otro al borde de las lágrimas, decirle a la novieta zorra, calientapollas o corta mental debe de ser una caricia.

¿De quién es la culpa, pues, de que los adolescentes, los jóvenes en general, estén repitiendo no lo que ven en sus casas y en las calles sino en la televisión, esa pantalla que todo lo magnifica? Mientras sus padres han aprendido a poner una lavadora y a cocinar, y hace tiempo que establecen con sus parejas y sus compañeras de trabajo relaciones de igualdad, ellos (con el cerebro aún moldeable) contemplan anuncios en los que las mujeres usan tacones altísimos hasta para pasear el perro y telediarios en los que las presentadoras son obligadas a usarlos; contemplan programas de televisión en los que ellos parece que se vayan de botellón y ellas estén a punto de entrar en un club de alterne; y ven películas en las que sólo aparecen desnudos integrales femeninos, jamás masculinos.

Que aumente la violencia machista entre los adolescentes es pues tan sólo el reflejo del machismo que se visiona en las pantallas, la consecuencia no de una sociedad que ha ido a la deriva sino de una sociedad que no ha sabido encarrilar sus elementos de sociabilización (televisión, cine…) basándose en criterios de igualad de género. Y eso ha sucedido por la sencilla razón de que esos criterios no estaban aún bien asentados y no se ha priorizado en ellos como se hubiera debido. Pero son vidas las que estás en juego, vidas truncadas como las de esas 700 mujeres que han muerto en la última década a manos de sus parejas o ex parejas (42 en lo que va de año), o las vidas de todas esas adolescentes que se harán mujeres sin saber que su dignidad y sus derechos son iguales a los de sus compañeros.

Por culpa de las malditas pantallas, y del mal uso que se hace de ellas, siguen saliendo vencedores, pues, los herederos de siglos de machismo, esos que Ricardo de Querol (uno de los coordinadores del blog “Mujeres“ de El País, donde colaboro) deja retratados en El posmacho desconcertado , editado por El País.

 

 

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