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ISSN 1989-4163

NUMERO 62 - ABRIL 2015

La Lección del Juez Ti

Edwin Yllescas

 

Siempre he dicho que mi biblioteca es escasa, pero rebuscada. Evito y logro fácilmente escabullir los libros que no dicen lo que yo pienso, o lo dicen de una forma distinta a la que yo busco. Por eso he repudiado la literatura de este país , y la de otros en la misma lengua. Puedo confesar sin rubor que soy un ignorante en casi todo lo escrito en mi lengua. Prefiero leer a los clásicos griegos y latinos, aunque sea en malas traducciones; de todas maneras, al leerlos los traduzco y los interpreto como a mí me da la gana. En todo caso, siempre ando en búsqueda de libros raros; entre más raros mejores. No busco libros literariamente perfectos, busco libros con ideas extrañas ?y por qué no? con planteamientos fantásticos, o soluciones que nadie, ni el mismo escritor, o lector sospechaban al momento de escribir, o leer.

Por eso, hace días me cautivó la lectura de Los trabajos del Juez Ti , un letrado de la Dinastía Tang en el siglo VI DC, famoso por sus investigaciones judiciales , y desconocido por la redacción de sus informes. El libro me causó tal impacto que, maniático como soy, no lo solté en varios días y semanas, pues terminaba su lectura y recomenzaba su relectura. Allí encontré , por primera vez , la materia, el tono, el toque de lo que yo quiero escribir. No se vaya a creer que soy sinólogo , y que mi propósito es investigar el mundo chino. Para nada me interesa el mundo chino, y menos los sinólogos. El Juez Ti ?yo me lo imagino del tamaño del chino más pequeño del mundo? , posee una habilidad para presentar como fantásticos los hechos más reales de la vida cotidiana; y como si eso fuera poco ?y esto me deslumbró? , su capacidad para presentar como reales los hechos más fantásticos de la vida real, excede cualquier calificativo que pueda encontrar en mi idioma.

Acuciado por mis manías, traté de investigar quién fue el hombrecito chino; no encontré mucho que se diga. Es más, se puede decir que no encontré nada; por eso mismo no doy mayores noticias de su existencia, pero las más pródigas , localizadas en Ti Goong An , un libro de Van Gulik, sinólogo holandés, señala:

[…] «Ti era juez de distrito y, como tal, tenía a su cargo toda la administración de la región: recaudaba los impuestos, registraba los nacimientos, defunciones, matrimonios y divorcios, se ocupaba del catastro, mantenía el orden público, etc.; y, como presidente del tribunal de la región, desempeñaba a la vez las funciones de comisario, juez de instrucción, fiscal y juez de paz». […]

Como se puede apreciar las noticias son pocas y presentan algunas inexactitudes. No se menciona el nombre de la provincia donde el juez ejercía su oficio. Los conceptos recaudar, catastrar, divorciar, no son propios del siglo VI en la cultura china. Y hablar de orden público, juez de paz, o juez de instrucción en la China del siglo VI, resulta una ironía odiosa para cualquier modesto samurai de la época. En definitiva, las noticias de Van Gulik, no aguantan el más somero análisis. Fereydoun Hoveyda, el experto francés , todavía dice menos. Se limita a repetir las afirmaciones de Van Gulik, agregándole sus propios errores. Sin embargo, señala ?sin caer en exageración?, que cuando el Juez Li abandonó su oficio se entregó a escribir cuentos , utilizando los casos que había juzgado y, especialmente, los que inventaba con diferentes versiones de la realidad. Sus soluciones, fantásticas, o verdaderas, normalmente ninguna de ambas, transformaban las acciones de un matarife, o un noble, en realidades impuestas por un sueño, o en realidades definidas por el pálido color de la luna. Acostumbrado a la sentencia final, sus historias perseguían y lograban un efecto único. Su escritura ?una línea de matices? sólo tenía ese propósito. De allí en adelante no hallé nada ni siquiera en los diccionarios y enciclopedias inglesas y francesas que acostumbro consultar.

Renuncié a conocer la existencia detallada del chinito más pequeño de toda la China. Ya había encontrado lo que buscaba. El 14 de enero de 1832 , publiqué en el Saturday Courier de Filadelfia, mi cuento Metzengerstein . El efecto único, era mío.

 

 

 

 

 

El juez Ti

 

 

 

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