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ISSN 1989-4163

NUMERO 62 - ABRIL 2015

Mao

Cayetano Esparafucille

 

Las tardes en casa de la abuela servían entre otras cosas para que los primos jugaran en el jardín hasta tarde. “Déjalos que se desbraven” y se desbravaban creando un mundo paralelo en aquel terreno inmenso y lleno de posibilidades.

La abuela vivía desde que se quedó viuda con un hijo suyo, solterón y callado, dedicado a nada salvo a cuidar de su madre. Este hijo suyo apenas les dirigía la palabra a los niños y sus sobrinos parecían una molestia para él.

El abuelo, que había muerto no hacía mucho, había dejado huérfano, aparte de a sus tres hijos, a un pastor alemán que había sido su fiel compañero. No había foto del abuelo desde su jubilación en la que no apareciera Mao. Mao era el nombre del pastor alemán al que dedicó más tiempo que a su mujer, sus hijos o sus nietos.

El jardín inmenso para los dos primos era habitado pues por su tío, por Mao y por ellos mismos los domingos; la abuela solo daba un pequeño paseo al caer la tarde.

Las tardes de verano en el jardín empezaban sobre las seis porque el calor volvía a todos perezosos y, después de comer, para evitar el ruido, todos los niños eran encerrados en la casa a dormir una siesta les gustara o no.

Las vivencias juntos, esos domingos en casa de la abuela, hicieron a los dos primos buenos amigos y juntos ponían en práctica lo que se les iba ocurriendo en cada momento sin tener en cuenta las consecuencias. Bueno, más correcto sería decir que el mayor era el ocurrente y el pequeño sentía una entregada devoción por él. En cualquier caso, la audacia y ganas de agradar de uno y la fortaleza y liderazgo del otro hacían una pareja que daba gusto mirar desde el porche donde se colocaba la abuela con sus hijos, ya después de dormir la siesta.

No es una historia nueva que en la casa de campo de la abuela existían lugares que, por poco frecuentados, encerraban para el alma infantil un desafío, un miedo, una curiosidad. En este caso la leñera cumplía a la perfección con esas premisas y los primos se acercaban a ella a través de la rampa del garaje.

Escapados, una vez más, de la siesta en los camastros puestos en el dormitorio improvisado, salieron al jardín pasando por el salón donde la abuela pegaba una cabezada.
Una vez en el jardín sintieron una bofetada de calor anegado de un olor dulzón a azucenas, un sonido a chicharras y una claridad que solo les permitía tener un ojo abierto.

-¿Qué hacemos?

-Vamos a la leñera que se está más fresco.

Salieron corriendo con la risa floja de la competición presupuesta en toda carrera a esa edad.

Al llegar a la rampa del garaje les frenó un aullido de perro que venía de la sombra… de abajo, de la leñera.

Ambos se pararon en seco.

-Espera

-¿Qué pasa?

-¿No oyes a Mao?

-¿Ese es Mao?

-Voy a ver, quédate aquí –dijo el mayor.

-Ten cuidado que ahí no sabemos lo que hay… dijo el pequeño, asustado.

Y el mayor de los primos fue bajando sigilosamente la rampa del garaje, acercándose a la leñera por entre los coches de su padre y sus tíos, el R5, el Fiat Ritmo… y entre ellos pudo ver lo que pasaba: era Mao el que aullaba y detrás de Mao su tío con los pantalones bajados hasta las rodillas empujando por detrás al perro, que aullaba...

El mayor de los primos, salió corriendo y subió la rampa, huyendo de la escena, y sin recuperar el resuello cogió a su primo pequeño de la camiseta, tirando de él…

-¿Qué pasa? ¿Mao se está muriendo?….

-No. No es nada. Vámonos.

Toda la tarde la abuela estuvo preocupada por los niños que estuvieron escondidos, sin un grito, sin ninguna carrera, sin ningún juego… los dos sentados en el césped, en la última esquina de la parcela, aislados en su cuartel general, sin ni siquiera querer merendar.

-¿Qué ha pasado? Dímelo. Te juro que no se lo contaré a nadie.

-No puedo decírtelo…

Al rato el chico dejó de preguntar y se quedó al lado de su primo preocupado y pensativo.

Mao se les unió en poco tiempo. Cuando apareció junto a ellos, el mayor de los primos lo abrazó y no pudo evitar llorar desconsolado… el más pequeño se puso a llorar sin saber por qué.

-Pobrecito Mao, pobrecito Mao…

 

 

Mao

 

 

 

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