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ISSN 1989-4163

NUMERO 42 - ABRIL 2013

Los que Renacen y el Bueno

Ángela Mallén

En los ochenta-noventa...

Un cochazo y una visa oro. Un ático en edificio céntrico rehabilitado y un chaletazo con jakuzi cerca de una pinada. Traje Adolfo Dominguez y complementos Versache. Treinta años. Quizás cuarenta. Macho o hembra. En la cresta de la ola. Habla simpáticamente sobre macrobiótica o sushi. Diserta con voz impostada acerca de las prospecciones macroeconómicas bursátiles. Conoce los entresijos de la ingeniería económica. Puede comentar su anécdota del restaurante alternativo de la Séptima Avenida e incluso su pesadilla en algún aeropouerto internacional. Hay siempre una cara sonriente ante sus narices y alguien de alguna etnia recogiendo sus calcetines y/o medias. El acceso a su persona se realiza mediante cita previa compitiendo en su agenda con el masajista, el estilista, el ortodoncista, la esteticiene, la clase de aerobic o la de tai-kuondo/tai-chi. Es un dandi tecnócrata de la administración pública, un figurín asesor, una barbi directora financiera. (Su anatomía es la del triunfo. Su estatus es la Clase A). No hay paraíso fiscal que no haya visitado, ni vuelo internacional que no haya reservado, ni convención de multinacionales donde no haya brindado con Vega Sicilia, ni langostino que no se haya repapilado. Todo incluído en la nómina de su cartera y/o carguete.

Actualidad

No hay periódico, ni chat, ni tertulia, ni chistoso, ni deshauciado, ni juez, ni vecino del tercero que no lo conozca, lo juzgue lo denigre y, por supuesto, lo tolere. Porque es uno de tantos. O de tantas. Estamos acostumbrados. Y la costumbre es una apisonadora de la justicia, el arrojo y la inteligencia.

Por eso delega, se retoca plásticamente, descansa en un spa, cambia ligeramente de cargo y de paraíso fiscal, y renace para la siguiente legislatura.

Carta abierta al Bueno

Querido Bueno:
Aquella noche, en la cena, yo estaba de oyente y me mantuve en la retaguardia.  Aunque ya se sabe que los callados no somos mudos. Hay tantas palabras sin decir... cada vez más. A muchos nos parece difícil elegirlas.  Aquella noche estuve atenta a todos los conceptos que se barajaron, a los juegos malabares semánticos, a los términos que parecían claves: gestión, ejecutiva, aparato, propaganda, lobby, cluster, sindicalismo, nación, riqueza social, rentas, corredor, trasvase, lengua autóctona, estatuto, plan, bienestar social, víctima, terror, guardaespaldas, territorio, ámbito, recursos, bienes, corrupción, rescate…  Hay muchas palabras, cada vez más.  Tantos términos como trampas en las que caer. Se necesita una boca cada vez más grande y las orejas se nos van haciendo cada vez más pequeñas.
 
Es difícil seguir siendo Bueno, a pesar –y después- de haber conocido la diversidad y la globalización. A veces se buscan las siglas donde aparece el apellido “Bueno”, a sabiendas de que no es un linaje ni un pedigrí. El voto se acobarda, atrapado entre la esperanza y el miedo, difícil determinar si prisionero de la costumbre o disfrutando de su libertad. 
En la cena se dijo que los políticos no resuelven los problemas, sino que producen más problemas. Es verdad. Es una verdad universal. Se puede predicar de cualquier sujeto agente. Los problemas son como la energía, y más que la energía, porque se crean, se destruyen y se transforman. Los políticos, como todo individuo y todo colectivo resuelven y provocan problemas.  Pero en esa frase que parece de perogrullo, esgrimida aquella noche como reproche por una votante Bueno contra el político Bueno, creo detectar la evidencia de una actitud, de un rasgo (¿el rasgo esperanzador que queda?).  El Bueno encaja la observación de forma natural, lo asume  como parte de su ejercicio de contricción. No remata, ni devuelve, ni proyecta, ni generaliza, ni contraataca.  Incorpora la observación a su sistema holístico de reconocimiento de la realidad donde él no está a salvo ni libre de culpa, donde se ve a sí mismo inmerso en un universo cambiante, fluido, perfectible. Ese acto de reproche-contricción emocionado entre el votante y su líder representa a “los Buenos”: la duda, la autocrítica, la valentía de la inseguridad, el pequeño paso vacilante hacia el vacío, la confianza a pesar de todo, el pasillo entre el miedo y la esperanza. “El Que Renace” asume la categoría, la suficiencia, el ventilador de culpas, la frase que propina una tautología. El Que Renace se inventó el pecado y al confesor, a cada brujo le pone un inquisidor, le vende el infierno al enemigo y con los réditos se compra una parcela en el limbo. Su votante y su líder se encuentran a salvo, detrás del mismo cortafuegos.  Bien es verdad que “El Bueno y El Que renace” no coinciden con las siglas de un partido. Los políticos, como la realidad, están movidos, revueltos, mezclados. Me refiero al concepto, a la manera de estar en el mundo.

Esto pensaba de forma abstracta y difícil de expresar en público. Junto al pensamiento, la liviana sensación de identidad y de solidaridad. Cuánto me gustaría poder decirte, querido Bueno, que he visto en ti a un hombre situado en la cuerda floja de la relatividad, en lo que no sé si atreverme a definir como “el equilibrio precario de la sabiduría y el humanismo”.  Sólo dos cosa más querría decirte. Una: serías un buen líder en tanto en cuanto fueras un buen equilibrista, el mirlo blanco de la concordia y el adalid de la justicia social.  Dos: en esta época donde el bacalao ya ha sido repartido en una proporción del noventa y nueve a uno, ¿qué puede hacer el mirlo blanco? ¿Con qué armas cuenta el adalid? Me gusta pensar que el arma es la razón. Y la razón, como la lógica, no se impone, se deriva. Y la razón, como la estaca, se asesta en el corazón del vampiro.

Suerte a todos.

 

Los que renacen...

 

 

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