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ISSN 1989-4163

NUMERO 22 - ABRIL 2011

Un Mundo Homologado

Ángela Mallén

Me levanté hacia las siete y media. En cuanto puse el pie en la alfombra (persa) detecté una modificación sustancial. Todavía no conocía la magnitud, pero el mundo estaba tocado de una extraña coherencia que me hacía sentir bien. Me dirigí a la cocina. Allí reinaba un espíritu pacífico. Parecía que los cacharros y los productos estaban esperándome para cumplir un rito cotidiano de gozo y alabanza. El cajón de los cubiertos, el que siempre se descuelga y atranca, se abrió con el leve roce de mis manos y me ofreció sus cucharillas. Tomé una al azar, y no era la pelada y doblada. Me deslicé hacia la derecha y abrí la puertezuela del armarito donde me estaban esperando toda la noche el cacao y las rebanadas de pan tostado. El frigorífico emitía la suve música de los frigoríficos. Se entregó a mí y quiso compartir conmigo los tetrabriks de su puerta. Elegí el de leche descremada enriquecida con calcio. Ni por un momento dudó el tetrabrik en otorgarme su contenido. La rosca azul de su cierre parecía entre mis dedos la pluma de un colibrí. Derramé leche en el vaso y la coloreé con una cucharada del cacao que, abundante, había permanecido a la espera de ese día en el bote amarillo de taparedera livianamente enroscada. Agité con la cucharilla el líquido elemento y mil burbujas blancas lo adornaron. El paquete de las tostadas aguardaba su turno atento al ritmo armónico de la vida en la cocina. En el instante matemático me dio, como si de una nota se tratase, la perfecta tostada. Y mi desayuno se cumplió.

Regresé al dormitorio por el pasillo que tenía la luminiscencia de los atrios, y vestí mis ropajes de cremalleras no atascadas, botones al completo y cuellos impecables.

Entonces sonó el despertador y eran las siete y media. Puse el pie en el suelo (helado) y me quedé petrificada. En la cocina me esperaban los productos prisioneros de guerra, confinados en sus paquetes y botellas inexpugnables, los cajones violentos, la cacherrería cochambrosa perdedora, los cereales resignados a su suerte, las galletas duras como el corazón de los empaquetadores. Si salía victoriosa de la cocina, aún debería luchar contra las cremalleras que se atascan, los imperdibles que se pierden, los broches que no abrochan, los pendientes que se desemparejan, las pilas que se agotan en media hora escasa, los móviles que se suicidan, los portátiles que se electrocutan. Y todos los derrotados portarían aún sus banderas y consignas triunfalistas, prepotentes: ACABADOS INNOVADORES. ABREFÁCIL. ÚLTIMAS TENDENCIAS. MARCA HOMOLOGADA. CALIDAD SUPREMA. LABEL DE CALIDAD.

Por las mañanas no acompaña el humor. Pero una cosa sí me quedó clara: la vida no es sueño. Abajo Calderón.

Palabras que se mojan

Fotografía: Margarida Delgado

 

 

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