AGITADORAS

PORTADA

AGITANDO

CONTACTO

NOSOTROS

     

ISSN 1989-4163

NUMERO 52 - ABRIL 2014

Díptico Checoslovaco (II) - Vivir sin Idioma en Praga

Luis Arturo Hernández

Emigré, hará más de veinte años —¿que “veinte años no es nada”, como reza el tango argentino?— en 1991, de Nitra, rural y eslovaca, a Praga, en el corazón de Europa. Iba buscando el teatro negro, la música de jazz, la cerveza de Plzen, los tranvías de Praga, a los últimos exiliados republicanos españoles y al soldado Švejk. Y me encontré con la mitomanía de Kafka y su itinerario urbano —del callejón de los alquimistas a camisetas y postales—, el negro y dorado barroco contra-reformista, la ciudad antigua convertida en parque temático para el turismo, los omnipresentes knedlíky y gulash , la patente del robot y una denuncia sospechosamente unánime —para alguien que, en su kunderiana “edad lírica”, había simpatizado con la Revolución— del régimen comunista anterior.

Como mi único conocimiento de lenguas eslavas eran los rudimentos de eslovaco que había adquirido en Nitra el curso anterior y, en Praga, más cosmopolita, se rendía culto al inglés, resultaba inimaginable que un extranjero occidental hablara allí en la lengua vecina. En cualquier comunicación, el interlocutor lo intentaba en inglés de cursillo, o en alemán; entretanto uno, sin apearse de su torpe eslovaco, concluía el asunto; y ellos se despedían en inglés o alemán, sin reconocer haberse entendido con uno en eslovaco.

Descartados el francés de mis estudios y un eventual italiano macarrónico, no había para mí otro idioma en Praga que el español que enseñaba en el gymnázium —cada vez más motivado, además, para poder tener interlocutores—, pues el checo se enseñaba en inglés o alemán; y uno asistía, sordo y mudo, a aquella efervescencia cultural en pleno centro de Europa, reforzada por la bohemia que traía el desembarco norteamericano.

En esas circunstancias, el Día de la Hispanidad de 1991, conocí en la recepción de la Embajada al hispanista Bohumil Zavadil, canoso, cordial, exquisito, a quien sabiendo que en Praga había estudios de Lengua Vasca había escrito yo desde Nitra. Se produjo el encuentro: animado por el Dr. Tauer había estudiado los rudimentos del vascuence con el libro de un tal Umandi, exiliado en Bayona (Francia) desde los 50, pero lo había dejado, “para coquetear con el quechua” —me confesó— y, entretanto, se murió Tauer.

Estoy convencido de que no se creyó que Umandi, con cuya Gramática Vasca había estudiado yo, fuera el pseudónimo de mi tío materno Andoni Urrestarazu Landazábal.

Ese día de la coincidencia petrificante —en la Praga de Ripellino (ya nada) mágica —, supe que había un grupo de estudiantes de Filología que habían cursado lengua vasca y con los que podría ponerme en contacto, en una logia —¿o cuadrilla?— vascoparlante, una vez que se me prohibió desde la embajada de España enseñárselo —con el Bakarka que adquirí en Vitoria para ellos— a mis propios alumnos voluntarios del gymnázium .

Y era la posibilidad esperada por mí de una suerte de esperantismo checo-eslova(s)co.

La “Universidad de Carlos” se me antojó, en aquellas visitas vespertinas, El Castillo y mi deambular por largos pasillos lúgubres el absurdo de K (oldo) —mi alias vasco—.

Entretanto, la nostalgia de expatriado de Eslovaquia me llevaba a regresar al pueblo, quiero decir a Nitra, hilvanando con mis idas y venidas el tapiz de Checo-eslovaquia.

Cuando aquel verano volví definitivamente a España, comprendí que había estado en medio del invisible Círculo Lingüístico de Praga; y rodeado de cómplices del régimen anterior; que allí habían sido defenestrados otros españoles durante la Guerra de los 30 Años; que no había conocido a mi admirado Hrabal en “Donde el tigre dorado”; que U Fleku , donde hablábamos en español algunos estudiantes sudamericanos atrapados por la “Revolución de Terciopelo” y yo, era Taberna, del poeta salvadoreño Roque Dalton; que la mayoría de los grandes escritores checos estaban exiliados; y que había pasado de puntillas sobre la Primavera del 68 y la Carta del 77; que no sabía nada de Janacek; que en las librerías de viejo se liquidaban a buen precio los pecios del naufragio: grabados, bibliotecas, ex-libris ; que preso en la burbuja “cosmopolita” del dum ucitelu , entre el mutismo de la lengua de trapo y la misantropía, no había conocido a las chicas checas.

Sólo diré que nada más volver, se descosió el hilo y Checo-Eslovaquia desapareció.

 

Microrrelato

 

 

@ Agitadoras.com 2014